Iván L. B., el joven discapacitado que vive con el cielo como techo, está "muy orgulloso de vivir en la calle". Cuando se le pregunta por qué no vuelve a casa con su madre asegura con una sonrisa: "¿Para qué? Ahora soy libre y allí no me quieren ni puedo estar".

Iván lleva seis meses viviendo en la calle, desde que cumplió los 18 años y hubo de salir del centro de menores donde estaba acogido desde que entró en el sistema de protección de menores del área de Menores del Gobierno de Canarias cuanto tenía diez años. "Pasé por mi casa pero me echaron de allí", asegura, "pero no estoy enfadado porque soy esquizofrénico y tengo paranoias... es algo que comprendo".

En realidad, los informes psicológicos que le han realizado en sus años como menor institucionalizado aseguran que Iván sufre una discapacidad psíquica del 40 % y tiene problemas de adaptación, algo que le obliga a estar medicado.

Cuando Iván conoce a una nueva persona por la calle suele presentarse de forma escueta y tímida: "Perdone, estoy aquí solo y no tengo con quien hablar, ¿podría acompañarle un rato?" Su carta de presentación pasa por la educación y los buenos modales, algo por lo que ya se le conoce en Arrecife, ciudad por la que se ha dejado ver durante todo el mes de noviembre.

La sonrisa es algo que a Iván no se le borra del rostro mientras se habla con él, tampoco la costumbre de mirar siempre hacia al cielo cada vez que va a contestar una pregunta y carraspear mientras se acaricia la barbilla.

Se declara un enamorado de los perros y siempre que puede estar con alguno aprovecha la oportunidad. Si se le pregunta por su vida no tiene ningún inconveniente en contar que ha pasado por muchos centros de acogida de menores, pero que tuvo que irse de uno de ellos cuando "se hizo grande", como él dice. Sin embargo, son historias que prefiere dejar en el pasado porque ahora lo que le importa es "ser libre y vivir en la calle", repite.

Antes de seguir contestando preguntas, lanza que no toma drogas ni bebe alcohol, "de vez en cuando alguna cerveza", se corrige con una sonrisa pícara, "como usted también hará, supongo", añade.

Lo que Iván sí hace es fumar cigarrillos, es uno de sus vicios inconfesables, "pero sólo cigarros", advierte tras preguntar si su interlocutor es fumador. Esa es su segunda carta de presentación: "Perdone, ¿tiene usted un cigarro?"