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Fiestas Fundacionales Medalla de Oro

Medalla de oro para cerrar el curso

La ciudad reconoce la labor educativa del colegio San Ignacio de Loyola en su centenario

Medalla de oro para cerrar el curso

La familia jesuita de Canarias celebra este año el centenario de la creación del colegio San Ignacio de Loyola en el histórico barrio de Vegueta. Durante estos cien años han pasado por sus aulas más de 16.000 alumnos, algunos de ellos de reconocido prestigio en diversos ámbitos de la sociedad del Archipiélago. Hoy en día, unos 1.500 alumnos desde Infantil a Bachillerato y Formación Profesional estudian en sus aulas. El director del centro concertado, Víctor Prieto, recogerá el viernes 23 en el Auditorio Alfredo Kraus la medalla de oro en nombre del centro por su compromiso por la educación.

El colegio abrió sus puertas el 15 de octubre de 1917 después de que el 23 de febrero del mismo año hubieran llegado al Puerto de La Luz los siete jesuitas procedentes de la provincia de Andalucía que formarían la nueva comunidad grancanaria tras la última expulsión de la orden de España con la revolución de 1868 -ya en 1699 habían fundado un colegio en Las Palmas de Gran Canaria-.

Los primeros alumnos fueron un grupo de estudiantes de segunda enseñanza - se desconoce el número exacto- que en régimen de residencia daban clase en varios salones del Seminario, que el obispo Marquina había cedido a la orden. La entrada al colegio se hacia por la calle López Botas y el claustro estaba formado por ocho profesores de la pequeña comunidad religiosa, integrada por 13 jesuitas.

Construcción del edificio

A los pocos años, en 1920 la comunidad decide comprar unos terrenos y levantar un edificio nuevo. Será en el llamado solar Cercado de Avellaneda, después de rechazar cuatro edificios -hoteles- como opciones; entre ellos el Metropole, donde hoy se levantan las Oficinas Municipales.

La compra del solar, colindante con la batería de Santa Isabel por el sur y al este por el mar, costó 1.207,614 euros de la época. Así al menos lo dice la escritura de adquisición de 1921, aunque al parecer pudo haber alguna donación por parte de alguno de los dueños de los terrenos. En 1924 se adquiriría el viejo torreón militar en subasta pública el Estado tras las leyes desamortizadoras. Por el que se pagó 54,0 euros de entonces. Así lo explica el jesuita Agustín Castro Merello, en el libro que escribió con motivo del 75 aniversario del centro.

El 27 de septiembre de 1924 el colegio abre sus puertas en el mismo emplazamiento de la calle Juan E. Doreste que hoy conocemos, con 300 alumnos y con las instalaciones a medio terminar.

Su construcción fue posible con el dinero de la propia comunidad, pero también con las donaciones y limosnas de algunos ciudadanos, así como un crédito que se solicitó al Banco de España. La II República Española y la Guerra Civil y el consiguiente descenso número de alumnos supuso un freno para terminar las instalaciones. En 1946 se inauguraba la capilla.

Aquel edificio, que tenía incluso una piscina que se llenaba con agua de mar, fue demolido, sin embargo, en 1973 para hacer frente a los problemas del inmueble y cumplir además con la legislación educativa vigente que requería otro tipo de instalaciones para los escolares. Entonces había 558 alumnos estudiando en sus aulas.

El nuevo centro, obra del arquitecto Salvador Fábregas, fue el edificio más grande que se levantó en su momento en Canarias. Edificado con hormigón constituye un ejemplo de la década en la que se construyó, aunque hoy impacta en un casco histórico tan peculiar. Para amortiguar los costes, la comunidad alquiló parte del inmueble y su aparcamiento a la administración de justicia durante años.

Familias bien

El centro religioso siempre estuvo catalogado como colegio de niños ricos ya que el proyecto de escuela gratuita no cuajó en el momento fundacional. Por sus aulas pasaron principalmente los hijos de las familias de clase alta y media de la Isla, cuyos progenitores se dedicaban al comercio, la banca, profesiones liberales, Fuerzas Armadas, funcionarios y servicios, en general.

Durante estos cien años la labor educativa de los jesuitas no se concentró solo en el colegio y en los alumnos de pago, sino que desde el inicio desplegó una misión social por diversos barrios de la capital como las escuelas dominicales en el barrio de San José; las escuelas del Sagrado Corazón para sirvientas mayores de doce años; las clases nocturnas en Tafira Alta; y el Patronato de Artesanos, donde se formaba a los chicos que eran aprendices de carpintería, albañilería, mecánica y otros oficios, en los años veinte. En 1959 se abriría la Escuela Nocturna Obrera por la que pasaron jóvenes y adultos, que estuvo operativa durante 25 años, en la calle López Botas. Décadas después llegaría el concierto educativo, lo que ha permitido abrir sus puertas a otros estamentos de la sociedad.

El colegio fue siempre masculino hasta que en 1955 llegaron las primeras maestras. En los años 60 se abrirían las aulas a niños y niñas.

En las primeras décadas los docentes eran todos jesuitas pero con el paso del tiempo se dio paso a los seglares, incluida la dirección del centro. Precisamente, será el director, Víctor Prieto, el encargado de recoger la distinción. Prieto, que desde septiembre es el nuevo responsable del colegio, reconocía lo "contentos y orgullosos" que estaban por recibir el premio, que se suma al Roque Nublo que le ha otorgado también este año el Cabildo de Gran Canaria. "Es un orgullo que la ciudad donde uno nace y trabaja te lo dé".

Prieto, que fue alumno del centro, profesor durante 25 años en él y ahora también padre de un alumno del colegio, destacaba no solo el mérito de haber llegado al siglo como proyecto educativo, sino también el aporte que el colegio ha hecho a la sociedad grancanaria.

En ese sentido, resaltó que el centro no solo ha formado a profesionales, sino sobre todo a "gente comprometida" con la sociedad. Una seña de identidad de la compañía de Jesús que sigue viva en el quehacer diario. "El colegio es una parte importante del proyecto educativo pero entorno a él se articulan otras instituciones como es el Patio de las Culturas, abierto a distintas ideologías y comprometido en distintos proyectos de dimensión social".

Para el Loyola el curso escolar acaba con una medalla de oro de la ciudad, sin embargo los actos con motivo de su siglo de vida continuarán después de las vacaciones hasta fin de año.

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