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Aquí la tierra

Naufragio sin memoria

El terremoto de Lisboa de 1755, que sacudió a la cultura europea de la Ilustración, se hizo notar también en Las Palmas

Grabado anónimo que representa el terremoto de Lisboa de 1755. laprovincia/dlp

Este es un reportaje con varios epicentros en su escritura. Uno está en Lisboa, otro en Japón, otro en Kaliningrado, otro más se encuentra en París y aún hay otro en Las Palmas. La fecha que lo desencadena es el 1 de noviembre de1755, Día de Todos los Santos en el calendario católico. Es pues este un reportaje de corte histórico. Hay además unas horas a tener muy en cuenta, las 09.30 y 09.40 de la Lisboa de entonces. Y, en fin, amén del transcurso del tiempo, cumplen aquí también las dislocaciones en el espacio geográfico, pues en aquel día y aproximadamente entre tres minutos y medio y seis de aquel lapso cronológico, la capital portuguesa sufrió un terremoto que está considerado el mayor de la historia reciente de Europa.

De resultas de la descomunal sacudida, provocada por la colisión entre las placas euroasiática y africana en algún punto de la falla de Azores-Gibraltar, Lisboa perdió a 90.000 de sus 275.000 habitantes. La mayoría murió en el acto, pero algunos otros perecieron a causa de los incendios provocados por las velas, encendidas en las iglesias en recuerdo de los difuntos, que durante cinco días mantuvieron a la ciudad en llamas.

El terremoto no solo hizo tambalear los edificios lisboetas, de los que se derrumbaron el ochenta y cinco por ciento, sino también los cimientos de la cultura europea. Amén de que la sismología nació con este seísmo, al que estudios contemporáneos otorgan una magnitud de 9.1 grados en la escala Richter, por Europa se extendió la pregunta de cómo Dios podía haberse ensañado con esta urbe llena de fieles, que abarrotaban sus cuarenta iglesias en el Día de Todos los Santos.

En su Poema sobre el desastre de Lisboa o examen de este axioma: todo está bien, publicado en París en enero de 1756, Voltaire arremete contra los filósofos que pensaban que este es el mejor de los mundos posibles, como Leibniz y Alexander Pope, y les pedía que pensaran en las ruinas de Lisboa, en los muertos provocados por el terremoto. Voltaire les preguntaba así mismo si sus cadáveres eran víctimas de la justicia de Dios y si el universo habría sido un lugar peor sin la destrucción de Lisboa. Aturdido por el carácter arbitrario de la catástrofe, dice además en sus versos el pensador ilustrado: "No presentéis más ante mi corazón atormentado/ esas leyes inmutables de la necesidad,/ esa cadena de los cuerpos, de los espíritus y de los mundos./ ¡oh sueños de sabios! ¡Oh profundas quimeras!/ en su mano tiene Dios la cadena, sin ser Él mismo encadenado".

Más al este de Lisboa y también de París, en una ciudad báltica que entonces se llamaba Könisberg, y que pertenecía a la Prusia Oriental y que hoy se llama Kaliningrado y pertenece a Rusia, Kant publicaba en un periódico local entre enero y abril de 1756, tres artículos sobre el asunto titulados "Sobre las causas de los terremotos, en ocasión del desastre que ha conmovido a Europa occidental hacia el final del presente año", "Historia y descripción natural de los fenómenos más notables del terremoto que ha sacudido a finales de 1755 gran parte de la tierra" y "Otras consideraciones sobre los terremotos registrados desde hace algún tiempo". Más desapasionado que Voltaire, la aportación de Kant radica en que con ellos emprende una de las primeras tentativas modernas y sistemáticas para explicar los seísmos en función de causas naturales y no sobrenaturales.

Más al este de Lisboa, de París y aún de Kaliningrado, en un tiempo difícil de precisar, en Japón apareció la palabra tsunami, hoy incorporada a múltiples lenguas, entre ellas el castellano, en la que hasta ha relegado al término maremoto. Pero si esta palabra se incorpora al reportaje no es tanto para la tarea, por otra parte imposible para este reportero, de rastrear su origen, sino para indicar que tras el terremoto de 1755 en Lisboa se produjeron tres tsunamis que impactaron en las costas europeas africanas, donde provocaron unos cuantos centenares de muertos más, y para decir que también se hicieron notar en Las Palmas.

Afortunadamente en la capital de Gran Canaria los tsunamis no produjeron víctimas mortales. En una carta firmada en Santa Cruz de Tenerife y firmada el 6 de marzo de 1756, que el historiador Alberto Anaya reprodujo en 2007 en la revista Canarii, Juan de Urbina, capitán general de Canarias, explica al ministro de Estado, Ricardo Wall, que los habitantes de Las Palmas "estuvieron viendo desde los balcones y cercanías de la marina esta repentina hinchazón de las aguas en la misma hora y con el mayor asombro, y mucho más cuando vieron que, retiradas ocho o diez minutos, volvieron con mayor impulso sobre los no tocados límites en la anterior invasión, repitiéndose hasta tres veces en aquella isla esta gran novedad".

La sacudida que el terremoto provocó en la cultura europea también acabaría atravesando la ciudad, pero entre tanto la carta del capitán general dejó esta otra poderosa imagen: "sólo en el Puerto principal de esa Isla, nombrado el Puerto de la Luz, distante una corta legua de la ciudad, se vio entrar el mar e inundar la ermita que allí había de Nuestra Señora de la Luz, y habiéndose retirado como un tiro de pistola dentro de su antiguo límite, descubrió el casco de un navío, de cuyo naufragio no hay memoria".

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