Postales, cromos, muñecas o marcalibros, pero también viejos vinilos, parafernalia militar, juguetes promocionales, papel moneda o botellas antiguas: casi cualquier objeto puede ser almacenado, solo hace falta tesón y paciencia. Sin embargo, acumular no es lo mismo que coleccionar; para eso se requiere organización y clasificación con las que dar forma lógica a ese acopio de cosas hasta convertirlo en un archivo ordenado. Son cientos las personas que lo hacen en las Islas, cada uno con su fetiche particular. Muchos de ellos se dieron cita este sábado por la mañana en la segunda Feria-Exposición de Coleccionismo de Vegueta, en la que durante ocho horas estos arqueólogos de lo cotidiano compraron, vendieron o se trocaron algunos de sus tesoros -que no cachivaches- más preciados.

En el coleccionismo siempre se esconde la añoranza, algo que casa bien con el carácter isleño. "La melancolía se cría en el canario", comenta el galdense Óliver Román, que atesora botellas canarias antiguas y se define a sí mismo como "arqueólogo extremo". Como para tantos otros, para él primero llegó el acopio y solo cuando se puso a ordenar logró forma a su colección. "Pienso que es como cuerpo y alma: la botella es como el cuerpo, cuando la recuperas es como traerla a la vida de nuevo", añade. Se sabe tan bien la cronología de estos envases -en tres minutos con él es posible descubrir el origen de la cerveza Tropical allá por 1924- que le cuesta elegir una favorita: "Yo no soy de las personas que se enorgullece de un objeto concreto", cuenta.

Quien sí tiene un objeto preferido es Arminda Falcón, que cuenta con una de las mayores colecciones de las Islas de lo que los neófitos calificarían como simples maquinitas, pero que se llaman en realidad Game & Watch. Estas pequeñas consolas portátiles popularizadas en la década de 1980 por marcas como Nintendo -solo esta compañía japonesa produjo 59 modelos diferentes- la acompañan desde niña, cuando no paraba de jugar al legendario Donkey Kong, y con la llegada de internet descubrió que se habían convertido en preciados objetos de colección. "En su momento las compraba en los rastros o en las tiendas de indios", explica. Con el tiempo logró acumular casi todas, aunque reconoce que encontrarlas "ahora es muy difícil con la moda vintage". Aun así, solo le faltan tres para completar la lista.

Recuerdos de familia

Si hay algo que se ve con claridad en esta feria es que cada colección -y cada coleccionista- es un mundo. Mientras algunas personas -Arminda, por ejemplo- recopilan a través de internet 'fósiles' de la industria de los videojuegos, otras rastrean mil y un mercados de pulgas para encontrar tesoros antiguos. Ese es uno de los pasatiempos de Angie Puente, que se conoce al dedillo templos de lo añejo como el Mercat dels Encants de Barcelona y combina sus expediciones a la capital catalana con sus propios recuerdos familiares para dar forma a una elegante colección de objetos curiosos. Muestra, por ejemplo, unas sofisticadas gafas de la década de 1950 que pertenecieron a su tía y que vienen a juego con una boquilla para cigarrillos, dos azulejos de Bibendum -el popular muñeco de Michelin- que datan de 1930 o su objeto más preciado, una réplica a escala del avión supersónico Concorde que era de sus hermanos, que ya fallecieron.

El problema, reconoce, es que resulta complicado guardar tantos recuerdos. "Cuesta un poco desprenderte de las cosas, pero cuando vas haciéndote mayor la edad anima a esponjar un poco y cambiar de tercio", confiesa. A su lado, Patricia Caballero también vende algunos objetos -entre ellos, un colorido ejemplar de la publicación satírica La Codorniz y vinilos de Proclaimers o Liza Minnelli- que su padre, José Caballero Millares, compró décadas atrás en sus viajes a Barcelona.

Vestigios infantiles

Los vestigios de la infancia son fundamentales en esta afición. Eso es algo que sabe a la perfección Toñi Moscoso, que además de dedicarse con otros participantes a la organización también trae algunas de sus posesiones y subraya que "el coleccionista radica mucho en la nostalgia". Tiene juguetes de programas de televisión -ahí están la Botilde o el Chollo del Un, dos, tres?-, pero sobre todo colecciona juguetes promocionales, como aquellas figuras Dunkin que venían con los chicles o muñecos de PVC. A su lado, Celeste Rodríguez corrobora lo que dice Toñi mientras organiza su apabullante surtido de juguetes de los huevos sorpresa de chocolate por los que todos los niños suspiraron alguna vez.

Algo parecido ocurre con las muñecas de Sonia Rojas y Gustavo Sánchez -imposible para ellos contar todas las Barriguitas y Nancys que tienen en casa- o con los casi 1.000 coches de juguete que atesora Javier López. Para todos ellos -como también para José Enrique Huerga y sus prendas de cabeza del Ejército, o para Raúl Junquera y sus láminas de papel moneda traídas de Estados Unidos- su afición no tiene nada que ver con la acumulación de objetos. Ellos recopilan, clasifican y organizan; ellos no tienen, ellos mantienen. Casi se podría pensar que crean listas, algo que como decía el semiólogo Umberto Eco está incardinado en el mismo origen de la cultura, y con su afán por salvar las añoranzas hacen que estas recobren vida en el tiempo presente. Al fin y al cabo, la vida también es una colección de recuerdos.