El anterior concejal de Turismo de Las Palmas de Gran Canaria y ex director del hotel Santa Catalina, Pablo Barbero, falleció ayer en la capital grancanaria a los 71 años de edad. Vinculado durante casi toda su trayectoria profesional a la industria alojativa, Barbero, casado y con dos hijas, ayudó durante décadas a apuntalar el sector turístico de la isla de Gran Canaria. Lo hizo primero en la gestión de distintos establecimientos hoteleros, después en el asociacionismo empresarial y por último en la administración local, desde donde impulsó la reinvención de la ciudad y de su imagen como destino a comienzos de esta década.

Nacido en Zaragoza, conoció desde muy joven Gran Canaria, ya que su padre, José Barbero, fue uno de los pioneros del turismo en la Isla desde finales de la década de 1950 como delegado de Carlson Wagonlit Travel, desde donde fomentó la llegada de los primeros viajeros nórdicos. El joven Pablo continuó sus pasos y tras completar su formación comenzó a trabajar en el grupo Horesa con 21 años. Bajo ese paraguas se encontraban algunos de los establecimientos más emblemáticos del sur de Gran Canaria, como el Tamarindos, Las Margaritas, Folías o Don Gregory.

Barbero comenzó entonces una trayectoria como director de hoteles hasta que accedió a la gestión del principal icono turístico de Las Palmas de Gran Canaria, el hotel Santa Catalina. En las largas décadas de historia que acumula el emblemático establecimiento, nadie ha estado tanto tiempo a su frente como él. Desde finales de la década de 1980 hasta 2005 rigió sus destinos, una etapa en la que el centro recobró brío tras algunos años de decadencia. Barbero recibió bajo los toldos del Santa Catalina a mandatarios internacionales, miembros de varias realezas o figuras internacionales del mundo del espectáculo. Siempre lo hizo con la discreción propia de los grandes directores de hotel y consciente de la relevancia de un establecimiento que no solo ofrece alojamiento a sus huéspedes, sino que forma parte de la historia de la ciudad, según recordaban ayer sus amigos.

Tras la etapa en el Santa Catalina, Barbero pasó a trabajar en otro símbolo del turismo capitalino, el hotel Cristina, por entonces conocido como Meliá Las Palmas. Lo hizo como directivo del grupo hotelero Matías Marrero, que también ostentaba la propiedad del hotel H10 Meloneras, mientras al mismo tiempo fomentaba el asociacionismo empresarial desde sus cargos como presidente de la Asociación de Industriales Hoteleros de Las Palmas y vicepresidente de la Federación de Hostelería y Turismo de Las Palmas (FEHT).

En 2011, Barbero recibió la propuesta para incorporarse a las listas electorales del Partido Popular y tras los comicios municipales de ese año se hizo cargo de la concejalía de Turismo de la capital. Desde ella impulsó la reinvención de Las Palmas de Gran Canaria como destino turístico, para lo que puso en marcha acciones promocionales bajo la marca LPA Visit y promovió el turismo de cruceros.

El por entonces alcalde de la ciudad, Juan José Cardona, destacó ayer la capacidad de Barbero dar la vuelta a la imagen de la ciudad "a través del respeto que infundía y de su credibilidad", así como su impulso "en su renacer como destino turístico, del que fue director de orquesta". En el plano personal, incidió en su carácter alegre, lo que a su juicio le permitía resolver conflictos a través de la distensión. Su sucesor en la concejalía, Pedro Quevedo, también quiso poner en valor ayer su carácter como "persona amable y dialogante", al igual que el actual regidor de la capital, Augusto Hidalgo, quien subrayó "su gran labor profesional y también a nivel de responsabilidad política".

El presidente honorífico de la FEHT, Fernando Fraile, hizo hincapié en su papel como pionero del turismo e impulsor de este sector en la capital durante la última década. "Hablaba con todos los implicados, desde hoteleros hasta taxistas, y logró cambiar de una situación apática a una ciudad con ánimos". Amigo personal de Barbero desde hace más de cuatro décadas, con él compartió "desafíos y confidencias", apuntó. Fraile también recordó su carácter a la vez discreto y entrañable -"El hombre más divertido del mundo", aseguró- y la vocación de servicio que demostró durante los años que ambos compartieron en la federación provincial de hosteleros.