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Santa María de Guía

Las caracolas de las pandemias

El pregón virtual de las Fiestas de la Virgen relata los momentos más críticos de Guía

Las caracolas de las pandemias

Fiebre amarilla, plagas de langosta, cólera morbo, gripe española, dos guerras mundiales, una guerra civil, y una durísima postguerra han ido forjando el carácter de un pueblo, como el de Santa María de Guía, en el que algunos de estos episodios se cebó especialmente con la localidad norteña.

Lo narra un relato epistolar hilvanado en un documental de 40 minutos, a modo de pregón virtual de las Fiestas de la Virgen, idea y guión del escritor guiense Javier Estévez, y que cuenta con la aportación histórica del también escritor y archivero municipal Sergio Aguiar y la puesta en contexto del director gerente del Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín, Jesús Morera Molina; el cura párroco, Higinio Sánchez; y el mayordomo de las Fiestas de las Marías; Nicasio Guerra Galván.

En el desarrollo de una carta que escribe una estudiante foránea a la que el Estado de Alarma sorprendió en la ciudad, se desgrana lo que vive y siente durante el confinamiento, lo que ve, como la torre solitaria que sobresale sobre el perfil de sus alturas, o el impresionante vacío de sus calles. Un vacío que un día se torna en esperanza, "en sonidos de ilusión".

"Un día", escribe, "vi como justo al mediodía mis vecinos subían a sus azoteas o se asomaban a sus balcones y ventanas y comenzaron a hacer sonar sus caracolas". Para explicar que "el bucio, como también lo llaman, ofrece un sonido extenso, prolongado, como de trompa, como el que convoca a los pueblos antes de la guerra. No te exagero si te digo que para mí el sonido de la caracola fue como la señal que anuncia la batalla".

Es Nicasio Guerra el que sirve en detalle su origen en un pueblo "que no es marino", pero que tuvo en la caracola el arma, apoyada por los tambores y cajas de guerra, "para combatir la langosta, para hacer ruido y que siguiera su paso". Para entender la primera de las catástrofes hay que remontarse a 1811, cuando a la sequía se le une la plaga de cigarras "que se cebó con la isla, pero sobre todo con Guía, y cuyos agricultores imploraron a la Virgen, hasta que se obró el milagro, "con una lluvia que acabó con la plaga y la aflicción". Desde entonces, -de ahí el origen de Las Marías-, "los vecinos de todos los barrios emulan al son de las caracolas y los tambores", aquellas fechas inciertas, "y cumplen cada año la promesa que hicieron en la montaña de Vergara".

Pero fue solo un suspiro de alivio. Es a Aguiar al que le toca explicar que un año antes comienza la fiebre amarilla en Tenerife y cuando llega a la capital grancanaria "mucha gente huye hacia medianías", expandiendo la epidemia. "A principios del XIX Guía atraía a muchas personas por ser sede de escribanías, sede del Regimiento de las Milicias" y por su actividad comercial. Pero no existían desagües de aguas negras, las calles no se limpiaban y en las casas se convivía con cochinos, cabras y gallinas.

Los efectos fueron demoledores. En pocos días murieron familias enteras, con "escalofríos, pulso frenético, fiebre, dolor de espalda, vómitos de sangre y ojos amarillos". Guía supo de estos síntomas en agosto de 1811, y se crea una junta de sanidad que ordena el confinamiento. Pero fue tarde. En cinco meses morían 300 personas, enterradas en un cementerio improvisado en una finca municipal de La Atalaya. "Nada puede compararse con el impacto de esta pandemia", sentencia el escritor, ya que a ella se unía el hambre por el desabastecimiento provocado por la langosta.

Cuarenta años después, en 1851, arriba un barco de Cuba a la capital. Una lavandera de San José se hace cargo de la ropa. Es la primera en contagiarse de cólera morbo. 6.000 fallecidos en Gran Canaria, 164 en Guía.

"Pero no hay dos sin tres", relata la estudiante. Así es como se llega a 1918, con testimonios aún vivos, como el hombre que recuerda de niño acompañar a su madre al cementerio San Roque, donde su abuela estaba enterrada en una fosa común, "en un reguero de cadáveres grises con los pulmones inflamados".

De aquellas tragedias emergió una arquitectura nueva, como la generalización del empedrado para mejorar la salubridad de los espacios públicos, pero también los zaguanes, una suerte de frontera entre lo público y lo privado, "que durante las cuarentenas fue el espacio de intercambio de víveres y objetos necesarios para la supervivencia", hoy convertidos "en miradores del pasado".

Higinio Sánchez se pregunta si esto creará un mundo nuevo. "Jesús decía yo quiero una sociedad nueva, que surge a partir de las personas que empiezan a vivir de otra manera, que se responsabiliza de su vida y la de los demás. Es el reto de siempre", asevera. Para apostillar que cuidó a sus feligreses mediante el teléfono, los medios digitales, el correo, "lo que me permitió ponerme en contacto con la población mayor, que era la que más preocupaba, para que no estuvieran solos".

Esos nuevos medios han sido "nuestro zaguán contemporáneo", relata la estudiante, en una paradoja que resume en un progreso de tal calibre "que nos hacía confiar en que nada podría derrotarnos, hasta que hemos revivido las angustias, la tristeza e incertidumbre de aquellas epidemias".

Un miedo, que como explica Morera Molina, se vivió en el propio hospital universitario, "cuando casi hubo que abrir una tercera planta para el covid, que fue cuando afortunadamente cayó la curva y no pasó lo que podría suceder". Lo que sí sucedió, como resume, es que "nos hemos vuelto menos arrogantes", que la sociedad en su conjunto ha sabido estar a la altura de las responsabilidades que se le han exigido, entre otras, renunciando a unos abrazos "que en Santa María de Guía llevamos marcados en nuestro propio ADN..., pero que nos volveremos a dar". La obra se cierra con un in memorian a los fallecidos en Guía por el coronavirus.

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