Juan José Laforet, Cronista Oficial de Las Palmas de Gran Canaria, recuerda la contienda: 1599, 74 navíos, 150 lanchas y más de 8.000 holandeses se disponen a invadir la isla de Gran Canaria. Por ese entonces gobernaba el extremeño Alonso Alvarado que, junto a su fiel ayudante Antonio Pamochamoso, supo reaccionar ante el ataque inminente de los holandeses. La isla contaba con los tercios de milicias de Canarias para su defensa, equipo que había sido creado en el 78 por orden de Felipe II, y que hoy se conoce como el regimiento canarias 50, el de El Batán. Alvarado conocía bien la situación de las murallas de la ciudad, tanto como las distintas fortalezas, y defendió con su vida el Real de Las Palmas, que se veía atacado cuando desembarcaban las fuerzas holandesas del almirante Van der Does. Sin pensarlo dos veces el capitán Ciprián de Torres, que mandaba en una milicia de la Villa de Santa Brígida, atacó al almirante holandés. Tan solo pudo herirle y ese fue el precio de su vida, pero consiguió alargar el desembarco holandés. En el primer ataque Van der Does vio frustrados sus intentos de desembarco en La Isleta y las Alcaravaneras pero finalmente pudo pisar tierra firme. Durante varios días los grancanarios, la mayoría eran civiles, lucharon fuertemente desde las murallas hasta que consiguieron que los holandeses se retiraran a posiciones más seguras. Pero al día siguiente del desembarco, y tras varias horas con los cañones en pie de guerra, los invasores lograron adentrarse en la ciudad por el fuerte de Santa Ana, ya abatido.

La contienda, que se alargó 14 días, tuvo como capital de la isla a Santa Brígida. Y hasta allí replegaron los militares, milicianos y nativos canarios que luchaban contra los holandeses que en ese momento saqueaban todo lo que encontraban en la ciudad. Van der Does trataba de convencer a Pamochamoso, al mando tras el ataque que sufrió Alvarado, de una rendición con buenas condiciones, pero ni por asomo paseaban esas ideas por la cabeza del entonces gobernador que decidió internarse con sus tropas en El Batán. Los intrépidos holandeses se adentraron en terreno desconocido y después de ver cómo iban muriendo todos a manos de un número muy inferior de grancanarios, el 3 de julio decidieron replegarse y huir hacia la costa donde, más bien por orgullo propio del perdedor, saquearon y quemaron todo lo que encontraron a su paso. El pirata enterró a sus hombres en Maspalomas y puso fin a una contienda que desde el inicio tenía un claro ganador, un pueblo que luchó con uñas y dientes ante miles de soldados.