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COMERCIOS HISTÓRICOS DE LA CAPITAL

Los remedios de Minga Navarro

El aromático puesto del Mercado de Vegueta ofrece hierbas tanto para males como recetas

A la izquierda la dueña del puesto de hierbas del Mercado de Vegueta, Dominga Navarro y su sobrina y compañera de trabajo, Sandra Navarro. josé carlos guerra

Antes de la propia creación del Mercado de Vegueta, la bisabuela de Dominga Navarro ya vendía en un puesto callejero hierbas y condimentos. Más de un centenario después la tradición sigue. 

Al recorrer los pasillos del Mercado de Vegueta una de sus calles desprende un especial perfume. Este es el primer indicio para encontrar el frondoso puesto de las hierbas de Minga Navarro. Tras acostumbrar el olfato a la fusión de aromas que desprenden los incontables matojos de hierbas expuestos fuera y dentro del puesto, se puede encontrar tras el mostrador, a su dueña Dominga Navarro, que lleva regentando el negocio familiar desde hace 50 años. Este histórico comercio es anterior a la misma creación del Mercado de Vegueta, el primero de Canarias, inaugurado en 1859. Todo comenzó con la bisabuela de Dominga, vendiendo su mercancía en la calle en cajas y sacos en lo que se denominaba comúnmente ‘el tinglado’. Tras la apertura del Mercado hizo la mudanza y le dejó el testigo a la abuela de la actual dueña, que fue su referente al ser la persona que le enseñó todo lo que sabe sobre la naturaleza.

“Desde que era una niña mi abuela me educó en todo lo relativo a las hierbas, me pasaba las horas en el puesto y también la acompañaba al campo a recolectar porque antes no había proveedores como ahora”, recuerda Dominga. Cuando no tenía colegio, ella y su abuela se levantaban a las cinco de la mañana y caminaban a lo largo del paseo de San José hasta llegar al Mercado de Vegueta para atender a los usuarios que acudían diariamente. De los siete hijos, solo su hermano y ella se interesaron por esta profesión que no cerrará tras ella. Su sobrina, Sandra Navarro, es la quinta generación de la familia que sigue con la tradición y añade que a su hijo también le interesa este mundo. Sandra siguió los pasos de su tía, desde pequeña se vio inmersa en el mundo de las hierbas y sus entresijos y pasaba todo el tiempo que podía en el puesto. En la actualidad es la mano derecha de Dominga y continuará con la tradición familiar.

Viene gente de todas partes de la Isla recomendados porque saben que tenemos de todo

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Dominga rememora cuando de niña ayudaba en el puesto y destaca el cambio que ha sufrido el Mercado. “La gente se apelotonaba por fuera antes de que abrieran las puertas para escoger los mejores productos y además había más clientela”, explica y asegura que los supermercados y grandes superficies han hecho mucho daño a los negocios pequeños y locales. “El ambiente era diferente, las familias venían a comprar las frutas y verduras, el Mercado olía a ese aroma de guayaba, mandarina y manzanas francesas, ahora ya no existe ese olor, lo único que huelen son las hierbas”, lamenta. Para Dominga, estos tiempos de oro del Mercado eran como una “fiesta” para ella, ayudaba creando manojos de los diferentes productos mientras su abuela le explicaba la utilidad de cada uno. Dominga adora todo de su trabajo pero explica que lo más tedioso es la parte administrativa, que en la época de su abuela era más laxa. “No te exigían ni facturas, hoy en día está todo muy controlado”, opina.

Solo infusiones

Sus conocimientos sobre la materia son bíblicos, para cualquier remedio tiene la planta idónea y para todo tipo de recetas sabe cuál es el mejor condimento. Lo que más se vende es la manzanilla, la hierba luisa, la caña de limón, el pasote, el hinojo o la matalauva, entre otras. Para la pasta, asegura la experta, que los clientes compran mucho la albahaca y la rúcula para las ensaladas. “La cúrcuma es antiinflamatoria; la melisa es para los nervios, la ansiedad o la taquicardia al igual que la lavanda; el pasote es usado para los problemas estomacales; para hacer la digestión recomiendo la hierba luisa; la cola caballo sirve para la retención de líquidos e infección de orina y la caña de limón junto al olivo y el espino blanco en una infusión regula la tensión y es relajante”, enumera la mujer que pone en valor las propiedades de cada una como remedios naturales que pueden ser de ayuda ante diferentes problemas.

Dominga es una apasionada de la naturaleza, en su casa cuenta con muchas plantas y en su cocina no falta el aroma de los condimentos y hierbas. “En casa nunca tomo café solo infusiones”, cuenta con una carcajada.

El teléfono suena constantemente. “Debería hacerme telefonista”, bromea y cuenta que al otro lado de la línea esperan clientes que llaman para preguntar si venden una hierba específica y consultan con ellas sus propiedades. “Viene gente de todas partes de la Isla a raíz de recomendaciones porque saben que tenemos de todo”, asegura. También cuentan con la clientela de toda la vida que acude sin falta al puesto y así lo reconoce su dueña, que indica que después de tantos años en el negocio la gente también acude por la relación que mantienen con ella y su sabiduría herbolaria.

Pero el negocio también ha sufrido sus altibajos, su peor momento fue durante la pandemia de Covid-19. El puesto no cerró pero la gente tenía miedo de salir de casa y acudir a lugares cerrados y en el puesto notaron la falta de clientela. Pero nada ha conseguido echar el cierre de este puesto centenario y su dueña aunque sigue con una gran vitalidad y prefiere no revelar su edad, no piensa en jubilarse porque vive de su pasión. “Lo llevo en la sangre”, asegura y añade que fue una cuestión de destino. “Me llamaron como a mi bisabuela, la creadora del negocio, porque nací muy cerca de la fecha de su fallecimiento”, explica. Dominga conoce el negocio a la medida después de tantos años de trabajo, hace 50 años comenzó a regentarlo en solitario tras la muerte de su abuela. No le costó llevar el negocio como lo había hecho su predecesora pero sí fueron momentos duros sentimentalmente.

En el puesto, las dos mujeres atienden a la clientela que va y viene, además responden a las incesantes peticiones telefónicas. Las manos de Dominga están manchadas del verde de los matojos que selecciona a petición de cada cliente, en cada uno deja su trato afable y su basta sabiduría sobre la naturaleza en la metrópoli de asfalto que es la capital.  

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