Honores y distinciones del Cabildo | Can de las Ciencias | Manuel Sosa Henríquez Catedrático de Medicina de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Manuel Sosa: «Ayudar a superar una enfermedad es la mejor de las recompensas posibles»

«Me gusta mi trabajo, me pagan por él, y además me premian en mi isla: no puedo pedir más», afirma el catedrático de Medicina de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Manuel Sosa Henríquez.

Manuel Sosa Henríquez. / Juan Carlos Castro

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

El catedrático en Medicina, Manuel Sosa Henríquez, ha sido distinguido por el Cabildo con el Can de las Ciencias por sus investigaciones en torno a la osteoporosis. Especialista en Medicina Interna y Neurología y autor de centenares de artículos científicos, es responsable de la Unidad Metabólica Ósea en el Hospital Insular y miembro del Comité de Asesoramiento Científico de la International Osteoporosis Foundation.

Nace usted en la capital en 1957, ¿Usted por dónde andurriaba de chico?

Por Tafira, soy tafireño de Tafira Alta, de los alrededores de la iglesia de la Inmaculada Concepción.

¿Qué recuerdos conserva de su niñez?

Con el paso de los años los recuerdos se hacen más dulces, y los mejores que tengo tienen mucho que ver con mis amigos, el fútbol, la música..., ahora que me lo pregunta me viene a la mente el salón parroquial del cura Francisco López, que llamábamos Pancho López. Él puso a disposición de los jóvenes de Tafira un espacio en el que podíamos jugar al ajedrez, al  ping-pong, donde poder organizarnos como equipo de fútbol y para disfrutar de la música con nuestros vinilos en el tragadiscos. Todo ello con unos amigos con los que aún sigo manteniendo el contacto. Esos son mis recuerdos, que también se estremezcan con los del colegio Jaime Balmes donde estudio por imperativo familiar ya que mi tío Pedro era su director y mi padre profesor. Era una especie de agravio el que no fuera a estudiar allí, pero le confieso que nunca me gustó ser el sobrino del director por sus connotaciones negativas, pero bueno, también ayudó a forjar carácter.

Es usted un eminente profesional médico. ¿Le llegó usted a pedir un fonendoscopio a los Reyes Magos de pequeño, o su vocación es posterior?

Creo que mi vocación por la medicina empezaría sobre los 14 o 15 años. Yo, con unos 11 años más o menos, lo que quería era ser músico y vivir de la música, cosa que gracias a Dios me quitó mi madre de la cabeza. Y, como le digo, sobre los 14 años, cuando se hacía el bachiller llegaba un momento en el que te tenías que decidir por ciencias o letras. A todos en el colegio nos hacían un cuestionario sicológico con el que se pretendía orientar sobre la decisión, y curiosamente a mí me aconsejaron que fuera diplomático, cosa que nunca se me había ocurrido en mi vida. Además creo que hubiera sido un pésimo diplomático. No así la medicina, que siempre me gustó por un motivo principal, y es que es una carrera que te permite ayudar a la gente, una carrera con la que puedes hacer bien a los demás, y eso siempre me ha gustado, porque a mí de la filantropía lo único que no me gusta es el nombre, pero sí plenamente todo su sentido. El médico tiene la posibilidad de ayudar en los momentos en los que hay una enfermedad, un abatimiento y una tristeza en el paciente y si eso lo alivias o lo ayudas a superar es la mejor de las recompensas posibles.

¿Cómo llega usted a convertirse en uno de los mayores expertos del mundo en osteoporosis?

El ‘culpable’ fue mi maestro Pedro Betancor, catedrático de Medicina y que es Hijo Predilecto de Gran Canaria. Cuando yo estaba estudiando la carrera iba para neurólogo, me gustaba en aquél entonces el campo de la neurología. Yo entro en contacto con él cuando acabo la carrera, a través de otro canario brillante, que es Bonifacio Díaz Chico, que todos conocemos como Nico, y que fue vicerrector de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y tiene varios premios. Nico fue mi profesor, y formamos un tándem, codo con codo, cuando yo aún era alumno de medicina luchando por instaurar en Gran Canaria la primera Facultad de Medicina, trabajando mucho en la sombra y creando una gran amistad entre nosotros. Y de hecho yo soy de esa primera promoción. Cuando acabo, Nico me pone en contacto con Pedro Betancor para que me dirigiera la tesis y de su mano dejo la neurología por la medicina interna. Dado que es una materia tan amplia, hay que focalizarla a un objetivo, lo que me lleva al metabolismo óseo, y de hecho juntos creamos la primera Unidad del Metabolismo Óseo monográfica de España.

Y casi sin medios...

Bueno, el Cabildo, al que estoy tan agradecido, me da una beca en el año 1989, que la patrocinaba Agua de Firgas -que es obviamente el agua que se toma en casa (ríe)-, con la que consigo irme a la Universidad de Oxford, donde había un inglés, Roger Smith, que es referencia europea en osteoporosis. Me formo con él y me vuelvo a Gran Canaria a trabajar en esa unidad metabólica que se abre en 1989 en el Hospital Insular de forma coordinada con la ULPGC.

Universidad de la que nunca se ha desvinculado...

No. Siempre hemos estado juntos, porque procuro integrar los tres apartados que, en mi opinión, debe tener un médico: la investigación, la docencia y la asistencia. Así que yo pasaba a los alumnos a rotar para hacer las prácticas, y al mismo tiempo, aparte de su docencia, podrían ver pacientes a medida que les iba orientando en sus tesis doctorales y a la investigación. Así pude, a lo largo de mi carrera, dirigir 50 tesis doctorales, que es la forma que yo tengo de investigar porque la ULPGC siempre potenció la formación de tercer grado, y ahí me impliqué mucho con sus tesis.

¿Por qué llaman a la osteoporosis la epidemia silenciosa?

 Porque es tan frecuente que se puede considerar epidemia, y silenciosa por que no ofrece ningún síntoma, sino cuando ya es tarde, que es cuando los pacientes se fracturan. No da signos previos de alarma como en otras patologías.

¿Y eso, cómo lo arreglamos?

Hay que identificar a los pacientes con factores de riesgo para trabajar con ellos y prevenir esas fracturas. Ir a los centro de salud, hablando y trabajando con los médicos de atención primaria, analizando la situación con especialistas. Mi afán es que se reconozca al paciente con riesgo de fractura para tratarlo antes de que eso le ocurra. Algo hemos hecho, pero no siempre se logra. De momento, por lo menos, conseguimos identificarlos.

 Tiene usted la virtud de convertir conceptos médicos en un entretenimiento. Lo hace con la vitamina D y el falso mito del tiempo soleado o también con los zurdos...

Ah. Los zurdos es mi otra pasión. Mi dedicación profesional es la osteoporosis, pero para divertirme y pasarlo bien: todo lo que tenga que ver con los zurdos, porque lo soy y me dificultaron serlo. Y tuve suerte, porque a un tercio de los que nos reconvierten o nos contrarían podemos desarrollar dislexia o tartamudez, porque en realidad el que nace zurdo lo es para toda la vida. El mejor ejemplo se ilustra en la película El discurso del Rey, donde al pobre Jorge VI le obligaron a usar la mano derecha, provocándole una tartamudez que lo marcó de por vida. Hoy, gracias a Dios, quiero creer que esto no se permite, pero hasta hace no muchos años era habitual. A mi, por ejemplo, me amarraban la ‘mano del diablo’ a la pata de la silla.

Fue usted creador y director de la ‘Revista de Osteoporosis y Metabolismo Mineral’, forma parte del Comité de Asesoramiento Científico de la International Osteoporosis Foundation. Además, participa del consejo editorial de cuatro revistas científicas internacionales y revisor de otras 32 revistas de todo el mundo, sin olvidar sus 265 artículos en revistas nacionales e internacionales, y la dirección de 50 tesis doctorales. Pero, ¿cómo lo hace?

Trabajando en equipo con los alumnos, convirtiéndolos en doctorandos y, los doctorandos, en compañeros de trabajo.

Con la perspectiva que regala el tiempo, ¿qué le sugiere la isla que lo vio nacer y que hoy le reconoce su labor profesional?

Yo siempre he estado muy orgulloso de ser canario. Cuándo me preguntan qué de dónde soy siempre digo que de Canarias. Presumo y me enorgullezco a la vez. Canario de Gran Canaria.

Canario de Gran Canaria, y que ha sido distinguido con el Can de las Ciencias, ¿cómo se queda?

Pues imagínese, inflado como un pavo real, muy contento, muy orgulloso y muy agradecido. Honrado de mi tierra, de que mi gente, y de que el Cabildo me haya premiado, le aseguro que no quepo en mí. Le puedo decir que me considero un privilegiado: me gusta mi trabajo, me pagan por él, y además me premian en mi isla de Gran Canaria: no puedo pedir más.

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