La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arqueología

Las simientes de la isla nueva

El arqueobotánico Jacob Morales disecciona en su libro 'Los guardianes de la semilla' la compleja ciencia de cultivar y almacenar de los primeros canarios

Recreación de la molienda de grano en la cultura de los antiguos canarios AGUSTÍN CASASSA

De lejos la isla amanece coronada de una masa verde ingente de costa a cumbres por el norte. Y en un erial alfombrado de balancones, aulagas, gigantescos cardones y tabaibas por el sur.

A pesar del espectáculo casi nada es comestible, al menos, no lo suficiente para convertirse en un menú. La tierra apenas daba dátiles; el fruto del mocán; el pistacho silvestre del almácigo; y las bayas de zarzamora. Poco más. La variedad llegaba con ellos, en forma de semillas domesticadas.

Así que cuando aquellos pioneros de la isla antigua plantaron un pie en lo que mil años después se conocería como Gran Canaria, tenían por delante un trabajo de gigantes.

Primero prenden fuego. Terminada la quema, cortan lo restos de árboles con hachas y picos de piedra. Luego arrancan a mano las enormes raíces, cuando no apalancando con maderos.

Aún queda romper los terrones a golpe de palos, evacuar las piedras, grandes, medianas y chicas, hasta transformar lo que fue bosque en un terreno de materia fina: la que demandan los delicados cereales.

Durante cientos de años se repetía la operación. Mejorando los rendimientos, abonando con el estiércol de los animales, aprovechando los cauces de los barrancos para desviar con acequias las aguas del riego o eligiendo los altos para asegurarse la lluvia en una isla en la que, al igual que hoy, precipita a capricho.

La cosecha, a fin de ciclo, se presenta tan exigente como el acondicionamiento de la finca, eligiendo el momento justo para que ni el agua arruine, ni el aire caliente desarme la espiga.

"Se retiraba laboriosamente una a una, así las encontramos en los silos y así lo cuentan los primeros europeos", explica el arqueobotánico Jacob Morales, autor de la segunda entrega de la deliciosa colección divulgativa, La isla de los canarios, lanzada el pasado año por el departamento de Ediciones del Cabildo de Gran Canaria bajo el título Los guardianes de las semillas.

Aquella agricultura puramente manual se constituyó en un éxito. "Los huesos de los canarios denotan cuerpos robustos, que soportaban musculaturas muy potentes, con una alimentación que complementaban aquellos cereales con leche, pescado, carnes, burgados y lapas".

Potencia agrícola

Pero donde borda el canario el arte de convertir la tierra en sustento es en el almacenamiento. Horadan cuevas y jalbegan sus paredes con algamasa y paja para mantener la humedad y la temperatura a raya. Guardan las semillas con sus espigas o las lentejas en sus vainas para incrementar su protección y las colocan en cestos de paja para dejarlas en seco. Y añaden hojas de laurel que actúan de insecticidas. Rematan la estiba cerrando los silos con puertas de madera a las que practican agujeros para activar la circulación del aire y evitar la formación de hongos.

El resultado es que tan solo en lugares como Egipto o el desierto de Perú se han podido encontrar a día de hoy semillas de hace mil años que aún contienen información genética y molecular tal y como ocurre con las halladas en Gran Canaria, según subraya Jacob Morales.

Gracias a ello, también se han podido determinar que de cada cien semillas encontradas en los yacimientos, de media 50 son de cebada, 40 de higo, dos de trigo, otras dos de lenteja, una es mocán y otra unidad, dátil.

Esto convertía a Gran Canaria en la potencia agrícola del Archipiélago, y se traducía en una población abundante y en la capacidad de negociar con excedentes. "Al menos 20 años antes de la Conquista los exploradores que recorrían la costa africana compraban cebada e higos a los canarios en la Torre de Gando".

Pero con recelos. "Como estaban en guerra, los europeos colocaban calderos y anzuelos de metal en la playa. Se retiraban y ellos se acercaban a la mercancía. Si creían que el valor era justo dejaban sus semillas pero se iban sin llevarse nada, para que luego los españoles, si estaban de acuerdo con el 'pago', retiraran el alimento". Así fue hasta que todo se torció, cuando los nuevos colonos, una vez derrotado el canario, se aprovecharon de esos campos diseñados con el ingente trabajo de siglos para reemplazar sobre su mismo suelo el grano por la caña de azúcar.

Compartir el artículo

stats