La Provincia - Diario de Las Palmas

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Crónica histórica

Agaete, mito y poesía

La impronta que legó el poeta y médico Francisco de Armas es patrimonio indisoluble de la villa

Tomás Morales, Saulo Torón y Alonso Quesada, en casa de éste último. La Provincia

El matrimonio entre Tomás Morales y Leonor Ramos hizo que el poeta emparentara políticamente con los Armas, la familia patricia agaetense por antonomasia de la que Leonor era sobrina, encontrándose entre los familiares más allegados, su primo Francisco de Armas Medina (Agaete, 1896- Las Palmas de Gran Canaria, 1939), el médico poeta que había recibido de Tomás Morales las primeras lecciones de medicina, durante su primer año de preparación en Agaete como alumno libre, tiempo en el que durante las pausas es más que probable que alumno y profesor aprovecharan para hablar de métrica, de poesía y de modernismo, que era otra de las pasiones que les unía y que Francisco de Armas siguió cultivando una vez licenciado en Medicina y Cirugía el 10 de junio de 1920, a los 24 años de edad.

El legado literario del médico y poeta que fue Francisco de Armas es el fiel reflejo de sus dos grandes inclinaciones aprehendidas desde su juventud como fueron la medicina expresada en el poema Nocturno de Hospital y su amor por Agaete, su paisaje y su paisanaje en la composición Camino de Guayedra, un poema que como conté en otra ocasión viajó allende los mares a la Argentina, donde la colonia de canarios afincados en Buenos Aires publicaban la revista Canarias, de la que Francisco Medina Ramos, su pariente, era el editor. Aquel poema que en el viaje de ida lo remitía su autor, en el de vuelta, y ya publicado, lo rubricaba Teodoro Golfín, que era el pseudónimo con el que firmaba Francisco de Armas y que se correspondía con el nombre del médico de la novela Marianela de don Benito Pérez Galdós.

Reclutado como médico durante la Guerra Civil Española, Francisco de Armas Medina fallecería de forma prematura el 7 de septiembre de 1939, a la edad de 43 años, a los pocos meses de acabada la contienda civil, un desenlace que no pasó inadvertido entre los círculos profesionales e intelectuales capitalinos que no tardaron en expresar sus condolencias a través de la prensa, como así lo hizo Luis Doreste Silva, en un extenso panegírico necrológico en el que recoge la visión idílica que el finado tenía de su pueblo natal al que consideraba, «una de sus grandes idolatrías, Agaete, su pueblo natal en huellas líricas de Tomás: Agaete marinero, azul de infinita turquesa para las esmeraldas profundas del valle, bienvenida oceánica de mano bronceada, noblemente ruda…»

A pesar de los años transcurridos desde su fallecimiento, el nombre de aquel intelectual agaetense y profesional de la medicina como fue Francisco de Armas Medina dejó tal huella entre quienes le conocieron y trataron, que en el año 1958, en una conferencia dictada en el Círculo Mercantil de Las Palmas de Gran Canaria por el eminente doctor don Juan Bosch Millares, bajo el título Francisco de Armas, médico y poeta, y más allá de los consabidos méritos profesionales, volvió a resurgir nuevamente la relación entre Paquico y Tomás, en un canto que recrea el Agaete que ambos compartieron. En la mejor prosa poética que el doctor Bosch Millares nos dejara para la posteridad se mencionan «los paseos de alumno y profesor por las calles de Agaete o por la carretera de las Nieves y el Valle dando rienda suelta a sus composiciones literarias arrullado por el canto del agua al caer sobre el sendero, o por el croar de las ranas en las vespertinas horas del día» , en la que los dos amigos médicos y poetas «cantaron contemplando el mar, la honda placidez de sus días serenos, la grandeza de sus temibles tempestades, su bramar furioso, el encaje magnificente de sus espumas y el choque terrible e impetuoso de sus olas contra el alto acantilado».

Agaete, mito y poesía

Aquellas tertulias nocturnas iniciales que se celebraban en la casa de don Antonio Abad Ramos, amigo de Tomás y tío de Leonor, continuaron a plena luz del día -durante la sobremesa- en el mítico Huerto de las Flores propiedad de la familia Armas, en el que se dio cita lo más granado de la intelectualidad grancanaria de aquel tiempo, destacando entre los convocados los poetas Rafael Romero (Alonso Quesada) y Saulo Torón, cuya amistad, iniciada en la época de colegiales, se consolidaría con el paso de los años y que, junto con el pintor y también amigo Néstor Martín Fernández de la Torre y la concurrencia de los profesionales de la prensa del momento, lograron hacer de Gran Canaria y de Las Palmas capital el centro del modernismo canario y de Agaete un lugar de referencia y foco cultural privilegiado, en el que la confabulación de las castálidas lo devolvieron a su cosmos poético.

Fue así como visitó Agaete y participó en aquellas tertulias el pintor, dibujante y gran retratista que fuera Eladio Moreno Durán (Estepa- Sevilla, 1887- Las Palmas de Gran Canaria, 1949), amigo de Tomás Morales desde los años de estudiante en Madrid, cuando frecuentaban la tertulia de Francisco Villaespesa en la que se conocieron y que, afincado desde el año 1917 en Las Palmas de Gran Canaria, como profesor de dibujo en las Escuelas de Comercio y de Magisterio, reforzarían aquellos lazos afectivos hasta tal punto, que en las diferentes ocasiones en las que Eladio Moreno visitó la villa marinera, orientó la visión poética de Tomás Morales hacia el valor pictórico de las tablas flamencas de Joos van Cleve, dejando en su haber varios dibujos, retratos y hasta una caricatura a lo Toulouse Lautrec del poeta cantor del Atlántico.

Algunas de estas obras se encuentran expuestas en la Casa Museo Tomás Morales, en la villa de Moya, su pueblo natal, utilizándose el dibujo que está fechada en el año 1908 en Madrid, para ilustrar los dos tomos que contienen la Oda al Atlántico y los Poemas de la Ciudad Comercial, editados en el año 1971 por los excelentísimos Cabildo Insular de Gran Canaria y Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, respectivamente, con motivo del cincuentenario del fallecimiento del poeta.

Eladio Moreno acompañaría a Tomás en el viaje que hizo a Madrid en 1920 cuando presentó el Libro II de Las Rosas de Hércules en el Ateneo madrileño en el que Morales conoció al escultor Victorio Macho, quien se ofreció para hacerle un busto, encargándose Eladio de tratar con el artista los detalles técnicos de una iniciativa que generó, en un primer momento, la consiguiente polémica provinciana entre los partidarios y detractores de tal decisión, alegando que habiendo fallecido antes dos personalidades grancanarias de la talla de don Benito Pérez Galdós y de don Fernando León y Castillo, aún no tenían reconocimientos similares. Una controversia que se zanjaría con el apoyo de la prensa local y madrileña que aprovecharon la ocasión para alentar a que se procediera de la misma manera con dos de los personajes grancanarios más señeros de todos los tiempos. Aquel estado de opinión calaría entre los responsables institucionales de turno que encargaron los proyectos escultóricos a mayor honra y gloria del autor de Fortunata y Jacinta y del Ministro de Ultramar y Marqués del Muni, a Victorio Macho y a Mariano Benlliure, respectivamente.

Las tertulias de amigos en el Huerto de las Flores en Agaete fueron correspondidas por Tomás Morales con su asistencia a las que se celebraban en Las Palmas capital, en la que no había familia o personalidad relevante relacionada con la cultura, que no celebrara aquel tipo de encuentros como así lo hicieron los Hermanos Millares (Luis y Agustín), Domingo Doreste (Fray Lesco), el poeta Domingo Rivero de quienes eran fervientes admiradores Tomás, Alonso y Saulo, quedando para los amigos íntimos las casas de éstos dos últimos, en las que también el verso fue motivo de convocatoria.

La cortesía de Tomás Morales con los tertulianos capitalinos hizo que trascendieran más aún si cabía los encuentros poéticos en el recinto botánico del Huerto de las Flores en Agaete, sumándose a los incondicionales de Tomás, como ya lo eran Eladio, Alonso y Saulo, el dramaturgo, novelista y poeta Claudio de la Torre, el ingeniero y miembro de la directiva del Museo Canario, Manuel González Cabrera -que sería consejero del Cabildo de Gran Canaria por el Partido Liberal Demócrata, con el que concurrió en las elecciones de 1920, junto con Tomás Morales-, los hermanos Luis y Agustín Millares Cubas (médico y abogado respectivamente), reconocidos novelistas y dramaturgos, estudiosos del léxico y habla canaria, fundadores del Teatrillo de los Hermanos Millares y vinculados también al Museo Canario, al igual que el joven abogado Rafael Cabrera Suárez, colaborador en los periódicos El Espectador y Ecos, un diario, éste último, dirigido por Alonso Quesada en una etapa en la que corrieron buenos tiempos para la poesía y para el posicionamiento social de los poetas a través de la prensa que, frecuentemente, publicaba los versos de los bardos más destacados.

¡Qué sensación decimonónica me invade cuando me pongo a ojear aquellos periódicos de cuyas hojas amarillentas por el paso de los años brotan, cual agua de manantial, los versos de poetas como Tomás Morales, Saulo Torón, Agustín Millares Carló, Rubén Darío, Luis Doreste Silva, Antonio y Manuel Machado, Eduardo Marquina y hasta Miguel de Unamuno! Encontrándome también con algunos versos inéditos de Benito Pérez Galdós y, por supuesto, los del gran poeta Alonso Quesada (Las Palmas de Gran Canaria, 5 de diciembre de 1886 – 4 de noviembre de 1925), recopilados posteriormente en El Lino de los Sueños, en cuya edición del año 1915 colaboraron Néstor Martín Fernández de la Torre con el diseño de la portada, Tomás Morales con la epístola en verso: «Hermano Rafael: Desde tu mente/ cálida de esa luz del mediodía,/ tu canto llega a mí, sonoramente,/en un desbordamiento de armonía», y Miguel de Unamuno con el magnífico y sentido prólogo agradeciendo al autor «la fineza de dedicarme sus Poemas áridos… Áridos, sí, como las cumbres de Gran Canaria, como aquellas negras tierras calcinadas. ¡Tierras de fuego!... lo árido, lo seco, no es por ello frío en poesía. Antes al contrario. Y Dios me dé más bien poesía seca y ardiente que no húmeda y fría, como la hojarasca. Poesía seca, árida, enjuta, pelada, pero ardiente. Poesía de salmo. Y nada de ese rumor de follaje mojado y frío. De ruido de las hojas mecidas por las auras del oloroso abril, poco, muy poco. Mejor el bramar del simoun entre montones de arena».

Agaete, mito y poesía

Alonso Quesada acabaría siendo el tertuliano más conocido y familiar entre la gente de la villa de Agaete, pues allí pasaba con frecuencia fines de semana y temporadas, en casa de su amigo Tomás Morales, por mor de su estado de salud, en busca de los aires del Valle y las aguas medicinales de los Berrazales, junto con la brisa marina; viéndosele con asiduidad paseando por el Puerto de las Nieves, el lugar que le inspiró para componer el poema En las Rocas de las Nieves, con el que nos dejó la impronta visionaria, cuasi alucinatoria de aquellas montañas brujas y de las rocas encantadas, cuando no en la azotea de la casa solariega de los Morales Ramos en pleno centro del casco urbano, conversando con Tomás y disfrutando de las puestas de sol y de las montañas de Tamadaba; momentos que fueron propicios para el ensueños y la fabulación que probablemente le inspirarían los versos del poema Tranquilo recuerdo, apostillando Alonso tras su firma «Pinares de Tirma (Gran Canaria) 1917».

De la contemplación del paisaje de Agaete, junto con los relatos populares, el ajetreo cotidiano de la vida campesina y la tuberculosis surgió el poema dramático de Alonso Quesada La Umbría, que publicado en el año 1922, no pudo ser disfrutado en vida por su amigo Tomás Morales, en cuyas más que espléndidas descripciones y acotaciones teatrales, Alonso nos dejó su visión idílica de aquel Agaete que tendría presente Pepe Dámaso, el pintor de Agaete, para elegir las localizaciones cuando rodó la experiencia fílmica basada en la obra del poeta en 1975: «Un campo de la isla Atlántica. Bosque de pinares. Barrancos solitarios. El eco del viento montañés rompe en las honduras de los Valles, Mediodía de otoño. El sol, nublado, acaricia dolorido las mieses y las yuntas. El campo lleno de silencio, como el mar lejano. De vez en vez, voces perdidas, cantos lentos de los hombres que aran la tierra. El rumor del mar es como una remota voz humana», determinando con maestría las referencias espacio- temporal correspondientes con la realidad geográfica que le circunda, como era el «VALLE: campo saludable y feraz de la isla, cercado de montañas, a la orilla del Atlántico. Al pie de los montes, el puerto de las Nieves. Sobre las montañas gigantes, Tirma, el pueblo de los leñadores. Junto al VALLE, la llanura de Guayedra, y más lejos, la caldera del NUBLO, el viejo volcán herido», sin que le falten las referencias anímicas, tristes y sentimentales de «un otoño de mar. Nubes de oro cuando el ocaso avanza. Los pinares de TIRMA sobre los montes surgen entre la niebla dorada, pequeñitos, como hombres. El faro del Puerto, al socaire de las montañas, brilla encendido desde la media tarde. Largas pausas, extendidos silencios, como si alguien escondido en los sótanos oscuros escuchara el latido del corazón del mar».

Más allá del ejercicio de la medicina, de las tertulias y de la pasión literaria y artística en general, entre aquel grupo de amigos y parientes convocados en Agaete, siempre hubo tiempo para el ocio y para el disfrute, y si unas veces fue en la playa del Puerto de las Nieves en la que vemos a Tomás Morales con el atuendo típico playero de principios de siglo o de paseo por el Roque Partido (Dedo de Dios) y Muelle de Agaete, llegados los tiempos modernos, si bien mantuvo el caballo por exigencias de la profesión, no se privó de conducir un automóvil acompañado de los amigos habituales entre los que se encontraba el fotógrafo Tomás Gómez Bosch, un testigo privilegiado, y cronista iconográfico de excepción de aquellos momentos, quien con su cámara y su arte nos dejó para la posteridad algunas instantáneas y momentos singulares de la vida de Tomás Morales y su entorno en Agaete.

Los poemarios como El Lino de los Sueños y Las Rosas de Hércules de Alonso y Tomás respectivamente, gozaron de las cubiertas diseñadas por Néstor Martín Fernández de la Torre, mientras que la del primer libro de poesía de Saulo Torón ((Telde, 28 de junio de 1885 – Las Palmas de Gran Canaria, 23 de enero 1974), Las Monedas de cobre, fue obra de Tomás Morales y el prólogo del gran poeta español Pedro Salinas.

Reclutado como médico durante la Guerra Civil, De Armas fallecería con solo 43 años

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Un libro cuyos versos se habían dado a conocer en 1918 (un año antes de su publicación) en el salón- biblioteca del Museo Canario y que una vez publicado fue acogido por la prensa de muy buen grado, reafirmando el periodista Francisco González Díaz que «Saulo Torón está en sus versos. Leedle para poder conocerle, ó conocedle para poder leerle. Siempre hallaréis acuerdo absoluto entre su yo y su obra. Es tímido y suave como un cefirillo, como aquel céfiro blando que cantara uno de su gremio. Tales, suaves y tímidas, sus composiciones. Leyéndolas, sentimos en la frente besos de dulzura y melancolía que nos da al pasar la vida humilde que vive el poeta. Goces domésticos limpidísimos de un culto pudoroso, rastros de cosas amigas y queridas, remembranzas infantiles, ensueños perseguidos y disipados como aéreos fantasmas que la luz ahuyenta, tiernos afectos y pequeñas rebeldías en voz baja contra el destino, rebeldías de un temperamento franciscano hasta cuando se subleva».

Mientras Agaete se reafirmaba en el contexto insular como exponente cultural gracias al ambiente idílico-poético que emanaba de las tertulias en el hoy mítico Huerto de las Flores y como consecuencia del deterioro evidente que sufría la ermita del Puerto de las Nieves «en la que se da culto a la milagrosa imagen de la Virgen patrona de aquella villa, y mientras a expensas del párroco Sr. Quesada Saavedra y de los vecinos, se hagan las necesarias reparaciones con toda urgencia, ayer ( día 2 de abril de 1916), fue trasladada en solemne procesión dicha imagen de la Virgen de las Nieves, desde la expresada ermita a la iglesia parroquial», situación de la que tuvo inmediato conocimiento el Cabildo Insular mediante «una carta de varios vecinos del pueblo de Agaete que solicitan se asigne una subvención para contribuir al arreglo de la ermita», y que en espera de respuesta, el cura y los vecinos emprendieron a través de una suscripción pública en septiembre de aquel mismo año.

Y como a perro flaco todo son pulgas, en el año 1918, cuando la Primera Guerra Mundial tocaba a su fin, una epidemia de sarampión hizo que se cerraran las escuelas municipales de Agaete mientras la prensa alertaba de la hambruna que se padecía en la villa marinera cuando avanzado el mes de abril de aquel año hacía «quince días que en este pueblo no se encuentra un kilo de gofio ni un pedazo de pan con que alimentarse estos vecinos, a pesar de los reiterados telegramas y comunicación dirigidos por esta alcaldía al señor Luengo», que era el delegado del Gobierno al que se le pedía que actuara frente a los acaparadores y comerciantes sin escrúpulos.

Los avatares de la contienda mundial, la hambruna y las epidemias no fueron óbice para que dejaran de celebrarse las fiestas en Honor a Nuestra Señora de las Nieves con sus respectivas Ramas en las que entonces predominaba el aspecto religioso, especialmente el de las promesas y rogativas, sin olvidar la parte lúdica ni perderse el regocijo que suponían los encuentros familiares y de amistad, tal es así, que en la primera fiesta de postguerra, en el año 1919, volvieron a lucir las carrozas como aquella que bajo el sugerente título de La Paz brilló en la noche agaetense en medio de una de las dos Retretas.

Para entonces ya estaban nacidos, inscritos y bautizados en Agaete (entre los años 1915 y 1918), los cuatro hijos de Leonor Ramos y Tomás Morales, con los nombres de Tomás, Graciliano, Ana María de las Nieves y Manuel, a quienes les dedicó el Libro Tercero y último de Las Rosas de Hércules, en el que se recoge el Himno al Volcán, fechado en Agaete de Gran Canaria.

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