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Una vida entre dulces

Juan Bernades Prat, natural de Lérida, llegó a finales de los años 30 a la capital, donde fundó en su casa de Guanarteme la fábrica de Caramelos Montserrat

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Una vida entre dulces

Juan Bernades Prat conocía la medida perfecta que tenía que tener el rulo azucarado del que más tarde saldrían decenas de caramelos que, además de endulzar a niños y mayores de toda la Isla, también le darían el apodo que le acompañó toda la vida. 'El de los caramelos' llegó a finales de los años 30 a la capital grancanaria donde fundó y regentó varias fábricas de golosinas en las que probó y experimentó con texturas y sabores llegando a lograr elaborar las por entonces novedosas pastillas de goma. Así lo recuerda su hijo Liberato Bernades Cabrera, quien todavía conserva algunas de las máquinas que inundaron parte su ya desaparecida casa de la infancia, donde además de muchos dulces, también nacieron los primeros papagüevos de la ciudad.

Poco antes de su llegada a Gran Canaria, la Guerra Civil había por cuestiones territoriales a la familia Bernades Prat. Mientras que a los tres hermanos mayores la contienda española les pilló en su Cataluña natal, a Juan y al benjamín, José, le cogió en Galicia junto a su madre, Josefa Prat Catalá y su padre, Juan Bernades Virgili, quien trabajaba como caramelero en Vigo. Allí fue donde precisamente contactó con él Luis Correa Medina, propietario de la fábrica Tamarán, ubicada cerca del parque del antiguo Estadio Insular, donde se hacían fideos y galletas. "Con la llegada de mi abuelo fue cuando abrieron la sección de caramelos", explica Liberato Bernades, "y mi padre también empezó a trabajar al poco tiempo con ellos".

Después de los primeros pasos en el oficio, tampoco tardaría en llegarle el amor. Una de las veces en las que Bernades Prat subió a Lomo Apolinario, "tal vez para arreglar algún santo, porque él también pintaba genial", apunta otra de sus hijas, Nuria Bernades; conoció a la que sería la mujer de su vida: Josefa Cabrera Hernández. Tras un tiempo de noviazgo, la pareja contrajo matrimonio en 1944 y cuatro años después se instalaron en el número 76 de la Avenida Apolinario, ahora Paseo de Las Canteras donde criaron a cinco de sus seis hijos. Se trataba de una casa terrera a pie de playa en cuya parte trasera el catalán abrió Caramelos Montserrat, en honor a la patrona de tu tierra. Este sería su primer negocio propio, pero no el único.

De aquellos días de trabajo artesano en el hogar, Nuria y Liberato guardan recuerdos que aún les hacen emocionarse. "Todas las máquinas eran manuales", explican junto algunas que han rescatado del lugar donde normalmente están guardadas para mostrar con su funcionamiento cómo era la manufacturación de aquellos caramelos. Una labor que, desde luego, no era fácil y que pasaba por tener que controlar la temperatura de la masa que se elaboraba a base de agua, glucosa y azúcar y, en algunos casos, también de leche, mantequilla y claras de huevo "si era para hacer los masticables".

No obstante, a Juan Bernades no le hacía falta mirar el termómetro para saber cuándo la pasta tenía el punto para poder pasarla a la mesa fría o de calor, darle forma, cortarla y demás fases de un largo procedimiento que sus hijos recuerdan como si fuera ayer. Y es que a ellos también les tocó ayudar, entre otras cosas, a mantener el rulo, tirar al gancho, cortar o envolver los dulces que después se distribuían por toda la Isla en una furgoneta. "Una vez fuimos a La Aldea y tardamos tres días porque nos pilló la lluvia", rememora ahora divertido Bernades Cabrera, antes de explicar que para fidelizar a los tenderos con sus productos y no con los de otros fabricantes de caramelos, llevaban "un 'tinglao' pequeño de madera donde se colocaban los tarros y la condición era que si se les regalaba tenían que rellenarlos solo con los de esa marca".

Pero la competencia, el clima o los kilómetros no eran las únicas dificultades a las que se enfrentaban en la época. Con la Guerra Civil no muy lejana, había muchos productos que escaseaban. "Había racionamiento y eso era un problema porque necesitaban sí o sí el azúcar", relatan los hermanos. Fue ante esta situación cuando el propietario de la casa en la que vivían de alquiler, Calixto Domínguez, le propuso a Bernades Prat trasladar Caramelos Montserrat a una nave que él tenía en Fernando Guanarteme. El cambio se hizo efectivo a principios de los 50 cuando 'el de los caramelos' contaba con una plantilla de 12 operarios trabajando para él. Sin embargo la producción de dulces, entre los que también había mermeladas, turrones y conservas, terminó por paralizarse en el nuevo emplazamiento. Fue en 1956 cuando iniciaría una nueva aventura con la compra de Barlins, una fábrica de la calle Tauro cerrada en la que montaría Caramelos Barlins que, finalmente, también se vió abocada al cierre.

"Después rotó por otra fábrica de caramelos, Faycán, pero aquello tampoco salió y decidió irse a Venezuela", cuentan sus hijos. En la preparación de la documentación para el viaje estaba cuando el dueño de Chocolates Nieto le pidió que trabajara para él fabricando caramelos en un antiguo local que tuvo ese uso en San José. Esta sería su penúltima parada profesional ya que de ahí regresaría tiempo después a sus orígenes, su propia, casa, donde aprovechando la maquinaria aún presente empezó a experimentar con las nuevas modas. "Llegamos a sacar las pastillas de goma y todo lo que producía en casa se lo vendía a Antonio Culebra", cuenta Bernades Cabrera.

Fue a mediados de los 70 cuando 'el de los caramelos' se jubiló, si bien antes ayudó a su hermano menor, Pepe, a montar en Tárrega (Lérida), donde este residía, una fábrica de dulces que bautizaron Ber- Prat. "Unos años después, en el 76 o el 77, lo dejó", asegura Nuria Bernades. Eso sí, mientras pudo no paró. Y es que fue uno de los promotores de la creación de la Casa Catalana en Las Palmas de la que llegó a ser presidente. Además, a lo largo de toda su vida, estuvo muy involucrado en las actividades y fiestas de Guanarteme donde con frecuencia se encargaba de decorados para belenes o altares, entre otras muchas cosas.

Precisamente para una de las Fiestas del Pilar de la década de los 50, en la azotea de su casa construyó los primeros papagüevos que desfilaron por la capital. Es por eso que este año, en el marco de la festividad, el Ayuntamiento decidió poner una placa que todavía tiene que ser instalada en el Paseo de Las Canteras, a la altura donde estuvo la casa de los Bernades Cabrera, para honrar del caramelero que falleció en 1995 con 76 años.

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