San Bartolomé de Tirajana

La pobreza vive al otro lado de El Veril

La falta de vivienda provoca que el chabolismo aumente en los barrancos de El Cañizo y La Fuente, a pocos metros de Playa del Inglés

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Chabolismo en los barrancos El Cañizo y La Fuente

Juan Castro

Rafaela Utrera acaba de cumplir 60 años. Y llega a esa edad en una chabola en la que vive desde hace un año junto a sus dos hijos, ambos con una discapacidad. «Nadie me alquila una vivienda porque no tengo avalista», se lamenta. Como ella, decenas de personas malviven en casetas de campaña, coches y chozas de madera. Desea marcharse de allí y dejar de vivir en la situación de exclusión social en la que se encuentra.

Silencio. Solo escucha el viento y los coches que a apenas 20 metros circulan por la GC-1. A su espalda solo tiene una amplia extensión de tierra, cardonales y aulagas que brotan en los serpenteantes barrancos de El Cañizo y La Fuente, y enfrente los grandes edificios turísticos de Playa del Inglés que cada día generan importantes ingresos al principal sector económico de las islas. Pero bajo sus pies solo tiene tres casetas de campaña que distribuye a modo de habitaciones y siete palés apilados y cubiertos con otras tantas lonas negras que funcionan como pequeña cocina. Aunque solo cuando tiene comida, cosa que no ocurre todos los días. Del baño, ni rastro: una garrafa de agua junto a un barreño que utiliza para ducharse como puede y para lavar la ropa. Y sin inodoro. «¿Y a mi quién me ayuda? Lo he pedido hasta de rodillas, pero nadie me alquila una vivienda», relata con la mirada triste, perdida y lágrimas en los ojos Rafaela Utrera, una de las decenas de personas a las que la emergencia habitacional ha expulsado del sistema y quien desde hace meses malvive en una chabola que se ha construido en pleno barranco al otro lado de El Veril, en San Bartolomé de Tirajana. «Qué hago, ¿me mato?».

Como ella hay decenas de personas con recursos limitados que intentan llevar una vida lo más digna posible a pesar de la situación de pobreza y exclusión social en la que se encuentran. Unos, por necesidad, mientras que otros aunque llegaron a ese estado por necesidad, ahora permanecen allí por voluntad propia. Los barrancos de El Cañizo y La Fuente, ubicados en el margen superior de la autopista a su paso por la entrada de Playa del Inglés, llevan años siendo el lugar de guarida de muchas personas, españolas y extranjeras, que han elegido ese espacio para habitar en cuevas que han adaptado como improvisadas  infraviviendas. Otros directamente levantan una chabola con restos de madera, palos, algunos hierros y lonas, o viven en tiendas de campaña, todos a merced del viento y las cada vez más frecuentes altas temperaturas.

Rafaela Utrera en el interior del espacio que ha habilitado como cocina.

Rafaela Utrera en el interior del espacio que ha habilitado como cocina. / Juan Castro

Hasta allí se desplazaron hace unas semanas agentes de la Agencia Canaria de Protección del Medio Natural por si se estuviese produciendo alguna infracción al levantarse cada vez más chabolas, pero al darse cuenta de que se trata de un problema de carácter social comunicarán la situación al Ayuntamiento para que intervengan los Servicios Sociales, según han explicado fuentes de este organismo público.

Empleo social

Rafaela acaba de cumplir 60 años y no ha soplado las velas. Acabó en la chabola hace un año junto a sus dos hijos, de 43 y 33 años y con esquizofrenia uno y una discapacidad del 67% el otro. Durante ocho años ocupó una vivienda en El Tablero, una casa que, explica, abandonó el año pasado por problemas con los vecinos. «Había varias familias que vendían droga y mi hijo estaba enganchado y cuando dejó de comprarles droga fueron a por nosotros y tuvimos que huir; iban a matar a mis hijos a tiros», señala llorosa delante de su chabola.

Rafaela vive en una chabola con sus dos hijos: uno con una discapacidad del 67% y otro con esquizofrenia

Tiene tres estancias: en una duerme ella, en otra uno de sus hijos y en la tercera dispone de una cama para su otro hijo y la pequeña cocina que tiene habilitada con una bombona y dos sartenes. Trabaja en un plan de empleo social del Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana -de una duración de nueve meses, aunque ya solo le quedan tres- en el que cobra 1.500 euros mensuales, pero a pesar de eso es incapaz de encontrar una vivienda. «Es un empleo temporal, y a pesar de las pagas por discapacidad de mis hijos nadie nos alquila una vivienda porque no tengo un avalista», señala, al tiempo que sostiene que ha solicitado ayuda en el Consistorio para intentar acceder a una vivienda social pero no ha obtenido respuestas.

Otra de las chabolas que se encuentran en el barranco de La Fuente con la zona turística de Playa del Inglés al fondo.

Otra de las chabolas que se encuentran en el barranco de La Fuente con la zona turística de Playa del Inglés al fondo. / Juan Castro

Y con ese sueldo, dice, tampoco es capaz de llegar a final de mes porque se gasta buena parte del salario en comprar garrafas de agua para beber, ducharse y lavar, en gasolina para conectar un pequeño motor y encender la nevera, y en comida, que compra a diario porque no puede conservar al no poder tener la nevera siempre encendida. «Es mitad de mes y ya me gasté el sueldo y mi hijo no puede aportar nada porque paga las pensiones de sus tres niños», relata, «a veces no tengo qué comer». Hasta hace unos meses Rafaela cogía agua de una tubería de los antiguos tomateros, pero sus propietarios ya han cortado el grifo. «Hay muchas casas vacías y cerradas, y yo soy una mujer de 60 años con dos hijos enfermos y nadie me ayuda», se lamenta. Además, tiene tres perros y una de ellos ha tenido crías. «Yo ya no sé con quién hablar ni a quién dirigirme, llevo aquí un año y nadie me ayuda, solo quiero alquilar una casa pero no puedo, ¿qué hago? ¿Me dice usted qué hago?».

La situación se complica en jornadas de altas temperaturas. «Cuando vienen las olas de calor nos queremos morir, aquí no se puede estar, Dios está de testigo, y como no funciona la nevera tampoco tenemos agua fría, ni tenemos aire acondicionado».

En los alrededores de la chabola en la que habitan Rafaela y sus dos hijos se suceden numerosas tiendas de campaña, otras construcciones y hasta coches destrozados como lugar de cobijo. En algunos casos sus moradores incluso han delimitado su pequeña parcela para marcar territorio. La situación se reproduce también en la zona baja de la autopista, en las inmediaciones donde está prevista la construcción de un parque acuático e incluso en la parte del barranco ya canalizada, pues en su interior existen hasta cinco chabolas de distintos tamaños.

Buena parte de los alrededores de las distintas chabolas, no todas, están llenas de todo tipo de basura acumulada durante meses: garrafas de agua, sillas, latas, botellas, telas, mantas, cañas, sombrillas, colchones, señales de tráfico, maletas, servilletas, carros de supermercado e incluso en una puede verse un letrero de acceso restringido.

Falta de alimentos

A más de 500 metros de Rafaela, y en lo alto de una ladera, reside Robbi Gerd Keller, un alemán de 60 años afincado en Gran Canaria desde hace más de 40 años. Vive en una cueva-chabola desde hace diez años y en este tiempo ha ido adaptando el espacio a sus necesidades: duerme en la cueva pero en el exterior tiene parcelada una especie de terraza cuyos muros ha levantado con la piedra que se encuentra en la zona, lo que permite que su cobijo se camufle con el entorno.

Chabola construida frente a una cueva en el barranco de El Veril.

Chabola construida frente a una cueva en el barranco de El Veril. / Juan Castro

Trabajó durante 15 años en una bodega en Fataga, pero tras el fallecimiento de su propietario perdió el empleo; durante un tiempo también fue vigilante de seguridad en un hotel. Eso le permitía pagarse un apartamento, pero se quedó en paro, sin dinero y acabó en la calle. A veces tiene agua que coge de una tubería y la electricidad para encender una bombilla, una radio y cargar la batería del teléfono móvil la produce con una placa solar. No tiene ingresos y se ve obligado a subsistir con la comida que otras personas desechan y que encuentra en los contenedores. «No me gusta sentarme en la calle a pedir dinero porque hay mucha gente mala por ahí», cuenta Robbin. Explica que hace mucho tiempo que pidió ayuda, que asistió a una convocatoria del Ayuntamiento para explicarle cómo funcionaba un plan de empleo social pero luego nunca lo llamaron. «No voy a bancos de alimentos, yo me busco la vida como puedo; a pesar de todo soy muy feliz».

««No me gusta sentarme en la calle a pedir dinero porque hay mucha gente mala por ahí», señala Robbin

Su día a día es muy sencillo: no tiene televisión, pero se entretiene con música y escuchando fútbol en su radio. Además, sale a caminar, atravesando todo el barranco de El Cañizo y de El Veril hasta llegar a la zona urbana para buscar comida. «¿Que si tengo esperanzas? ¿Esperanzas de qué? «Usted ha visto como está la cosa? Esto no va a cambiar, la cosa va a peor», señala, aunque en el fondo reconoce que si le ofreciesen algún tipo de ayuda o la posibilidad de trasladarse a una vivienda social se mudaría sin mirar atrás.

Si en su situación puede mirarse con optimismo algún aspecto es la «buena relación» que tiene con otras personas que se encuentran en las chabolas colindantes. «Nos ayudamos entre nosotros, aquí no hay chorizos», reflexiona, mientras se marcha caminando en cholas por el medio del barranco y con una bolsa que, si corre con un poco de suerte, espera llenar con algo de comida.

Una de las chabolas utiliza un coche anexo.

Una de las chabolas utiliza un coche anexo. / Juan Castro

A apenas 300 metros de Robbin habita Peter, un ciudadano del centro de Europa que lleva ya 11 años viviendo en una chabola, aunque él no la considera como tal. Vive en una cueva que a lo largo de estos años ha ido adaptando hasta colocarle incluso «suelo con baldosas recicladas y no entran bichos, está todo limpio». Tiene una antena y se autoabastece de electricidad con una placa solar que tiene en la cubierta de la que considera su casa. Peter, que tiene 65 años y lleva 26 en España, llegó aquí por necesidad, porque no tenía empleo -trabajó como pintor de brocha fina y como escritor y ahora cobra una renta activa de inserción de 480 euros hasta octubre-, pero ahora permanece por voluntad y no quiere irse porque allí tiene «mejor calidad de aire y de vida». «El INEM no sirve para nada y ahora ya no me interesa porque estoy escribiendo un libro», relata, «y para qué me voy a ir? Yo aquí estoy contento y tengo pocos vecinos». Pocos pero que aumentan, porque Peter es testigo de cómo en los últimos meses el barranco se ha ido llenando de nuevos habitantes.