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Días para recordar a los difuntos

210 años del cementerio de Vegueta

El frontis fue diseñado en 1812 por el escultor y arquitecto guiense José Luján Pérez | Su interior ofrece un variado y rico conjunto de monumentos funerarios

Fachada principal del Cementerio de Vegueta. Andrés Cruz

Nunca mejor que estos días de conmemoración de los Fieles Difuntos, que sirven para el recuerdo que casi todos guardamos de nuestros familiares o amigos desaparecidos, para evocar alguna faceta de la historia de nuestra ciudad y, en este caso concretamente, la microhistoria de la construcción de la bella portada del viejo cementerio de Vegueta. El Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, presidido entonces por Emilio Mayoral, tuvo en mayo de 1991 el acierto de rescatar del olvido la paternidad lujaniana del frontis del cementerio de la Real Ciudad y colocar en él una lápida conmemorativa por iniciativa del entonces arquitecto municipal Enrique Spínola, acto entrañable en el que me cupo el honor de pronunciar unas palabras, y que coincidió con el adecentamiento de la zona y la conversión en plaza del terreno angosto que daba a su frente.

Postal del Cementerio de Vegueta fechada a comienzo del siglo XX. Pedro González-Sosa

Se rescataba así del olvido, no sé si involuntario, una autoría que si bien consta en publicaciones sobre la vida y la obra de José Luján Pérez, no así en el conocimiento generalizado de los ciudadanos que ignoran -la mayoría- no sólo que él, insigne arquitecto, escultor e imaginero guiense, fue el autor de los planos de este frontispicio, sino la microhistoria de la construcción del camposanto, el primero que tuvo la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria a partir de los primeros años del siglo XIX, concretamente en 1812, hoy convertido por la monumentalidad de sus mausoleos funerarios en necrópolis.

En su frontispicio clasicista y lujaniano predomina la cantería azul de Arucas y en su concepción arquitectónica destacan los tres arcos de orden toscano y su frontón triangular

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Desde los inicios de la conquista de estas islas se instauró en ellas la tradición peninsular de enterrar a los muertos en sepulturas que se excavaban, algunas, en el interior de los templos y ermitas y, la mayoría, en pequeños trozos de terreno situados junto a las iglesias de cuya ancestral práctica quedan aún vestigios en algunas localidades. Fue Carlos III el monarca que intenta, en 1787, eliminar aquella vieja costumbre aduciendo principalmente, comprensibles razones higiénicas por el mal olor que muchas veces desprendían los enterramientos interiores y exteriores muy cercanos a los templos. Quería el rey que los espacios destinados hasta entonces a enterramientos se convirtieran en plazas públicas y de esparcimiento y que los cementerios estuvieran ubicados en las afueras de las ciudades y pueblos, en zonas aireadas que no contaminaran el ambiente, adivinándose ya en aquella época un respeto por la conservación medioambiental.

En la Península fue evidente el retraso con que la medida se llevó a efecto, entre otras razones por el enfrentamiento surgido como consecuencia de la orden real entre la Iglesia y el Estado, habida cuenta de que la primera mantuvo hasta mediados del mil setecientos el monopolio de lo referido a la muerte y enterramiento de los cadáveres. En Canarias, al menos en Gran Canaria, también se desoyó la exigencia real y hay datos que revelan que la construcción de los cementerios no se llevó a efecto hasta muy avanzado 1811, a pesar de que en 1807 una orden estatal volvió a recordar la necesidad y obligación de construir aquellos lejos de los núcleos urbanos.

Entrada al campo santo de Vegueta.

En realidad, el surgimiento de los primeros cementerios en esta isla fue como consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla de 1811. Los datos que concretan esta afirmación son ciertos, al menos en lo referente a los camposantos de Guía y de Las Palmas. El de la entonces villa guiense, el primero que también se construyó en aquella localidad norteña, fue inicialmente un trozo de terreno a los pies de la montaña, o Pico de la Atalaya, para enterrar a los que fallecían como consecuencia de la plaga o sospechosos de ella y que, terminada aquélla a principios de 1812, siguió utilizándose como cementerio general hasta la construcción sobre 1815 del de San Roque, con fachada igualmente atribuida a Luján Pérez.

Luján, arquitecto

Con respecto al cementerio de esta ciudad de Las Palmas la construcción de su cimentación se inicia en 1812 con planos de José Luján Pérez, autor igualmente de la bella portada. Otras noticias refieren que fue en 1811 como consecuencia, igualmente, de la fiebre amarilla. Particularmente coincidimos con esta última fecha como la de gestación de la idea por las razones apuntadas, aunque las muchas dificultades, sobre todo económicas, hicieron retrasar el inicio de las obras hasta el año siguiente de 1812. De todas formas parece que se concluyeron sobre 1815, en diciembre de cuyo año fallece en Guía el artista.

Tumbas y nichos del Cementerio de Vegueta frente a la Ciudad de la Justicia.

En el frontis clasicista y lujaniano de este cementerio predomina la cantería azul de Arucas y en su concepción arquitectónica destacan los tres arcos de orden toscano y su frontón triangular, conjunto que da acceso al pórtico desde donde se pasa a la zona de enterramientos. Es de justicia resaltar nuevamente la faceta arquitectónica de Luján, no tan conocida como la de tallista por la abundante producción que admiramos en la casi totalidad de las iglesias del Archipiélago. Luján, en opinión del profesor Hernández Perera, supo y pudo atacar los grandes problemas de la arquitectura con una dimensión creativa de extraordinaria profundidad y conocimientos perfectamente acordes con aquel gran momento de la arquitectura neoclásica que le tocó vivir y en el que tuvo a su lado la estela de su maestro Diego Nicolás Eduardo, a quien sucedió en la dirección de obras tan importantes como la Catedral de Canarias. Ya en 1915, Santiago Tejera destaca la faceta arquitectónica de Luján Pérez al afirmar que fue una revelación el descubrimiento de su habilidad y conocimientos como director y sobrestante de las obras de la Catedral, continuación de las iniciadas por Eduardo, ya fallecido, cuyos planos respetó escrupulosamente.

Este camposanto guarda los restos de los grandes patricios y otras figuras religiosas, artísticas y culturales de la ciudad desde el siglo XIX hasta mediados del XX

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Descubierta, pues, la habilidad de Luján como arquitecto no puede ni debe extrañar el encargo que hizo el ayuntamiento de entonces para que diseñara el frontis del primer y nuevo cementerio de la ciudad. Tejera y Domingo J. Navarro coinciden en afirmar que la realidad de este camposanto es de agradecer al celo patriótico y extraordinario entusiasmo del gran patricio grancanario don Agustín José Bethencourt, el mismo al que se deben los impulsos para la continuación de las obras del primer templo catedralicio. Don Agustín José fue un personaje local de gran influencia y no menos ímpetu que era, en 1812, regidor -el equivalente al concejal de hoy- del Ayuntamiento, año en el que ostentaba el cargo de corregidor (alcalde) el teniente coronel don Alonso Pareja Padilla, capitán a guerra y maestrante de Sevilla.

Domingo José Navarro, en sus Recuerdos de un Noventón, se hace eco de la iniciativa de Agustín José Bethencourt que, allanando obstáculos insuperables, señala, fue el verdadero artífice del camposanto. El Ayuntamiento no disponía en sus arcas de los suficientes recursos económicos para pagar la cuota que le correspondía en la obra, pero logró del obispo Manuel Verdugo y del Cabildo Catedral un adelanto de estos fondos hasta tanto, más tarde, devolviera el préstamo. A la pícara socarronería de este personaje, cuenta igualmente Navarro, se debió, en aquel mismo tiempo, el primer puente de cantería que unía los barrios de Vegueta y Triana entre las calles Muro y Obispo Codina.

Monumentos funerarios

El interior de este cementerio, hoy convertido en necrópolis, ofrece un variado y rico conjunto de monumentos funerarios, con sepulcros y capillas, algunos de gran categoría arquitectónica y artística. Destacan los de la familia Manrique de Lara; el que Luisa Manrique construyó para dar sepultura a su marido Cristóbal del Castillo; o aquel que Italia dedicó a las víctimas del trasatlántico hundido en el puerto de La Luz en 1892 y en el que figura el escudo nacional y la leyenda «la caridad de la patria lejana». Sin olvidar el monumento funerario que Victorio Macho trabajó para la tumba de Tomás Morales. Recordar asimismo que este cementerio tiene algunas muy destacadas e importantes obras escultóricas realizadas por el italiano Paolo Triscornia di Ferro.

El hoy conocido como ‘cementerio viejo’ de Vegueta o de Las Palmas, prácticamente ya en desuso salvo para los que tienen sepultura propia, recogió y guarda los restos de los grandes patricios y otras personalidades religiosas, artísticas y culturales de la ciudad desde principios del siglo XIX hasta mediados del XX. Para aquellos que no sientan ningún tipo de temor -los vivos son los que hacen daño, los muertos descansan en paz- resultará evocador un paseo por este camposanto, admirando los monumentos cuyos sepulcros guardan los restos de tantos hijos ilustres de la ciudad. Resultará evocador recordar y leer los nombres esculpidos en los mausoleos de los que allí reposan y que fueron artífices de cualquiera de las páginas de la historia de Las Palmas de Gran Canaria, camposanto en cuyo frontispicio puede leerse : «Templo de la verdad es el que miras. No desoigas la voz del que te advierte que todo es ilusión, menos la muerte».

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