En los cementerios del norte de Gran Canaria, la lluvia creó una atmósfera gris que contrastaba con el colorido de las flores que durante toda la jornada cientos de fieles iban depositando ante las lápidas de sus familiares fallecidos. Pese a la nostalgia acrecentada en estos días especialmente señalados para el recuerdo de los ausentes y el acicalado de los camposantos, muchos trataban de aferrarse a los buenos recuerdos y el valor del legado que les dejaron, para disipar la melancolía aunque fuera por unos momentos.

Colocando cuidadosamente un gran manojo de anturios ante la lápida de su padre, en el cementerio de Arucas, Elisa Armas rememoró emocionada los buenos momentos vividos junto a él. "Era muy bueno con todo el mundo y siempre que podía ayudaba a los vecinos", recuerda Elisa, quien aseguró que "desde pequeño fue muy trabajador y sacó a toda su familia a delante". Sin poder contener las lágrimas, Elisa afirmó que "nos quiso sin medida a mí, a mis hermanas y a mi madre, no nos pudo amar más ni nosotros a él".

Desde hace algo más de un año, tanto ella como sus hermanas visitan el camposanto aruquense todos los fines de semana, pero también lo hacen en fechas señaladas como sus cumpleaños o el día del aniversario de boda de sus padres. "No podemos dejar de venir porque para nosotros fue un ejemplo de humildad y de enseñanza", afirmó Elisa, para subrayar que su padre "tenía un corazón muy grande y ahora es un ángel".

Por otro lado, su hermana Teresa Armas explicó que lo echan mucho de menos porque "era muy cariñoso" y añadió que "cuando falta un pilar tan importante para la familia, es cuando te das cuenta de todo lo que te ha enseñado y es imposible de suplir esa figura". A pesar de que reconoce que hay quienes consideran que en el cementerio no queda nada de la persona ausente, "seguimos viniendo a ponerle las flores que le gustaban por respeto a su cuerpo". Del mismo modo, Teresa relató que, cuando su padre falleció, solicitaron a la sepulturera "un nicho cercano al de otros familiares, porque no queríamos que estuviera solo".

Situado al final de una estrecha vereda y con unas imponentes vistas sobre el Valle de Agaete, el cementerio de Caideros ofreció una imagen llena de color en el día de Todos los Santos. En este enclave, Eusebio López mostró su alegría porque la nueva lápida que había encargado para la tumba de su madre y sus padrinos había llegado a tiempo para un día tan señalado como el de ayer. "Había una lápida original de los años 50 hecha en cemento, pero quería que los familiares que visitaran el cementerio en estos días vieran la nueva losa, más grande y más bonita", detalló Eusebio. Quien a sus 92 años se encargó personalmente de redactar el epitafio esculpido sobre el brillante mármol negro: "vivimos y morimos para el Señor, ellos fueron con él para allanarnos el camino".

Eusebio aseguró que el día de Todos los Santos antes se vivía de otra manera, "había más recogimiento, se celebraban misas en el propio cementerio y el párroco rezaba responsos durante toda la jornada". Y, haciendo alarde de su buena memoria, relató que en la carretera que va hacia Juncalillo, por encima de Caideros, hay un embalse que antiguamente lo llamaban el Estanque de los Muertos. Este sobrenombre se debe a que "antes los féretros se cargaban a hombros y los duelos que venían desde Juncalillo, Artenara o Tejeda para enterrar a los muertos en el cementerio de Gáldar, descansaban allí, que era la mitad del camino", rememoró Eusebio.

Cargadas con un balde colmado de azucenas rosadas y desafiando al frío y a la lluvia, las hermanas Ángela y Dolores Ramos entraron en el camposanto de Caideros para acicalar la tumba de su madre, tal y como llevan haciendo desde hace casi dos décadas. "Tuvo 16 hijos y murió con 96 años, nosotras la cuidamos hasta el final y ahora la seguimos cuidando de otra manera", declaró Ángela, quien también iba acompañada por su hija María Rosa, que visitaba por primera vez la tumba de sus abuelos.