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Artenara

La Cuevita en soledad

Por tercer año consecutivo, por el gran incendio de 2019 y los otros dos de la pandemia, el pueblo de Artenara vive en intimidad el día grande de su fiesta

La camarera de la Virgen de la Cuevita, Mari Suárez, prepara el regreso de la patrona, hoy lunes, en la ermita horadada y labrada en el siglo XVIII. | | ANDRÉS CRUZ

Miki Guerra se encuentra en el zaguán de su casa en la plaza de San Matías. Sentado en una silla, con la cancela abierta leyendo plácidamente El humor de mi vida, un relato de muerte escrito por la humorista Paz Padilla.

Imagen de la plaza de San Matías, ayer, durante la misa del mediodía. | | ANDRÉS CRUZ

Está el día para eso, con una tranquilidad absoluta, tan solo rota por las campanas que llaman a rebato para la misa de las doce, el murmullo de la terraza del restaurante La Casa del Correo, que casi recién abrió sus puertas, y los visitantes que se acercan al fondo para alongarse a la caldera de Tejeda, que algunos proponen, es fruto «de un meteorito».

También se intuye con la megafonía municipal a medio gas cómo suena la Madelón, uno de los himnos intocables de La Rama, justo como por encima del puesto de turrones de Elías, justo por delante donde se ve al alcalde, Jesús Díaz, con terno azul y medalla institucional propia para procesionar tras el patrón o la patrona de cada pueblo y lugar.

Miki Guerra lee su libro en plena plaza y en pleno día grande de la fiesta. | | ANDRÉS CRUZ Juanjo Jiménez

“Un día tan tranquilo”, suspira Miki Guerra sin mayor alteración que la de pasar página al libro, en el que ya es el tercer día grande del pueblo cumbrero el que la fecha pasa sin mayor gloria que la de pasar desapercibido, bien sean por catástrofes terrestres o víricas.

Díaz hace el recuento. En 2019 por los incendios, y los dos últimos por el virus, con el agravante de que en esta edición al menos la bajada de la imagen de su Cuevita a la iglesia se iba a acompañar de fieles y folclore cuando en la víspera el Gobierno de Canarias mandó parar, al decretar Nivel 4, a efectos festivos una suerte de Defcom Dos, que desbarató por completo el primer conato de normalidad que intentó la municipalidad.

Pero a estos tres años de fatalidad le dio entrante un 2018 de auténtico susto, cuando 42 voladores sin rumbo del afamado espectáculo pirotécnico de Artenara, caían formando un fuego que se propagó en 3.450 metros cuadrados del Espacio Natural del Nublo, costándole tal disgusto e investigación judicial -ya archivada- al alcalde y la concejala de Festejos, Josefa Díaz, que mientras el primer Díaz siga siendo primer edil, «no se celebrarán más», como aseguraba momentos antes de la principal de las tres misas que se cantaron ayer en la localidad.

Si fuera un día de la Cuevita como la Virgen manda, Miki no estaría leyendo el libro a zaguán abierto, «no, no se podría», pero ayer todo fluía, como los mismos ciclistas que tocaban cumbre con una facilidad pasmosa al llamado de la patrona de todos ellos, que lo es desde 1964, y que da pie a pegas y hazañas al pedal.

Allí están como si llegaran de un paseo por una avenida en horizontal, Blas González, de Teror, y Jorge Díaz, de Firgas, para homenajear a su tutora.

González lleva una carrera deportiva intensa, a sus 54 años, al empezar con 16 como juvenil y quedar segundo en una de las carreras a Artenara que salían de Guanarteme para, a través del Albercón de la Virgen, en Guía, tirar por Juncalillo y llegarse a los pies de la patrona. «Son unas tres o cuatro horas», explica, para aportar que también el encuentro previsto por la federación para rendir pleitesía a la Virgen ha quedado postergado a octubre.

Pero él, por su parte, sí que pudo ayer rendir homenaje a uno de sus amigos del alma, otro grande del ciclismo isleño, Pepe Bernal, fallecido a principios de años, que en su día logró, entre otros méritos, ganar una carrera del mundial del veteranos en los años 80, y del que llevaba ayer su mismísima bicicleta, una Moozes Borea de color blanco y negro que mantiene en estado de revista y que resulta el mejor espejo de los recuerdos que le legó Bernal.

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Día de la Virgen de la Cuevita, en Artenara Andrés Cruz

Ya virando a la trasierra y por encima del pueblo, la Cuevita en soledad, con la imagen bajada el pasado día 14 a la iglesia matriz en coche y por la noche, para evitar aglomeraciones.

La camarera de la Virgen, Mari Suárez, hija de la que también lo fuera, Esperancita León, está de rodillas sobre el piso labrado de la ermita troglodita, horadada y labrada a finales del siglo XVIII, ejecutando unos coquetos ramos de helechas y siemprevivas, de costillas de Adán y anturios. Preparando su regreso de hoy lunes.

Mari no tiene queja de los tiempos que vienen y van según marquen los designios. Ella fue feliz de niña en su casa a la vera de la ermita, «jugando al boliche, al escondite y al corrito de San Miguel», y hoy lo sigue siendo atendiendo al deseo de su madre y al cuidado de una Virgen «muy especial, a la que llamo para todo lo que tengo, tanto, que los demás santos se me van a enfadar».

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