Los helicópteros del Gobierno de Canarias, del Cabildo de Gran Canaria y del Ministerio de Medio Ambiente se sucedían ayer domingo sobrevolando de un lado a otro la cumbre de Gran Canaria, apareciendo entre el humo cargados de agua y de las esperanzas de los tres municipios que amanecieron en vilo por la reactivación del fuego hasta nivel 2: Artenara, Gáldar y Tejeda. Trataban de aprovechar las horas de luz antes de que llegara la oscuridad de la noche para mimetizarse con la negrura de un paisaje convertido en desolación y silencio, roto únicamente por las sirenas de los efectivos de la UME y los bomberos que hacían los propio desde tierra.

Las calles del casco artenarense, desbordadas de alegría hace poco más de un mes celebrando el hito de formar parte del paisaje Patrimonio Mundial de la Humanidad, se mostraban completamente desiertas. Con una quietud intranquila, diferente a la calma habitual. Ni una sola ventana abierta, como si así los habitantes se abstrajeran de la tétrica realidad que les rodeaba. Literalmente, pues las llamas bordearon los límites de muchas de las viviendas del municipio, cuyos 550 habitantes tuvieron que ser desalojados la noche del sábado ante el peligro del incendio. Sin pegar prácticamente ojo por la incertidumbre e impotencia de tener que seguir los avances de las llamas con los informes puntuales de las administraciones competentes y lejos de sus hogares.

En esas horas fatídicas en las que el fuego pasó de estar perimetrado en un 85% a quedar a merced de unas condiciones meteorológicas con adversidad en aumento, Manuel Quintana, vecino de Artenara, tuvo que abandonar un acto festivo con los mayores del municipio con motivo de las fiestas de la Virgen de La Cuevita y salir corriendo para avisar a su mujer y a su nieta de 12 años de que serían desalojados, primero al almacén municipal y posteriormente a la iglesia de Candelaria en Acusa, donde pasaron la noche junto a sus vecinos. "No parábamos de mirar hacia aquí y veníamos el resplandor del fuego", rememora Quintana.

Temió perderlo todo, su vivienda -a pocos metros de donde se originó el incendio- y su pequeña explotación caprina. Animales que no pudo liberar ni llevarse consigo, al contrario que sus perros, Nene y Lucky, que le acompañaron en el desalojo. Sin embargo, para su alegría, las cabras se habían refugiado en una cueva próxima al establo, gracias a lo que pudieron salvar su vida. "Pensaba que con el humo y el calor del incendio se morirían, pero sobrevivieron porque se metieron en una cueva vacía y no en la que está el pasto", relata.

Todavía con el miedo en el cuerpo y la ropa cubierta de hollín, Quintana asegura que en los 35 años que lleva viviendo en Artenara y colaborando con la Consejería de Medio Ambiente del Cabildo grancanario, "nunca había visto un incendio tan voraz y rápido". Durante su vida profesional participó en las tareas de repoblación de pinos en zonas cercanas como la montaña de Artenara, de Caballeros y Los Moriscos, por lo que lamenta verlo ahora todo quemado. "Es muy triste verlo todo negro, porque esto tardará años en recuperarse", concluye.

Cabras y perros

Carmelo Quintana se mantuvo ajeno a las instrucciones de evacuación de la Guardia Civil, Policía Local, Protección Civil y Ayuntamiento de Artenara, y permaneció encerrado en su vivienda con el fuego a pocos metros. "Yo no sabía que el fuego venía para abajo", hacia el diseminado Lomo Cuchara, "pero cuando lo vi pegado a mi casa me disloqué y a las dos de la mañana mi mujer y yo empezamos a activar las bombas de agua y a mojar por todos lados, hasta las cinco".

Relata que "esto parecía el fin del mundo, no nos podíamos ir a ningún lado porque estaba todo ardiendo", aunque asegura, con la tensión todavía en el cuerpo y signos evidentes de nerviosismo, que "una cosa es contarlo y otra verlo, en 45 años viviendo aquí hemos visto fuegos grandes en la Cumbre, pero jamás un incendio como este". Fueron sus hijos quienes alertaron a la Guardia Civil de que Carmelo y su esposa permanecían en la casa "pero cuando llegaron estaba todo tranquilo y solo quedaban rescoldos".

Al amanecer pudieron contemplar el desastre causado por las llamas en las inmediaciones de su vivienda y el peligro que corrieron al no estar pendientes de las instrucciones de evacuación. Si bien Quintana está convencido de que "si me hubiera marchado, lo mío se habría quemado todo" perros, gatos y las ocho cabras que cuida incluidas; y apela a que "el Cabildo de Gran Canaria ponga más asunto en la limpieza de las cunetas de las carreteras y haga guardarayas como se hacía antiguamente, porque no ha llovido nada este año y está todo muy seco", concluye.

También se presentaba una jornada de sábado especialmente alegre para la familia de Norberto Sosa, quienes, apenas dos horas antes de declararse el fuego, recibieron por primera vez en su casa del barrio de La Cuevita a Emma, una bebé de siete meses llegada desde Alemania para conocer el municipio de sus abuelos maternos. Pero el encuentro duró poco, pues fueron desalojados. "Los niños no se esperan estas cosas y, aunque sorprendidos, lo vivían desde la inocencia", relata Norberto, quien detalla que "fue un jaleo y se siente mucha impotencia al ver tu pueblo ardiendo y no poder hacer nada".

Con los enseres indispensables y la perrita Luna a resguardo en una caseta y con suficiente agua, la familia Sosa se trasladó al almacén del Ayuntamiento de Artenara. Después fueron trasladados a la iglesia de Acusa, habilitada con colchones, alimentos y bebidas.

El domingo por la mañana, aunque podría haber regresado a su vivienda como el resto de los vecinos, decidió permanecer nuevamente en el almacén municipal "dando apoyo al personal de Cruz Roja hasta que no pueda más". Acariciándose el rostro, visiblemente extenuado, trata de mantenerse activo. "No he dormido nada, la mayoría de la gente se quedó en vela, excepto algunas personas mayores que estaban muy cansadas", continúa Norberto, quien por su profesión en el sector de las ambulancias ha vivido otros incendios importantes en la cumbre pero "es la primera vez que pasa esto en Artenara", sentencia.