La Provincia - Diario de Las Palmas

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Agustín Millares Torres

Agustín Millares Torres F. Montecruz

Aunque a veces nos parezca que los nombres de las calles han sido escogidos al azar por la simple necesidad práctica de identificar las vías urbanas, lo cierto es que las placas del callejero nos proporcionan una valiosa información sobre acontecimientos y personajes que en un momento determinado merecieron el reconocimiento de los ciudadanos. En Las Palmas de Gran Canaria es agradable comprobar que muchos de estos homenajes recayeron sobre personas que estuvieron estrechamente relacionadas con El Museo Canario, una institución fundamental en el desarrollo científico, cultural e intelectual de nuestras islas. Así, las cuatro calles que delimitan la manzana en la que se encuentra su sede están dedicadas a otros tantos protagonistas de la historia de la entidad, un hecho que se repite innumerables veces por todo el término municipal.

Sin salir del barrio de Vegueta nos encontramos, por ejemplo, con una calle dedicada a Agustín Millares Torres. Se trata de una vía peatonal cuyo trazado no ha sufrido apenas variaciones desde que Leonardo Torriani la dibujara por primera vez en el siglo XVI. Se inicia en un espacio de separación entre los números 3 y 5 de la calle Montesdeoca, un hueco tan estrecho que hizo que en otros tiempos la travesía fuera conocida popularmente como calle Salsipuedes, en un alarde de exageración humorística. Desde aquí se prolonga la vía, en dirección hacia el sur, rozando la calle Audiencia y cruzando Los Balcones y Espíritu Santo, hasta desembocar en la intercesión de Doctor Chil con la plaza de San Agustín. En realidad la calle no termina en ese punto, sino que continúa como vía rodada con el nombre de Alcalde Francisco Hernández González.

El propio Millares Torres tuvo aquí su casa familiar, motivo por el cual su nombre acabó sustituyendo al que la vía venía recibiendo hasta entonces: calle de la Gloria. La vivienda en cuestión es una casona de tradición clásica, con elementos de cantería y balcones de hierro forjado, enclavada en el último tramo de la vía. Es este el tramo más amplio y de mejor presencia de todo el trazado, y por eso es también el único que acoge una sucesión de fachadas principales de antiguas viviendas, puesto que al resto de la calle, de amplitud irregular sin dejar nunca de ser estrecha, no daban originalmente más que puertas traseras y entradas de servicio pertenecientes a amplias casas orientadas a las calles colindantes, mucho más señoriales. Hoy, sin embargo, su estrechez irregular y su aire de callejuela de barrio viejo infiltrada en el núcleo noble de la ciudad, hacen de esta vía una de las más pintorescas de la capital.

Agustín Millares Torres nació en este mismo lugar el 26 de agosto de 1826 y aquí habría de morir el 17 de mayo de 1896. Su familia había estado tradicionalmente dedicada a la música, y de hecho la primera inclinación del joven Agustín fue formarse como músico, lo que hizo bajo la dirección de su padre, Gregorio Millares Cordero. Estudió el bachillerato en el Seminario Conciliar al tiempo que tomaba clases de dibujo y cultivaba su pasión por la literatura, un conglomerado de materias que serían la base de su sólida formación humanística.

Consciente de que la música no habría de ofrecerle una vida desahogada, Agustín Millares sacó también el título de notario en 1846, pero su patente talento musical hizo que su padre se decidiera entonces a enviarlo, con gran esfuerzo económico, al Conservatorio de Madrid, donde comenzó sus estudios en enero de 1847. Enseguida tomó contacto con la élite cultural y política de la capital, y allí emprendió, además, la composición de varias obras musicales, una novela, algunos poemas, numerosos artículos de prensa e incluso una colaboración para el famoso Diccionario geográfico de Pascual Madoz. Todo ello en el periodo de un año y medio, pues a mitad de 1848 la repentina muerte de su padre lo obligaría a volver de inmediato a Gran Canaria para hacerse cargo del sustento de su madre y sus hermanos.

De vuelta en Las Palmas, Agustín Millares encontró empleo como profesor de música en el seminario y en el colegio de San Agustín, dos fuentes de ingreso que completaba con clases particulares de piano para señoritas. Sin embargo, el revés que produjo en la isla la epidemia de cólera morbo de 1851 dio al traste con todo y sumió a la familia Millares en una crisis económica que no tuvo más salida que la reconversión. De esta manera, diez angustiosos años después, don Agustín acabó recuperando el polvoriento título que se sacó en su juventud y se reinventó entonces como notario.

Hasta ese momento, Millares no había abandonado nunca sus otras pasiones. Como redactor de artículos de prensa, colaboró especialmente con El porvenir, El canario y El Ómnibus, y llegó a ser, en diferentes momentos, director de estos dos últimos periódicos locales. Como literato publicó numerosos poemas y varias novelas, que a menudo se editaban en forma de folletines coleccionables en periódicos como El liberal. Y finalmente, como historiador, destacó especialmente por la Historia general de las islas Canarias y por sus Biografías de canarios célebres, una colección de biografías que merecieron la condena del recalcitrante obispo Urquinaona.

En lo que se refiere a la fundación de El Museo Canario, Millares fue el primero que tomó la iniciativa, pero su implicación no estuvo exenta de sinsabores. En julio de 1879 convocó en su casa a «un número considerable de personas ilustradas para fundar un Museo y Ateneo», según escribiría en sus memorias, y les ofreció un primer proyecto de reglamento. Con la división entre los partidarios de un museo y los de un ateneo –propuestas que no eran excluyentes–, la reunión se levantó sin más compromiso que el de seguir estudiando la idea, y ante el riesgo de que esta naufragara, tres de los asistentes –Gregorio Chil, Víctor Grau-Bassas y Diego Ripoche– tramitaron ante las autoridades un reglamento alternativo, lo que provocó en Millares un considerable enojo. Por eso, cuando el 2 de septiembre, reunidos los promotores en la casa de Amaranto Martínez de Escobar, quedó formalizada la creación de la Sociedad Científica El Museo Canario, se hacía palpable (y amarga) la ausencia de Agustín Millares Torres, su primer impulsor.

Meses más tarde, en febrero de 1880, la nueva entidad se planteó la creación de una revista impresa e invitó a Millares a una reunión para pedirle su asesoramiento. Don Agustín vio la oportunidad de expresar su malestar con el museo, al que no había entrado como socio por no ofender a los que habían asistido a la asamblea de su casa. Añadió entonces que, aclarada con ellos su postura, estaba por fin dispuesto a asociarse, a lo que la junta del museo reaccionó aceptando su ingreso como «socio fundador». De esta manera, restañada la herida inicial, El Museo Canario vio salir el 7 de marzo el primer número de su revista oficial bajo la dirección de Millares, quien desde ese momento se encargaría también del nuevo horizonte literario y musical de la institución.

Agustín Millares Torres murió en 1896 siendo vicepresidente de El Museo Canario. Poco después su archivo personal pasó a formar parte de las colecciones de la institución, donde hoy está a disposición de los investigadores.

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