El administrador de la catedral de la peruana ciudad de Arequipa, Pablo Carpio, nos envía unas notas -algunas muy curiosas como la que ofrecemos al final de estas líneas- referidas a la entronización y estancia en aquellas tierras del que fuera coronado obispo de aquella Diócesis entre 1806 y 1816 (aunque se incorporó personalmente en 1809) Luis Gonzaga de la Encina. Noticias, acaso ya conocidas de algunos de los estudiosos de su figura, pero que no nos resistimos a revivir para quien, algún día, se proponga escribir una amplia y sustanciosa biografía de aquel prelado canario.

Luis de la Encina nació en Las Palmas el 24 de abril de 1754 como hijo del administrador de la Real renta de Tabacos de la Isla, Simón de la Encina, natural de la localidad alavesa de Arciniega, y de Águeda Díaz Perla. De esta misma localidad alavesa procedía el obispo que fue de Canarias Cristóbal de la Cámara y Murga, según nos ilustra el eminente investigador de la Iglesia en Canarias el sacerdote Julio Sánchez Rodríguez quien nos agrega está sepultado en un mausoleo en el santuario de Nuestra Señora de la Encina, patrona de Arciniega, curiosamente advocación que pudo ser el origen del nacimiento del apellido de la familia paterna del prelado que fue de Arequipa. Su partida de bautismo inserta en el libro 23 de la antigua iglesia del Sagrario dice: "En Canarias, a 28 de abril de 1754, yo el doctor Francisco Díaz, prebendado de esta Santa Iglesia de licencia parroquial, bauticé, puse óleo y crisma a Luis Gonzaga Francisco Marcos, hijo de don Simón de la Encina y de doña Águeda Díaz, vecinos de esta Ciudad, nacido el día 24 de dicho mes. Fue su padrino don Manuel Díaz, su abuelo materno, administrador del Estanco de esta isla. Y lo firmo".

Algunas referencias recogidas por tradición, incluso dejadas escritas, señalan que como su padre era mayordomo del obispo Valentín Moran el día de su bautizo llevaron al niño a palacio para que recibiera la bendición del prelado y éste le puso al cuello un pectoral advirtiendo a su madre que "lo guardara para cuando fuera obispo".

Dicen algunos biógrafos que desde temprana edad manifestó inclinación al estado eclesiástico convirtiéndose a la edad de 14 años en familiar del obispo Cervera a quien acompañó cuando fue trasladado a la Diócesis de Cádiz en 1777, donde pasó a ser alumno de un colegio jesuita en cuya capital gaditana fue ordenado de presbítero. Regresó de nuevo a Gran Canaria donde obtuvo por oposición la canonjía de magistral y después la de maestrescuela y arcediano, convirtiéndose en un gran orador sagrado.

Pero volvamos a las notas de Pablo Carpio que se inician recordando que a mediados del siglo XIX el historiador y geógrafo peruano Mateo Paz-Soldán (Arequipa 1821-Lima 1886) en su obra Geografía incluye un cuadro de los obispos de Arequipa en el que se nota la ausencia, tal vez por un olvido involuntario, del canario Luis de la Encina, preconizado como tal por Pío VII tras la renuncia que había presentado el anterior Pedro José Chaves de la Rosa. Encina fue consagrado, según es harto conocido, por Manuel Verdugo el 28 de septiembre de 1806, remitiendo el consagrante inmediatamente después de su ceremonia un poder al Deán de la catedral arequipeña Saturnino García de Arázuri para que en su nombre se hiciera cargo de aquella Diócesis, quien el 28 de noviembre de siguiente tomó posesión de la Diócesis en nombre de obispo preconizado y se hizo cargo del gobierno eclesiástico. Encina no tomó posesión personalmente hasta cuatro años después de su designación a causa de la ocupación francesa hasta la vuelta de Fernando VII, y todavía tuvo que sufrir dificultades para su traslado desde Madrid a Cádiz disfrazado de carbonero gracias a lo que pudo llegar a aquel puerto. Allí embarcó el 16 de septiembre de 1809 en el navío San Pedro Alcántara con destino al puerto peruano de El Callao después de un viaje sin contratiempos. Desde aquí se dirigió a Arequipa siendo recibido en el valle de Siguas (al sur del país y uno de los 29 distritos que conforman la provincia de Arequipa distante unos cien kilómetros de la ciudad), el 26 de mayo de 1810 por el deán, comisionado por aquel cabildo catedral, entrando en la ciudad sede de su Diócesis el 10 de julio siguiente, prestando inmediatamente juramento al estilo de la época cuando contaba 55 años, 9 meses y 19 días de su edad.

Obispado

Luis de la Encina gobernó personalmente la Diócesis de Arequipa durante cinco años, seis meses y ocho días hasta el 19 de enero de 1816 en que falleció, tras una larga y penosa enfermedad, se dice, a las doce de la noche, siendo sepultado, según su propia voluntad, en el cementerio del entonces barrio arequipeño de Miraflores, uno de los 29 distritos municipales de aquella ciudad, camposanto que quedó en desuso en 1833 cuando Simón Bolívar mandó construir el actual llamado de Apacheta, por encontrarse el primitivo algo alejado de la población, y cuya sepultura ya no existe. Dejó su biblioteca al Cabildo catedralicio que, reunido el 24 del mismo mes, eligió vicario capitular al arcediano del coro doctor Francisco Javier Echevarría Gener hasta la llegada en 1817 del nuevo obispo José Sebastián Geyeneche y Barrera que lo fue hasta 1859. El 10 de febrero del mismo 1816 se celebraron sus funerales en cuya ceremonia, nos ilustra los datos recibidos, se gastaron 2.400 pesos.

Las aludidas notas agregan que "con el señor De la Encina acontecieron tres sucesos muy notables dignos de anotarse, consideradas tres coincidencias muy raras. Cuando se bautizó el 28 de abril que fue día de San Vidal [de Bolonia] el obispo de Canarias don Valentín Morán le obsequió un pectoral de esmeraldas, diciendo a sus padres que lo guardaran para cuando fuese obispo. El día de San Vidal recibió también la Real Cédula para su presentación para obispo de Arequipa y el día de otro San Vidal, [mártir], llegó a tierras de Arequipa para tomar posesión de su Obispado unos días después".

Obviamos, porque no vienen al caso y son de exclusivo interés para los habitantes de aquella ciudad peruana, recoger aquí otras noticias enviadas sobre la vida pastoral y la obra del obispo canario, considerado allí por los estudiosos de su vida como "muy contemplativo y devoto ferviente, sincero, veraz y recto, que odiaba el engaño y la mentira y era infatigable en la predicación, siendo su caridad tan ardiente que conmovía su corazón la miseria ajena..."

En la catedral de Arequipa se conserva un cuadro de Encina cuya reproducción ilustra estas notas realizado algún tiempo después de su fallecimiento con una leyenda donde se recoge, entre otras cosas, que "fue racionero, canónigo magistral, maestrescuela y arcediano titular de Canarias y obispo número 18 de Arequipa donde falleció el 19 de enero de 1816 siendo sepultado en el cementerio de Miraflores en donde actualmente están abandonados sus restos". En nuestra ciudad se conocen dos cuadros de aquel obispo: uno en el Museo Diocesano pintado por Ossavarry cuando Encina estaba todavía, en Gran Canaria, y otro en la Sala Capitular de la catedral.