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La Cumbre tras el desastre

De bomberos y pastores

El ganadero es un gestor cultural del paisaje y debe ser retribuido y reconocido en su labor profesional, tal como ocurre con bomberos o con jardineros

Ramón, un ganadero de Cueva Corcho, alimentando a sus animales. ANDRÉS CRUZ

El incendio de Gran Canaria ha vuelvo a meternos el corazón en un puño. La zozobra no desapareció cuando se terminó la pesadilla porque la extinción, siendo cierta, es incompleta. Me explico. El alivio del final del incendio no consiguió apagar, al menos en mi caso, el desasosiego que sigue ahí clavado en el corazón como una brasa latente. En los últimos años hemos visto quemar demasiados montes como para pensar que este sea el último. La falta de soluciones estructurales y estructuradas para hacer frente a los grandes incendios nos hacen mirar con inquietud para el monteverde de las cumbres isleñas y para tantos territorios peninsulares que son ya más forestales cerrados que campiña abierta y entretenida.

Por eso hace años que no miro al monte con franqueza, disfrutando de sus encantos. Ahora lo miro con intranquilidad, con una extraña sensación de tragedia en ciernes. Los montes, y las tierras de medianía desmanteladas que ahora les hacen de mecha, ajenos a la mano del hombre que en un tiempo no muy lejano los trasegó con ganados, recogiendo leña y pinocha, organizando viñedos, castañeros, carboneras, entresacas y aclarados, están ahora quietos, parados, vulnerables a la primera chispa.

El abandono de las actividades tradicionales y su relación con el incremento de materia combustible en el monte está fuera de toda duda. Por eso la solución no está en la extinción, sino en la prevención, como se ha dicho miles de veces. Ante un incendio, lo urgente es apagarlo, y para eso están los bomberos, es cierto; pero lo importante de verdad sería prevenirlo, y para eso hacen falta pastores, agricultores, carboneros...

El diagnóstico está hecho: es más inteligente convertir la 'energía verde' del monte en proteína o calor y en paisaje complejo que resignarse con apagar incendios. Además, los suelos bien pastoreados retienen más CO2 y las masas forestales intervenidas con inteligencia son más saludables. Los paisajes tratados con cariño se hacen más ricos, alimentan cuerpo y alma y actúan como mitigadores del cambio climático.

La desaparición de los oficios de la tierra es una constante que se repite tanto en las islas como en la península. En lo que respecta al pastoreo el principal escollo radica en la falta de una nueva organización de la actividad que sustituya los últimos pastores. El problema más que de relevo generacional, que también, como recurrentemente se reitera en los análisis que intentan explicar su decadencia, es de ausencia de un sistema de organización del pastoreo extensivo que sustituya, o complemente, al vigente, renqueante y escaso, sistema de pastoreo familiar. Ahora que no están en el monte los privados, me refiero a las familias y comunidades locales de pastores, tenemos que hacer una reflexión desde lo público y la sociedad en conjunto para preguntarnos qué paisaje rural y forestal queremos.

La extinción del pastoreo extensivo responde a una concatenación de causas que lo han situado fuera de los oficios y profesiones de interés. Los costes de transacción del pastoreo, mucho tiempo de dedicación, jornadas muy largas, no deja tiempo libre, esfuerzo físico continuado, escasa rentabilidad económica, numerosas contingencias negativas para el ganado, etcétera, son altísimos y repercuten directamente sobre el pastor, su familia, su autoestima y su bienestar. Por el contrario, los beneficios ecológicos para el territorio de su actividad son muchos y apreciables y los disfruta la sociedad (paisajes de pastizales en mosaico y abiertos, caminos y senderos limpios, agroecosistemas más entretenidos, quesos y carnes de alta calidad, etc.) pero no son retribuidos, ni tan siquiera reconocidos pues los pastores son considerados como ciudadanos de segunda.

La idea sobre la que convendría trabajar es en la creación de rebaños corporativos de titularidad pública, vecinal o asociativa, con respaldo económico que se haga cargo de los costes de transacción y permitirían que los pastores fuesen reconocidos como profesionales con derechos laborales, retribuciones y descansos similares a un jardinero o bombero. En realidad, un pastor es un gestor cultural del paisaje y un edafoterapeuta. Reconozcamos su valía e incorporemos su saber a la gestión del campo.

La verdadera innovación con el pastoreo sería ensayar esas nuevas fórmulas de rebaños corporativos bien dirigidos y operando en los montes abandonados y huérfanos de pastores y pastos. No podemos quedarnos en el lamento y en echarlos en falta porque los pastores, tal como los conocimos, no van a volver y los pocos que quedan no son suficientes.

Espero que algún día, a no mucho tardar, la sociedad urbana y sus instituciones interioricen la idea de que es mejor, más rentable y más beneficioso para la conservación de la naturaleza y el desarrollo rural, y de paso la agroalimentación local de calidad, invertir en sistemas organizados de silvopastoreo y manejo del monte en lugar de fiarlo todo a incrementar los medios técnicos de los bomberos. Hay que invertir en el diseño de rebaños bien organizados de ovejas y cabras del país y en nuevas organizaciones y visiones del pastoreo, porque seguir haciéndolo solamente en hidroaviones no atiende lo importante y se queda solo en lo urgente.

Un buen equipo profesional de pastores haciendo silvopastoreo y encargándose de la gestión agroecológica de un monte es tan necesario como un buen equipo médico, un buen plantel de maestros en una escuela o un buen servicio de jardinería urbana. La rehabilitación funcional del pastoreo no responde a una reclamación nostálgica sino a una reclamación innovadora que resitúe el oficio en el futuro como una profesión prestigiosa y de reconocido interés público. Ese día habremos logrado que un oficio que nos acompaña desde el inicio de la Revolución Neolítica y estuvo al borde de la extinción, remonte el vuelo y se integre en la sociedad agropolitana y posindustrial.

Me consta el interés del Cabildo de Gran Canaria en esta perspectiva. En Funchal coincidimos hace un par de años en unas jornadas para reivindicar un pastoreo de conservación en Canarias y Madeira. Soy consciente de las dificultades que entraña pero creo que la solución se encuentra en una revisión de los oficios de las medianías y del monte, para recuperar recursos agroalimentarios, energéticos y paisajes evitando con ello tanto riesgo, tanto desasosiego y tanto incendio. No será fácil, pero tenemos que encontrar una fórmula viable, económicamente soportable, ecológicamente aceptable y socialmente admitida y comprometida.

Jaime Izquierdo. Experto en gestión rural

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