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Una leyenda entre cintas y mancuernas

Francisco López sopla 90 velas yendo tres veces por semana al gimnasio para mantenerse activo

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Francisco López Torregrosa, cuatro décadas yendo al gimnasio Andrés Cruz

Francisco López Torregrosa lleva cuatro décadas yendo al gimnasio para mantenerse activo y que sus músculos y articulaciones sigan funcionando lo mejor posible, algo que es un auténtico reto cuando el pasado martes sopló 90 velas en su tarta de cumpleaños. No obstante, ya se ha convertido en una leyenda.

A sus 90 años recién cumplidos, sopló las velas el pasado martes, Francisco López, Paco para los amigos, es una leyenda del gimnasio Macrofit de Juan XXIII, donde lleva acudiendo religiosamente a entrenar los últimos años. Pese a contar con nueve décadas a sus espaldas, se atreve con las máquinas de pesas y con la bicicleta, y participa en sesiones de gimnasia de mantenimiento de 45 minutos tres veces por semana, junto con las personas que siguen la clase del monitor Álvaro Tacoronte.

Y es que este inspector de bancos jubilado lleva alrededor de 40 años yendo a distintos gimnasios. Comenzó con el monitor Darío, a quien siguió en las dos instalaciones en las que trabajó, para luego irse al Tatán hasta que cerró y recaló en el Macrofit de Juan XXIII. Rondando el medio siglo, Paco reflexionó y tomó la decisión de comenzar a ejercitarse puesto que, por su trabajo de oficina, pasaba muchas horas sentado y comenzó a notar que sus músculos y la espalda se resentían. Desde entonces, pocas veces ha faltado a su cita con las mancuernas, las cintas y las máquinas de hacer ejercicio. Y lo hace acompañado de su inseparable mujer, Puri. 

“Siempre me he sentido integrado, hago exactamente lo mismo que el resto de compañeros y me gusta porque me hace sentir vivo”, asegura este recién estrenado nonagenario mientras espera a que comience la sesión del día. Hasta que la pandemia llegó a trastocar el día a día de toda la sociedad, Paco solía llegar al gimnasio media hora antes de la sesión para realizar algunos ejercicios en la maquinaria, mezclándose entre personas hasta 60 años más jóvenes que él, y hasta levantaba pesas para mantener fuertes los brazos y hombros. Eso le ha hecho muy popular entre los usuarios que van a estas instalaciones.

“Siempre me he sentido integrado, hago lo mismo que el resto”, asegura el nonagenario.

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Paco se dispone a colocar una esterilla en el suelo, sobre la que dispone su toalla, y se asegura de estar a dos metros de distancia del resto de compañeros a su alrededor. La clase está por comenzar, pero todavía tiene tiempo para explicar cómo le llegó a afectar el confinamiento en casa durante aquellos duros meses de 2020 que parecen ahora tan lejanos. “Durante la pandemia, empezamos a hacer ejercicio por nuestra cuenta en casa, pero no era lo mismo y nos terminamos aburriendo”, apunta con cierta tristeza y un ápice de remordimiento.

En ese sentido, Álvaro Tacoronte reconoce que, ciertamente, esos meses de inactividad han pesado demasiado sobre muchas de estas personas ancianas que solían ir a las sesiones pero que no han vuelto a asistir después del primer estado de alarma, cuando se reabrieron los gimnasios. Él mismo, con un grupo de valientes decidió que, una vez se permitió la actividad física en el exterior, irían alguna que otra vez en el parque Romano para hacer allí las mismas sesiones que hacían en el interior de las instalaciones hasta que pudieron regresar a ellas.

Según el monitor, este grupo de ancianos son mucho más que personas que coinciden en una sesión deportiva. Son una comunidad que tiene incluso su propio grupo de Whatsapp para mantenerse en contacto fuera de las instalaciones. “Son inseparables, siempre están ahí juntos”, indica Tacoronte, que lamenta que la pandemia también haya acabado un poco con ese sentimiento de unidad. Antes de que llegara la Covid-19, una o dos veces al año quedaban fuera del gimnasio para hacer alguna actividad lúdica como visitar museos. Seguro que una vez que pase esta tormenta, todos ellos volverán a esa vida conjunta que unieron unas mancuernas.

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