Altavista, Flamingo, La Cacatúa, El Hueco, El Trébol, La Carioca, Jacaranda, Taoro, Tánger, La Perla, Astoria, Can-Can. Para el lector que ronde los 60 años y alguno menos estos nombres le resultarán algo más que familiares. Son algunas de las salas de fiesta que funcionaban a pleno rendimiento en la capital grancanaria durante la década de los 60 y los 70 del pasado siglo, en los que la isla despegaba al turismo. Más de 40 salas de fiestas se anunciaban en la página de Espectáculos de este periódico junto a 31 cines, dos radios, el canódromo, el frontón y un apartado de varios donde se incluía el Museo Canario y la Biblioteca Pública en 1971. La mayoría de ellas situadas en la zona del Puerto y de Guanarteme, donde se concentraban los hoteles y apartamentos. Aquellas dos décadas son la época dorada de este tipo de establecimientos que comenzaron a decaer cuando los nórdicos que visitaban la Isla se desplazaron al Sur y la música enlatada empezó a hacer furor en las salas frente a las orquestas en vivo.

Nada queda de aquella etapa en la capital que, en 1971 contaba con un censo aproximado de 287.000 habitantes -hoy está en 382.296 vecinos-, en la que una entrada de tendido en la plaza de toros de Gran Canaria costaba 0,45 céntimos de euro para ver a los rejoneadores Ángel y Rafael Peralta y los toreros Dámaso González y José Manuel Tinín, en la que las guaguas Leylan - procedentes de Londres y con dos pisos - circulaban por la ciudad y el cantante Víctor Manuel subía en las listas de éxito con Quiero abrazarte tanto.

Hoy en día, la denominación de salas de fiestas ni siquiera existe ya en la clasificación de locales de diversión del propio Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria; que tiene contabilizados 177 locales entre pubs, discotecas y locales con música, aparte de bares y cafeterías.

Los hoteles emblemáticos de la ciudad de aquella época también se sumaron a aquella oferta de ocio en la que el traje chaqueta y la corbata eran imprescindibles para entrar en el local. El Hotel Don Juan -hoy AC-, por ejemplo, ofrecía "todos los días baile con orquesta" nada más y nada menos que en la planta 25.

En abril de 1970, Mary Sánchez "la voz más representativa de Canarias" y Los Bandama "el conjunto más aplaudido de los cuatro continentes" - así rezaba la publicidad en el Eco de Canarias- cerraba la temporada de La Parrilla Pinito del Oro, otra conocida sala de fiestas en la playa de Las Canteras gestionada por el marido de la popular trapecista.

Mary Sánchez recuerda hoy que la primera vez que actuó en La Parrilla. "Fui para 15 días y me quede tres meses; lo mismo ocurrió en el Flamingo, el Lido de Canarias". La artista ya era reconocida en el panorama musical español y americano. "Había un ambiente maravilloso en todos, un respeto por el artista. No sé por qué comenzaron a decaer, pero echo de menos que no existan locales de este tipo en la ciudad", dice la artista, que también llegó a tener junto a su marido dos locales en los años 70: La Casa de Mary Sánchez y Gruta Canaria.

La cantante recuerda sus inicios haciendo doblete en aquellas salas de fiesta con dos sesiones en las que se hacía un pase para la juventud de tarde-noche y, otro, a partir de las doce de la noche y hasta la madrugada para los adultos. Ella llegó actuar por la mañanas "para los turistas de una agencia de viaje, y, por la noche, para las parejas".

El transformista Pedro Daktari, que nació como artista en 1976 en uno de aquellos locales en los que trabajaba de camarero, es de la misma opinión que la cantante. "Entonces no había nada y las parejas se preparaban ansiosas. Bien vestidos. Ellos de traje; ellas con tacones y aquellos moños altos, para ir a cenar y luego ver un show", comenta.

El artista asegura que la gente hacia cola para entrar a las salas y que en más de una ocasión también tuvo que hacer doblete. "En una de esas salí todo maquillado porque no me daba tiempo y la policía me detuvo por exhibicionista", recuerda el imitador de Lola Flores y Sara Montiel, aunque señala que nunca hubo problemas con la policía. Ni siquiera en el Britania, un local del barrio de Guanarteme, conocido por sus espectáculos de travestis.

"Se creaba una comunicación muy bonita entre el artista y el público porque trabajábamos muy cerca de ellos", dice. Tanto es así, que cuando Pedro Daktari acababa el espectáculo se sentaba en las mesas de algunas personas, políticos o personajes de la vida pública de la sociedad de entonces que le invitaban a tomar algo. "Así conocí a mucha gente buena".

Movimiento musical

Durante aquellas décadas, las salas de fiesta se convirtieron en los lugares idóneos para escuchar música de todo tipo al margen de la que se sintonizaba en las emisoras de radio, se retransmitía por Televisión Española o se bailaba en las fiestas populares. También para que los músicos y grupos aficionados de la isla desplegaran su arte bien interpretando conocidas versiones o lanzando en directo sus primeras canciones.

En los sesenta, donde el tocadiscos era aún un artículo de lujo como la televisión para el ciudadano de a pie, las orquestas con sus tangos, boleros, pasodobles y canciones para bailar en pareja amenizaban junto a los grupos folklóricos las salas.

No será hasta mediados de la década cuando los establecimientos comenzaran a dar cobertura a los grupos de jóvenes incipientes que, influenciados tardíamente por la música rock de Elvis Presley y el pop de The Beatles - llegaron a España en 1965- empezaban a hacer su propia música influenciados por todo lo que venía de Estados Unidos y de Inglaterra. El boom musical fue enorme y las salas de fiesta se acomodaron a los nuevos ritmos musicales.

Benjamín Rodríguez, que formó parte de algunos de los grupos de aquella época como Los Extraños, Los Sterling y que ha escrito un libro sobre La Historia de las primeras bandas de rock en Gran Canaria 1961-1971 bajo su experiencia personal, asegura que en aquellos años la gente iba a "escuchar música a las salas de fiesta más que a bailar" y que había grupos de "gran calidad".

Las salas contrataban a los grupos por el boca a boca de la gente por semanas y apenas contaban con instrumentos musicales para los artistas. "Si acaso un piano fijo y un amplificador", señala Rodríguez.

Turismo

"El turismo era el que mandaba en aquella época y las salas de fiestas era un lugar sagrado para ellos. Pero cuando en 1975 el Sur explotó comenzó a demandar músicos de la capital y se inició el declive de las salas de fiestas aquí. También el de muchos músicos que habían surgido con esa idea romántica de grabar discos y que se convirtieron en orquestas de baile interpretando versiones para los turistas por un sueldo", argumenta.

En una España recién despertada del ostracismo y de la pandereta que impuso el franquismo, las orquestas, las rondallas y los grupos musicales dejaron sitio en los años de la Transición a espectáculos más picarones y variados en donde los música se mezclaba con la lentejuela, la pluma, el humor, el transformismo y los espectáculos más subidos de tono.

Los turistas, más modernos en este tipo de ámbitos que los isleños, siguieron marcando las reglas también en los negocios, alguno de los cuales llegó a ser regentado incluso por extranjeros que habían decidido instalarse en la capital para hacer negocio.

Los porteros y los camareros y barman fueron testigos claves de la evolución que experimentó en aquellas dos décadas las salas de fiesta de la capital en las que el personal iba uniformado y en las que se "alquilaban" corbatas y chaquetas para aquellos caballeros que no llevaban la indumentaria exigida para entrar.

Nicolás García de la Nuez no fue testigo directo de los primeros años de los establecimientos pero casi. Su padre, Pedro García Pérez, fue portero con fraq y chistera de las salas Las Cuevas, La Parrilla Pinito del Oro y Astoria. En este último local, situado donde se encuentra el hotel del mismo nombre en Guanarteme, su madre además trabajaba en el guardarropa y su tío hacía de "taxista clandestino" para llevar a los turistas y a la gente conocida en una Decauve a casa si habían bebido o a otra sala para continuar la noche.

Eran tiempos en los que la familia trabajaba al completo porque se necesitaban manos para atender al turista. Nicolás, con 16 años, comenzó sus primeros pinitos en la hostelería en el mismo Astoria, donde salía por la puerta de atrás si aparecía el Inspector de Menores. La siguiente vez que la volvió a ver fue con la muerte de Carrero Blanco, cuando les obligaron a cerrar el local.

Tras el Astoria vendría Bombín -regentado por una pareja inglesa y donde por primera vez vio las patatas fritas congeladas- Copacabana, Play Boy, y otras, hasta recalar en la Wilson, donde se jubiló a los 69 años como jefe de sala.

En este último establecimiento llegó a tener incluso carné de pinchadiscos porque era reglamentario contar con uno en cada establecimiento, aunque nunca puso un disco en la sala . En el carné, expedido en 1977 por el entonces Sindicato del Espectáculo. Unión de Trabajadores y Técnicos, agrupación nacional de Circo, Variedades y Folklore, la denominación de disc-jokey o pinchadiscos figuraba con un españolizado "montador de discos".

En aquellos últimos coletazos de las salas de noche capitalinas que se empezaban a reconvertir en discotecas, Nicolás recuerda que las mujeres españolas aún iban acompañadas por sus novios o su maridos, mientras que las extranjeras solas o en grupo se las rifaban "primero el músico, luego el camarero y después el cliente".

En aquellas noches, había botellas reservadas para los clientes y los cócteles estaban a la orden del día, aunque muy poca gente supiera distinguir entre licores y ni el whisky bueno del malo.

En los 70 y entrados ya los 80, los artistas más famosos del panorama nacional recalaron en la isla. Lola Flores, Raphael, Massiel, Los Panchos, Los Chichos, Isabel Pantoja y, muchos otros, se dejaron ver por alguna de estas salas.

Uno de los promotores en acercar todo este artisteo a la isla fue Miguel Pérez, relaciones públicas de algunos locales, que con 17 años comenzó a hacer sus primeros pinitos como organizador de fiestas para jóvenes estudiantes en La Cacatúa, en 1969.

Él vivió la expansión y vorágine de las discotecas y el declive de las salas de fiesta de la ciudad en El Can, Wilson, Beach Club, El Coto, Extradisco y Kapital, entre otras colaboraciones. "La Wilson se abrió en 1979 pintándose aún y el primer artista que actuó fue Árevalo. Cobró entonces 600 euros y aquella noche hicimos una caja de más de 4.800 euros", cuenta Pérez, quien afirma que entonces la gente gastaba en copas y que a los locales iba lo más chic de la sociedad canaria, incluido los políticos y cargos públicos.

Él se encargó de traer a lo más actual del panorama musical y televisivo del momento como Mari Trini, Bigote Arrocet, la Orquesta Mondragón, Martes y Trece y hasta la mismísima Ciccolina, que actuó en Astoria previo pago de salir a escena "como casi todos los artistas de la época" y donde causó una gran revolución.

La aparición de las discotecas, la legalización del bingo y el boom de Maspalomas contribuyeron a que el glamour de las primeras salas de fiestas de la capital con orquesta y grupos de música cayera en el olvido para dar paso a la música enlatada, a otros ritmos más frenéticos y a locales más underground.