Emilio Calatayud cree que se le ha transmitido a los menores que sólo gozan de derechos pero no que tienen deberes, como obedecer y respetar sus padres y contribuir con las cargas familiares. Considera imprescindible que los progenitores tomen conciencia de que tienen que ejercer de ello y no de amigos de sus hijos. Sostiene que es muy difícil ser padre, incluso más que juez. Por ello, siempre da consejos de cómo hacer que un hijo sea un delincuente, pero no para que no lo sea, porque no se sabe. Advierte a los padres que este año empezarán a pagar indemnizaciones por los delitos que cometen sus hijos con los móviles.

—Usted piensa que los padres de ahora son muy permisivos. ¿No influye también el poco tiempo que pasan con sus hijos?

— Creo que los padres hemos tenido complejos de joven democracia y nos ha dado miedo decir que no a nuestros hijos. Hubo una época en que se difundió la idea de que los padres tenían que ser amigos de sus hijos. En este país no tenemos término medio y hemos pasado del padre autoritario al padre colega. Yo no creo que se trate del tiempo, sino de calidad y de tener las ideas claras. Hemos pasado de un extremo a otro.

—¿El no porque lo digo yo o con explicaciones?

— Porque lo digo yo, aunque con cariño, pero hay un momento que hay que saber decir que no. No hay que negociar pero sí explicar los motivos del no.

—¿Existe un perfil de menor delincuente?

— Ya no hay un perfil, todas las clases sociales pueden cometer un hecho delictivo. Los chicos marginales no son sólo los que cometen los delitos, también los de clase media y media alta. Los maltratadores, los que delinquen con la informática o los móviles suelen ser de clase media. En este sentido, es necesario advertir a los padres de las consecuencias civiles que pueden tener en su propia economía el comportamiento que tienen sus hijos. Ellos son los responsables de pagar las indemnizaciones de las víctimas. A partir del 5 de febrero de 2007 sentamos en el banquillo simultáneamente a los menores por los delitos y a los padres por la responsabilidad civil.

—Usted es conocido por dictar sentencias diferentes o proponer soluciones alternativas antes de ingresar a un menor en un centro. ¿Qué opinan las víctimas al respecto?

— Normalmente no presentan grandes problemas. Incluso para delitos serios la víctima es comprensiva pero hay que explicarles las decisiones. A mí se me conoce por dictar sentencias diferentes pero, de hecho, tengo algunas de ellas muy duras. Llevo juzgados 30 asesinatos y, evidentemente, no los voy a condenar a aprender a leer y escribir. Se dictan muchas medidas alternativas pero hay que jugar con las dos. Eso se valora por la gravedad del delito y por las circunstancias personales de cada individuo y gracias a los equipos que asesoran al fiscal y a mí a la hora de adoptar una decisión.

—¿Los jóvenes creen que la ley es muy blanda para ellos?

— No estoy de acuerdo con la idea que se le ha trasladado a los chavales o a la sociedad de que a los menores no les pasa nada, que son impunes. Eso es falso. Existen medidas muy duras y a veces incluso una respuesta más contundente a la que puede tener la justicia del mayor. Sin embargo, eso no se ha trasladado a la opinión pública y después, cuando entra la maquinaria judicial, se dan cuenta que no es así.

—¿Hay diferencias entre niños y niñas delincuentes?

— Los delitos de las niñas están aumentando. En 1988 teníamos un 7% y actualmente es del 20 ó 25%, y subiendo. En el delito de malos tratos familiares existe una equiparación. Se están masculinizando en lo malo.

—¿Es usted partidario de dar una segunda oportunidad?

— Una segunda y una tercera, como principio general. La mayoría de los chavales que cometen delitos no son delincuentes. Hay pocos que tienen ese perfil y siempre tienen una historia detrás, que se indaga.