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Un huerto escolar para la inclusión

El IES Simón Pérez desarrolla un proyecto para potenciar la educación ambiental en su alumnado

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Estudiantes que se encargan del huerto escolar del IES Simón Pérez José Carlos Guerra

El IES Simón Pérez de la capital grancanaria gana un reconocimiento regional tras casi una década de desarrollo de su huerto escolar entre el alumnado de las Aulas Enclave y de Secundaria.

Un huerto escolar fomenta aspectos muy positivos para la educación de los estudiantes, sobre todo desde una temprana edad. Por ello, cada vez son más los institutos que desarrollan sus propios terrenos como forma de concienciar y educar medioambientalmente a su alumnado, que tiene una mayor conciencia al haber soplado más velas. El del IES Simón Pérez, en el barrio capitalino de Miller Bajo, no solo es un ejemplo de sensibilización con la naturaleza, sino que también fomenta la inclusión entre alumnado con diversidad funcional de las Aulas Enclave y una decena de Secundaria que se encargan de sacar lo mejor de la tierra al tiempo que aprenden y se divierten.

El proyecto del huerto escolar nació hace ocho años de la mano de las profesoras del Aula Enclave, pero desde hace tres se abrió al resto de estudiantes del instituto. Un grupo de 2º de ESO se embarcó entonces en la idea y, ahora que ya se van a graduar, lo dejan atrás para que otros sean los encargados de mantenerlo activo. Ellos no se desentenderán del todo, ya que han ideado una cooperativa que tendrá un doble objetivo: por un lado, la limpieza del centro y sus alrededores en el entorno del barrio en el que se encuentra, y por otro, una campaña de charlas de concienciación en los colegios del distrito para fomentar desde edades tempranas el valor del medioambiente y del reciclaje. 

Pero más allá del valor ambiental del huerto, en palabras de su coordinador y profesor del instituto, Francisco Moreno, lo «fundamental» es todo lo relacionado con la inclusión. Y es que, no se trata solo de acercarse a una realidad «que no suele verse en la ciudad», sino de «hacer planes en los que se involucran» con otro alumnado con el que no suelen compartir tanto tiempo. Entre las actividades conjuntas que llevan a cabo, están varios desayunos y comidas para compartir en distintos momentos del curso académico, si bien este año la pandemia ha impedido llevarlos a cabo. «Implica, en definitiva, toda la conciencia medioambiental del centro y un trabajo semanal con el aula Enclave», aseguró Moreno. 

Una de las docentes del Aula Enclave asegura que esta iniciativa les ayuda a sentirse integrados.

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Bárbara Artiles es adjunta de taller del Aula Enclave I del instituto, y afirmó que el poder trabajar en esta actividad aporta a los jóvenes con diversidad funcional una serie de destrezas y habilidades en contacto con la naturaleza. «Les ayuda muchísimo conocer de dónde llegan los recursos, su entorno, cómo plantar y regar; pero sobre todo les agrada, todo el día hay un contacto casi continuo», agregó. A ello se suma el hecho de que se fomenta su integración con otros semejantes, lo que es «muy importante» para ellos ya que ven «que son parte del centro» junto con el resto de sus compañeros. 

Para los chavales de Secundaria que han pasado los últimos tres años compartiendo su pasión por los huertos con el alumnado del Aula Enclave, esta ha sido una experiencia muy positiva. Muchos admitieron que, antes de este proyecto conjunto, tenían una mentalidad muy distinta hacia ellos de la que tienen ahora. En palabras de dos de ellos, Eneida y Jonathan, no pensaban que fueran a ser capaces de hacer todo lo que han hecho estos años en el terreno, mientras que Aitor aseveró que son personas «muy trabajadoras» y que en poco se diferencian de ellos. Por su parte, Daniela y Naffi ensalzaron su carácter sociable y divertido y lo que les gusta pasar tiempo con ellos, así como sus dotes culinarias.

Subvención de la Consejería

El huerto escolar fue reconocido la semana pasada por la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, junto con otros ocho centros educativos de infantil, primaria y secundaria de todo el Archipiélago. Se distingue el fomento de la cultura ambiental y la sostenibilidad durante el presente curso académico en base a una serie de criterios, y cada uno de ellos recibirá subvenciones de entre 400 y 500 euros para continuar desarrollándose. «Queremos subir el nivel del muro y poderlo rellenar todo de tierra buena, para poder cultivar bien y que una zanahoria no mida dos centímetros porque no tiene hueco en el que crecer», explicó Moreno, quien lamentó que, sin estas ayudas, es muy complicado poder conseguir un terreno de calidad que dé sus frutos

Con todo, «esa ilusión y las ganas no se pierden, aun teniendo dinero o no». Hasta el momento, han conseguido salir adelante con un presupuesto más bien escaso. De hecho, para comenzar el presente curso académico, contaban con unos 46 euros, que dedicaron en su práctica totalidad a comprar dos sacos de tierra que gastaron antes de febrero y las semillas para plantarlas este año. El resto, como suelen hacer, lo destinaron a comprar un desayuno para compartir con los estudiantes de las Aulas Enclave y conocerse más. «Con esta subvención tendremos un pequeño colchón para poder comprar estas herramientas y materiales que necesitamos», indicó el responsable del proyecto. 

Para dar estos reconocimientos, Educación ha valorado la adaptación de los huertos al entorno, la optimización de recursos (sistemas de regadío, suelo, fertilizantes, etc.), la gestión de residuos y reciclado de materiales y las acciones informativas de divulgación, todo ello presentado en vídeos de no más de cinco minutos. El director general de Ordenación, Innovación y Calidad, Gregorio Cabrera, destacó la importancia de esta línea de proyectos como herramienta innovadora para el desarrollo de aprendizajes sostenibles. 

Estudiantes del Aula Enclave y de la ESO trabajan juntos en un ambiente distendido y de aprendizaje.

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Pero entre el alumnado hay muchos otros valores, más allá del aprendizaje, que les animan a participar en una iniciativa como la del huerto escolar. Según Daniela, natural de la zona andina de Venezuela, ir cada semana al terreno le hacía recordar momentos de su infancia en su país natal, donde tenía una pequeña extensión en la que cultivó piñas de millo y pimiento dulce. Además, le ha ayudado a fortalecer su vena ecologista. Por su parte, a Aitor y a Jonathan les relaja y les quita el estrés de su día a día en las clases. De hecho, entre los dos se turnan el sacho para airear la tierra y crear los huecos para plantar, golpeando con ganas y rítmicamente la superficie. Para Naffi, en cambio, lo mejor de sus jornadas al aire libre es poder regar las plantas, actividad en la que le acompaña Yeremy, el último que se sumó al proyecto después de Semana Santa, y que reconoció haber sido convencido por sus compañeros para pasar más tiempo con ellos.

Todos ellos han ido voluntariamente en los recreos todo este tiempo, y coincidieron en que les ha ayudado para fortalecer sus lazos de amistad y profundizar en sus relaciones, ya que algunos no se conocían hasta que se encontraron en el huerto. Además, les ha servido para hablar de cuestiones distintas a las que se tratan en una jornada de clases, como los coches o sus inquietudes con la naturaleza, así como para tratar de una forma distinta a su profesor. Y esa compenetración que han conseguido construir estos meses quieren mantenerla una vez abandonen la semana que está por comenzar el instituto y vayan a estudiar Bachillerato mediante la cooperativa que han ideado. 

Y eso que la tarea no ha sido fácil. Ellos mismos han tenido que llevar a cabo todo el proceso, desde la adquisición de semillas para plantarlas en el terreno a la cosecha y la limpieza del mismo una vez obtenidos los productos. Los más veteranos, como Aitor, recordaron cómo empezó toda la iniciativa, cortando a la mitad garrafas en las que sembraban y colocarlas en pales en la azotea del instituto. De hecho, el lugar en el que se encuentra el huerto ahora mismo era un antiguo patio para niños de Infantil, de cuando el centro era un colegio de primaria, y quedan escombros del pavimento de baldosa, los toboganes y columpios e incluso el parterre donde jugaban los pequeños. Todo un camino recorrido hasta llegar adonde están ahora.

El alumnado que abandona el instituto crea una cooperativa para dar charlas en colegios del distrito.

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Pero ahora que ellos se van del instituto, esa implicación que han tenido todo este tiempo tiene que pasar a otros alumnos y alumnas que continúen con el proyecto. Tanto los jóvenes como el poco Francisco Moreno han iniciado ya la campaña de captación de cara al próximo curso. En marzo de este mismo año crearon lo que dieron en llamar el Día de la Naturaleza, que se trabajó en todo el centro y en el que muchos estudiantes -y algún que otro docente- descubrieron por primera vez que en su instituto había un huerto, lo que hizo que bastantes chavales de 1º y 2º de la ESO se hayan interesado por participar el próximo curso, y en septiembre tienen pensado volver a celebrar una jornada similar con el objetivo de plantar en los nuevos la semillita.

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