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El incendio que prendió el miedo

Los habitantes de las áreas devastadas por el fuego critican las labores de extinción de aquel julio de 2007

El viernes 27 de julio de 2007 un agente forestal pegaba fuego al monte en el pago de El Juncal, en Tejeda. Durante los siguientes seis días las llamas se hicieron con un tercio de la isla de Gran Canaria, bajando desde la cumbre por el sur hasta casi la costa cubriendo una extensión de 18.775 hectáreas.

La mayoría de las llamas afectaron al pinar, especialmente al de Inagua, pero también a personas y enseres, con 3.000 damnificados con unas pérdidas que, según los números del Fiscal Delegado de Medio Ambiente ascendían a unos 17 millones de euros. Juncal, Ayagaures, Tunte, Fataga, Cercados de Araña, el parque y el hotel de Palmitos Park..., fueron algunos de los núcleos habitados en los que, además de viviendas, también se arrasó por animales, cultivos, frutales, cuartos de aperos e infraestructura hidráulica, pero sobre todo, diez años después, también fulminó la tranquilidad que hasta entonces se vivía en las áreas cercanas del pinar cumbrero y los grandes palmerales del sur.

Fataga, que vivió su propio infierno, no olvida lo que ocurrió en poco más de 24 horas en el que es uno de los pueblos más emblemáticos de Gran Canaria. Cuando comenzó el incendio en la cumbre Juan Antonio Reyes, del restaurante El Labrador, llamó a un gran amigo suyo de Cercados de Araña para ver cómo se encontraba en medio de la vorágine. Era el viernes por la noche. "El hombre me dijo, Juan, si dejan pasar el fuego por el Paso de la Herradura lo tienes en el pueblo el martes". Ese mismo lunes por la noche evacuaron Fataga. A Juan, que se hizo fuerte en su casa, le amenazaron con tumbarle la puerta abajo. Y pocas horas después el infierno entraba a saco por La Solana para devorar palmeral, casas, coches, tractores, almacenes y hasta bodegas. El casco en sí escapó, menos una casa que curiosamente estaba en medio y a la que le tocó la mala lotería de los mechones volantes.

Mediodía de ayer. Hay 39 grados en la terraza del restaurante de Juan, "la mejor carne de cochino del barranco de Fataga", según Manolo García, sobrino del propietario de una bodega abrasada. En la mesa, Polo Pérez, que al regresar se llevó la sorpresa de ver escapar lo suyo por apenas tres metros de distancia y Nacho Araña Medina, que se llevó la peor parte.

Nacho terminó durmiendo en comisaría. Se enfrentó a seis agentes porque se negaba a dejar su casa. Tuvo el presentimiento, y se cumplió. Perdió varios coches, un tractor, decenas de frutales y los recuerdos de su vida. Un patrimonio tasado "¡en 15.000 euros!" En el grupo no hay reproches, "ya han pasado diez años", pero sí un fuerte resentimiento por la manera de llevar a cabo la extinción.

Cuando comenzó a vislumbrarse la llegada del incendio evacuaron a todos los habitantes, incluidos aquellos que sabían dónde se encontraban las arquetas, los depósitos, los estanques, las llaves de paso..., y no fue hasta que un grupo de valientes sorteó el sitio impuesto por las fuerzas de seguridad, y se colaron hasta el pueblo para indicar a los equipos de extinción de dónde podían tomar agua, cuando se comenzó a controlar el fuego en Fataga. Eso es los que sostienen todos, con nombres y apellidos.

"Del siguiente fuego no nos echan", aseguran, subrayando que no contar con ellos fue un error y una de las claves fundamentales para que el fuego siguiera campando barranco abajo.

"Subían a los políticos a ver el espectáculo y prohibían el paso a los que realmente sabían dónde se encontraban los recursos para apagarlo", se lamenta Reyes.

De la misma opinión es el colectivo que se creó tras la catástrofe, la Plataforma Más Nunca, que emite un comunicado con motivo de este décimo aniversario que califica las labores de extinción de "caótica y lamentable", además de insistir en que aún no se han estudiado ni las causas ni las consecuencias.

En este aspecto, Juan Antonio Reyes subraya que se prometió en su día instalar tomas de agua para que si se repitiera el caso los dispositivos de emergencias tuvieran una garantía de agua.

Pero lo único que recuerda es que hace un año "llegaron los bomberos para estudiar la zona", pero que no ha visto infraestructura alguna, y avisa que los barrancos están hasta arriba de material inflamable.

Y si bien el pinar, los palmerales, las casas, y el paisaje que hace único a Fataga y su gente está reluciente tras una década de regeneración, "cada vez que anuncian fuego en la cumbre nos ponemos nerviosos". Hoy viernes, diez años después, el Gobierno alerta por peligro de incendio forestal.

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