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Un jardín para comérselo

La pionera de la agricultura ecológica en la isla, Rosi Campos, crea una insólita postal en Santa Brígida con sus cultivos de flores comestibles

Rosi Campos con un contundente ramo recién cortado del Jardín de Irene. Iralma Armas

Desde hace año y medio prospera a una vera del centro de Santa Brígida una verbena de colores llamada el Jardín de Irene, un asombroso cultivo puesto en marcha por Rosi Campos, pionera de la agricultura ecológica en Gran Canaria, que produce flor comestible, flor cortada..., y una postal insólita.

Entrar en la cultivada finca de Rosi Campos Montesdeoca es correr el riesgo de sufrir un síncope, en versión síndrome de Stendhal, el trastorno psicosomático que provoca una sobrevenida exposición a la belleza.

Campos planta hileras de lechugas, zanahorias y otras hortalizas que apenas son visibles, camufladas en un alucinante mundo de colores, una verbena de pigmentos que emana de los miles de pimpollos de la que es la primera explotación ecológica destinada a la flor comestible y a la flor cortada en la isla. Es un baño de bermejos, carmelitas, ocres, violetas, blancos níveos y blancos rotos y así en toda la gama del espectro visible, y también en todas sus formas, desde la esfera perfecta a los fractales pasando por el concoide de rosetón. De forma que la última ocurrencia de Campos, pionera de la agricultura ecológica en Canarias, es el cum laude de una carrera labrada a golpe de sacho y conocimiento.

Y eso que no hubo precedente genealógico. Nacida en La Isleta en 1965 y estudiante abonada a la matrícula de honor, desde los 21 años comienza a tirar para el monte y una vez que culmina Magisterio se especializa en hortofruticulura, así como en agricultura ecológica y biodinámica.

En ese caminar, su primera producción la vende a la sombra de un laurel que se encuentra en el Pueblo Canario. Empezó con un listado de ocho a diez clientes, que después de un año llegaba a un centenar, que es cuando decide abrir La Zanahoria en la calle Carvajal, convirtiéndola en la primera tienda de productos ecológicos de Gran Canaria, un emblemático despacho que luego se traslada a Ángel Guimerá, y posteriormente a Luis Doreste Silva, y que cuenta desde 2011 con un segundo establecimiento situado enfrente del Mercado Central.

Campos asevera que esa fue una forma «de presentar la agricultura ecológica como una opción normalizada, al fin y al cabo, La Zanahoria es una huerta en mitad de la capital». De hecho, aquella apertura, en 1995, marcó el camino de una revolución que hoy se traduce en un buen número de tiendas ecológicas certificadas puestas en marcha por otros emprendedores como ella, algo que califica como «una maravilla que posibillita un consumo estable de estos productos más naturales».

Rosi Campos, tijera en mano, hace acopio de una cosecha de flores en la finca de Santa Brígida.

A día de hoy Rosi Campos gestiona más de 25.000 metros cuadrados de cultivos, con 30 variedades que ocupan entre a cuatro y cinco personas, según el momento del año agrícola, distribuidas en Telde, El Madroñal, y en la preciosa finca que se encuentra anexa al centro urbano de Santa Brígida, que es la que luce a toda flor, al punto que el vecindario colindante se ha topado de poco para acá con un paisaje de catálogo.

Sus hortalizas se consumen en el mercado local, y en la iniciativa de Ecocomedores del Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria, al que se adhieren colegios, centros sociosanitarios y de restauración colectiva para promocionar la mejora de la calidad de la alimentación, los valores educativos y la salud alimentaria.

La propia mecánica del cultivo ecológico establece para su éxito el distribuir un suelo con la mayor biodiversidad posible, y un recurso para ello es plantar flores, entre otras por su capacidad de atraer polinizadores u otros insectos que combaten plagas.

Bajo la marca el Jardín de Irene comercializa mix de flores por colores o por sabores, para salados o dulces

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Y a remolque de ello hace cuatro años centró una mayor atención a la floricultura en sí. «Realmente empecé porque yo soy la locaplaya de todo», ríe Campos mientras prepara un centro con adormideras, si bien subraya que ya hace seis años, a raíz de la pérdida de una hermana, ya bautizaba todos sus cultivos florales como el Jardín de Irene a modo de homenaje y recuerdo. Y allá donde ella va hay un Jardín de Irene, como el primero que ejecuta en Lomo Espino, Telde, que luego desarrolla con más profundidad en El Madroñal.

Así, hasta que hace año y medio se decanta por Santa Brígida, «que además es la villa de la flores, porque aquí se cultivaban claveles para su exportación». Allí prepara dos lineas de comercialización. Flor comestible en recipientes reciclados de 80 gramos con un mix de flores, bien por colores o por sabores, u otros incluso con combinados específicos para platos salados o para dulces. Y luego ya flor cortada, tanto para clientes que encargan un ramo, como para floristas que los solicitan para celebraciones.

 En agricultura la flor es la cúspide del proceso, y Campos lo lleva al siguiente nivel con una tierra fertilizada con los rastrojos de la cosecha anterior, una poca de estiércol de cabra y un mucho de conocimiento.

Son flores rotundas, perfectas en forma y color, y en unas variedades no tan habituales de ver. Son, entre otras muchas, dhalias, zinnias, cosmos, ammis majus, scabiosas, verbenas bonariensis, malvas reales, rudbekias, crisantemos tricolor, delphinium, girasoles, caléndulas, anthirrinum, ratibias, coreopsis, milenramas, ranúnculos, anémonas, iris y, sí, hasta la propia Rosi Campos, otra flor más, a la que se le traban entre las trenzas sus asombrosas joyas cultivadas.

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