La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

ANÁLISIS

Un reloj centenario

La esfera más pública de la Villa de Santa Brígida, traída en el año 1920 procedente de la ciudad alemana de Leipzig, cumple un siglo dando cuerda al pueblo

Un reloj centenario

El emblemático reloj de la Heredad de Satautejo y La Higuera, que preside uno de los enclaves más tradicionales de la Villa, La Alcantarilla, cumple cien años. Desde que se instaló en lo alto del edificio, allá por el año de 1920, ha sincronizado la vida de los satauteños. Su historia se remonta al año 1914, cuando se terminó un sencillo semicírculo que el arquitecto grancanario Fernando Navarro había trazado para instalar un reloj patrón que determinara el horario y los turnos para regar.

El reloj fue pedido a Alemania, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial obligó a parar el tiempo. Hasta que en 1920 la firma Bernhard Zacharia, la más antigua fábrica existente en la localidad de Leipzig, y que construyera el de la Heredad de Arucas y Firgas, fabricó también nuestro entrañable medidor del tiempo. Y nada más llegar surgió la anécdota que ha quedado en la memoria colectiva del pueblo.

La anécdota de 'el capullo'

Nuestro inolvidable personaje, Jerónimo Rivero Santana (1866-1958), apodado el capullo, porque cuando regresó de Cuba, dejando atrás las brisas del Caribe y la fragancia de guayabas maduras, apareció vestido de blanco, sombrero de jipi-japa, leontina y un hermoso capullo en la solapa que, a los ojos de la gente del pueblo fue la excusa perfecta para echarle encima el agua bautismal de un sobrenombre.

Pues bien, Jerónimo, bajo de estatura y un tanto cascarrabias, apostó con sus amigos de copeteo que él era capaz de subir hasta la azotea aquella pesada caja que un carruaje depositó junto a la fachada.

Pesaba lo suyo, pero él no se atorró y tirándose hacia atrás para armarle contrapeso se la echó al hombro y la puso arriba sin pestañear tras desandar 40 escalones del edificio de la comunidad de regantes. Fue así como nuestro personaje se ganó algunas perras y la caja de tea más preciada que jamás se había visto en Santa Brígida.

Problemas

Pero no todo ha sido avanzar y correr en el tiempo. En estos cien años nuestro reloj ha sufrido algún que otro achaque, ya sea por el calor, la falta de grasa en su engranaje o el frío de las medianías.

Pero siempre ha dispuesto de diligentes 'relojeros' como Jacobo González Velázquez, el ranchero Pascasio Déniz González y ahora José Manuel Suárez Vega, que volvían a poner en hora a uno de los mejores símbolos de identidad de la Villa. De modo que por unos instantes estos vecinos tenían el tiempo entre sus manos.

Desde su llegada al pueblo, se cuenta que cuando el reloj daba las doce del día, los campesinos se detenían para ajustar sus relojes de bolsillo con la hora oficial de la Heredad. Aquella bella esfera había logrado que los satauteños levantaran la mirada, aunque solo fuera para que observen cómo avanzan sin cesar las agujas inmutables del tiempo.

Un siglo atrás, cuando el pueblo era más pequeño, La Alcantarilla era un rincón emblemático de Santa Brígida, dueña de una personalidad propia y de otro ritmo de vida. Era un lugar donde todo el mundo paseaba hacia El Castaño y se oían los pasos de la gente.

Y a la sombra del reloj de la Heredad se hallaban la vieja Sociedad, frente por frente; la fonda Melián, obrador del pueblo; el bar Rodríguez con la centralita telefónica, los surtidores de gasolina y los coches de hora, que allí tenían la parada.

Era, sin duda, un lugar entrañable, donde el pueblo se congregaba y se encontraba mientras disfrutaba del paso lento del tiempo. Hoy es la calle Tenderete la que ha asumido este papel, dueña de aquella antigua personalidad, y donde se ventilan el diario quehacer del pueblo y todos los posibles chismes.

Compartir el artículo

stats