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Amoreto, el azote del Sureste

Hace 300 años la comarca vivió una gran revoltura por las ambiciones del Señorío de Juan Grande

Amoreto, el azote del Sureste

El investigador y maestro emérito de Santa Lucía Paulino Santana es de la cuerda de que a raíz de los recientes bicentenarios de la fundación de ayuntamientos y parroquias del sur y sureste de la isla, quizá quedara la impresión de que la vertiente meridional de Gran Canaria tuviera apenas 200 años de historia, para pasar a relatar un delicioso entramado de acontecimientos que se remontan más atrás, a hace ahora tres siglos, con tintes de aventura y que dan fe de la riqueza cultural de la comarca.

Son crónicas de aguadas de corsarios, de acosos y capturas piráticas, de intentos de reconquista y de la constitución del Señorío de Agüimes en el siglo XV, a raíz del cual aquella zona casi fuera del planeta comienza a poblarse al engodo de la dulce caña de azúcar.

Una golosina que un siglo más tarde comienza a decaer por la explosión de los latifundios americanos, obligando a aquellos campesinos a sobrevivir roturando y colonizando los terrenos lindantes al Señorío, que son los actuales Llanos del Polvo, Llanos de Sardina o Aldea Blanca, donde introducen los cultivos de cereales, especialmente de trigo y cebada, ello en un lugar que se describía como una "tierra selvática", porque tal era el tamaño de unas tabaibas y cardones que formaban un impenetrable laberinto solo atravesado por el Camino de la Madera, que unía la zona con Amurga, desde donde se traía leña para los hornos de los ingenios de Aguatona y Telde.

Tras el cereal se planta millo, lo que crea "una gran revoltura en la comarca", explica Santana, "y se rotura mucho suelo" en unos terrenos que pertenecían a la Corona, y que por tanto se debían pedir, comprar o arrendar, además de pagar unos estipendios que tendrían que ser recogidos o bien por la Iglesia o los cabildos insulares.

Pero son años malos que no están para fiestas tributarias. Y en 1600 el campesinado va adquiriendo una creciente deuda por el uso de ese patrimonio de realengo, momento en el que aparece Francisco de Amoreto y Manrique de Lara y Bethencour, propietario del colindante señorío de Juan Grande, y quién según el también investigador de San Bartolomé de Tirajana, Pedro José Franco López, lucía la siguiente caterva de lustrosos títulos: "Señor de la Casa, Estado y Mayorazgo de la Vega Grande de Guadalupe, Capitán de Caballos Corazas, Sargento Mayor del Regimiento de Milicias de la Ciudad de Telde, Regidor Perpetuo de la Gran Canaria, Ministro Calificado y Familiar del Santo Oficio".

Su ambición de tierras le lleva a crear un conflicto con otro potente teniente coronel, don Cristóbal de la Rocha Bethancourt, propietario de las salinas del Romeral y serio competidor en el arte del acumular. Pero éste último apoya a un sector de los vecinos de Agüimes que se enfrentan a Amoreto por su intento de sufragar las deudas de los campesinos, y de hecho logra la subasta de los terrenos en Madrid, para quedarse con todos estos predios y dejar a aquellos como medianeros de su hacienda, una acción que fue tildada en su momento de "demasiado graciosa" por el propio vecindario.

Ya el hombre era "muy mal querido", y de "poca prudencia, atropello y codicioso", según las crónicas, porque incluso trató de impedir el paso a los pastores a las zonas comunitarias de Roque Aguayro y El Matorral, que es donde donde hoy se levanta la central térmica.

Con estos palos ya estaba preparado el fuego para abrir una época en la que, según el historiador Vicente Suárez Grimón, se sucedieron 58 revolturas entre 1718 y 1847 en Gran Canaria, (curiosamente sin derramamiento de sangre, ("por la repugnancia que siente el isleño por el derramamiento de sangre", como dejó por escrito Antonio Béthencourt Massieu), y que se inició allí con el famoso Motín de Agüimes, del 3 de noviembre de 1718 al 9 de enero del siguiente, y cuya mecha prende cuando Amoreto y los suyos se meten en los terregales a preparar la siembra.

Como intuía la cosa fea, Amoreto personó al alcalde real Joaquín González Lorenzo a dirigir la operativa, que implicaba el adecentamiento de acequias y la entrada de yuntas, lo que alertó al personal yendo hacia un González que según el recuento de Sánchez Grimón, de entrante se llevó un primer garrotazo a cargo de un tal Juan Álvarez Ortiz y otro segundo firmado por Lorenzo Rodríguez, que del viaje lo tiró al suelo. Lugar donde recibió una ristra de dardos titulados por el majorero Mateo Suárez, un disparo de Melchor Quevedo y de propina otro palo final de Lorenzo, lo que no estaba flojo para repugnar la sangre.

La historia, al grito de "¡viva el rey! y ¡muera el mal gobierno! sorprendentemente terminó del lado de los amotinados, entre otras cosas porque esos campesinos formaban parte de las milicias, que se activaban cuando veían pirata a la vista, una circunstancia que las autoridades cuidaron mucho de no soliviantar.

Sin embargo los litigios se dilataron 20 años en razón de unos cachos y remanentes y por un Amoreto que continúa erre con erre hasta 1733. Ahí es cuando alonga el doctor canónigo doctoral de la catedral Domingo Mendoza Alvarado, que en su calidad de especialista en leyes, intercede por éstos, pero que les cobra en especies, de tal forma que finalmente se hace con casi la mitad de las tierras de Los Llanos de Sardina y Pozo Izquierdo.

De este doctoral Mendoza recibe el nombre el lugar de El Doctoral, donde levanta el canónigo no solo una casa de hacienda, La Casa de la Pinta, de tipología rural de dos plantas, balcón y patio que sucumbió a finales del XX por el boom de la construcción, sino que ordena ceder los beneficios de una parte de la finca a Casa Santa, que no es otra cosa que los Santos Lugares de Jerusalén, lo que también otorga la toponimia a una parcela que se encuentra bajo y en el lado costa de la autovía del Sur, justo sobre la que hoy pasan coches a 120 kilómetros por hora.

De ahí, entre otras, la reivindicación del maestro emérito Paulino Santana, la de recordar, "para preservar lo que quede del inmenso patrimonio de este sureste".

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