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Náufragos de acero en La Isleta

Dos recónditas calas junto a La Esfinge guardan restos procedentes del hundimiento del carguero 'Ángela Pando' hace más de 30 años

Náufragos de acero en La Isleta JUAN CASTRO

Llevan años -décadas, habría que decir- escondidos en dos calas contiguas al norte de la dársena de África del Puerto de La Luz, frente al peñasco que da nombre a toda la zona, el de La Esfinge o Roque Negro. Son alargados, de al menos 15 metros de longitud, aunque calcular su tamaño exacto se antoja complicado por la inaccesibilidad del lugar donde se encuentran. ¿Cómo llegaron hasta allí? Con toda probabilidad son, de acuerdo con expertos en arqueología marítima consultados por este periódico, los últimos restos a flote del Ángela Pando, un barco mineralero que encalló justo frente a La Esfinge a mediados de 1986.

Acceder a la zona es casi misión imposible. Por tierra, el espacio que la rodea forma parte de un área restringida utilizada como cantera para la extracción de áridos. Los sucesivos bocados que las excavadoras han ido dando a esta parte de La Isleta hasta dejar a la vista su fascinante historia geológica hacen prácticamente imposible acercarse a ellos, ya que los recortes han creado precipicios de más de 10 pisos de altura. Por mar, lo accidentado de los fondos y la virulencia de las corrientes -las mismas que, al menos en parte, provocaron este y otros muchos naufragios en la zona- desaconsejan aproximarse demasiado navegando.

Donde sí resultan visibles es en las imágenes por satélite. A pesar de que sobre el terreno resulta imposible observarla por la peligrosidad de los estrechos caminos que llevan a ella, la pieza más ubicada al sur es la que se contempla con mayor claridad en las ortofotos. En sitios web como el de la Infraestructura de Datos Espaciales del Cabildo de Gran Canaria o Google Earth, dotados de repositorios de imágenes históricas, es posible comprobar cuándo apareció en la playa -hace ya más de 15 años- y cómo el incesante batir de las olas ha logrado ir moviendo de una esquina a otra de la playa lo que sin duda es una pieza pesada y voluminosa.

Por el contrario, la pieza localizada en la cala más septentrional -la misma de las dos fotografías a color de este reportaje- pasa más desapercibida en las imágenes satelitales. Al encontrarse semihundida, solo aparece en las capturas hechas con marea baja, aunque la serie histórica permite deducir que ha sufrido menos vaivenes y que lleva varada en la playa más tiempo que su compañera, al menos desde 1998.

Al igual que ocurre con los otros vestigios de embarcaciones diseminados por las bajas que recorren el litoral occidental de La Isleta desde el límite norte del Puerto hasta el Roque Ceniciento -por toda esta costa hay varias piezas de tamaño variable, incluso hasta restos de un casco-, los dos corroídos mástiles cercanos a La Esfinge resultan llamativos avisos para navegantes acerca de los peligros que encierra la zona. El Ángela Pando fue, de hecho, víctima de las fuertes corrientes de La Isleta: el 14 de julio de 1986, tras sufrir una avería a unos 100 metros de la orilla, acabó siendo arrastrado contra unos fondos rocosos al norte del Roque Negro.

La avería paralizó por completo la nave, que se en un instante se quedó sin gobierno ni propulsión. En ese momento "el timón quedó bloqueado a la banda de babor irremisiblemente, produciéndose por la gran arrancada que este llevaba la incrustación en las rocas", según relató en los días posteriores su segundo oficial. Tras encallar, la tripulación largó dos de las anclas para tratar de impedir que con la bajamar el buque fuera arrastrado, aunque su suerte ya estaba echada.

Durante los primeros días se intentó confirmar la estabilidad del buque en el lecho marino para evitar su hundimiento -solo su proa tocaba fondo- y tratar de reflotarlo. Una empresa neerlandesa intentó la operación, pero acabó por resultar infructuosa debido al mal estado que presentaba continuamente la mar.

El caso del Ángela Pando demostró la pericia de los submarinistas del Puerto de La Luz, que tuvieron que esmerarse a fondo para llevar a cabo otra labor delicada, la extracción de los restos de fuel-oil realizando pinchazos en los tanques para que a continuación unas ventosas succionaran el combustible. Las autoridades hablaron de un gran despliegue de medios para salvar el buque y se llegó a fletar como valija diplomática un avión de Iberia con tres toneladas de materiales de rescate procedentes de los Países Bajos, pero todos los intentos para que el carguero no se fuera a pique resultaron inútiles.

Tras terminar de hundirse algunos meses después de encallar, el Ángela Pando se convirtió en uno de los pecios imprescindibles para los submarinistas de la Isla, que aún hoy recorren, cuando las corrientes lo permiten, sus casi 250 metros de eslora. En la orilla, sus dos últimos náufragos de hierro permanecen mientras tanto escondidos con la seguridad de estar refugiados en un lugar del que, a pesar de su belleza natural, casi nadie parece querer acordarse.

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