Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

Ca'Jonás, el bar surgido del esfuerzo

La cervecería es un clásico de la capital, su apogeo comenzó con la apertura de las discotecas y la biblioteca insular

El negocio es gestionado por la segunda generación

Jonás Rivero comenzó a trabajar desde muy joven como camarero en el sur. A pesar del extenuante trabajo de la hostelería, el joven solo pensaba en abrir su propio negocio. Con tan solo 24 años lo consiguió, vio en el periódico el anuncio del traspaso de un bar en la calle Peregrina, y se decidió. «Yo soy de Telde, no conocía la zona, pero me informé, vine al bar y me gustó, así que pedí el dinero y me puse a trabajar», detalla. El bar llevaba abierto desde 1981, y tuvo dos propietarios, fue en 1986 cuando él tomó las riendas. Y no fue un trabajo sencillo, se dedicaba de pleno desde el lunes hasta el sábado al negocio. Empezaba la jornada por la madrugada y finalizaba bien entrada la noche, pero el esfuerzo tuvo su recompensa, porque el Ca’ Jonás, después de 42 años, ha conseguido asentarse como uno de los bares clásicos de la capital.

«Llegaba aquí a las cinco de la mañana, y estaba hasta las 11 o 12 de la noche, el día que libraba que era el domingo, me acuerdo de pasármelo entero durmiendo. Había que pagar el crédito», rememora Rivero. Al principio la zona no funcionaba tan bien como en la actualidad, y era complicado que entraran los clientes, por lo que la situación se recrudecía. «Tiraba al principio un poquito flojo, pero ya después el bar se puso de moda cuando abrieron las discotecas», explica. Pero más que los locales nocturnos, la apertura de la biblioteca del Cabildo fue el boom que realmente necesitaba. «Los estudiantes por la mañana venían a desayunar y a tomarse sus cafés, y después por la noche venían de marcha a tomarse sus cervecitas», comenta.

Una cliente pide en la barra, fuera varias personas toman algo en la terraza.

Una cliente pide en la barra, fuera varias personas toman algo en la terraza. / Andrés Cruz

Rivero destaca que esa clientela es muy especial. «Hoy son abogados, jueces, y policías. A veces les pregunto qué edad tienen porque siguen siendo para mí unos niños, y me quedo asombrado cuando me dicen que tienen 50 años, es gente muy buena a los que aprecio y quiero», apunta.

Más variedad de bocadillos

Esa nueva clientela acogió de maravilla los cambios que incorporó al bar. «Esto siempre fue un piscolabis, pero de dos clases de bocadillos que había, incluí mucha variedad y puse hamburguesas», refleja. Con el paso de los años han centrado el bar más en el concepto de cervecería que en bocatería y han incorporado algunos platos como papas arrugadas con mojo o pimientos, entre otros. «Hemos reducido a lo mejor los bocadillos y la gente demanda más platos y raciones», cuenta.

Desde que abrió el primer local, ya estaba pensando en inaugurar el siguiente. «Nunca vi el dinero, lo primero que gané lo invertí en otro bar, y después salía otro dinero y todo al otro bar, yo nunca tenía dinero», afirma. Tres años después de la apertura en la Peregrina abrió en San Juan, Telde, y al tiempo abrió otro más en el mismo municipio, y por último, inauguró uno en Playa del Inglés.

Jonás Rivero muestra la variedad de bocadillos tras la barra.

Jonás Rivero, tras la barra, muestra la variedad de bocadillos. / Andrés Cruz

Para poder controlar todos los negocios pasaba noches sin dormir de un lugar para otro, y el cuerpo lo estaba notando. «Me di cuenta de que era una locura y no podía controlar los cuatro bares», explica. Vendió y cerró los locales y se centró únicamente en el de la Peregrina para recuperarse del trote. También continuó con la bocatería del Cruce de Melenara que gestiona su mujer Inmaculada Felipe.

Pero su esfuerzo no fue en vano, desde que comenzó todos se dieron cuenta del empeño que le ponía, incluso el reputado Néstor Álamo. El compositor se le acercó con su característico bastón y le regaló un libro dedicado por ser la primera persona que llegaba por la madrugada y el último que se iba por la noche. «Estoy muy agradecido porque parecía que nadie se daba cuenta, pero la gente notaba lo que uno trabajaba», refleja.

Hace unos siete años su hijo, Jonás Rivero, tomó las riendas del bar. Fue una transición natural porque desde que era pequeño siempre había ayudado en el negocio familiar. Rivero está muy orgulloso de que su hijo diera un paso al frente para continuar con el negocio que tantos desvelos y al igual que felicidad le proporcionó. «Aquí me he dejado la vida le estoy muy agradecido a este local, para mí no tiene precio, y yo se lo pido a mis hijos, que aunque yo palme que no vendan este local porque hemos sufrido mucho en él», explica.

Rivero recuerda que cuando compró el bar la zona no era tan buena como ahora, pero con el paso del tiempo se han ganado una clientela que lleva toda la vida con ellos. «Más que clientes, son amigos, es una amistad de años», asegura.