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Reportaje

Kate Winslet, doble vocación

Desde que debutó en la gran pantalla, aún adolescente, la británica ha impregnado de fortaleza y carisma sus interpretaciones

Kate Winslet, doble vocaciónMagazine

A los 38 años, esta británica que se hizo famosa cuando Peter Jackson la hizo protagonista de su 'Criaturas celestiales' siendo adolescente, sigue encontrando espacios para sorprender. Su personaje en la nueva película de Jason Reitman, 'Una vida en tres días', no podría ser más diferente a todos los que ha hecho antes, una mujer profundamente deprimida que encuentra su salvación en la persona menos pensada, un fugitivo (Josh Brolin) que ha tomado a ella y a su hijo de rehenes: "Una de las razones por las que quise interpretar a Adele es porque me pareció muy distinta a todas las otras mujeres que he encarnado", explicaba Kate Winslet en el pasado Festival de Toronto, cuando le faltaban un par de meses para dar a luz por tercera vez. "Cada personaje tiene un grado de fortaleza y de vulnerabilidad, y hace mucho tiempo que no me tocaba uno que tuviera más vulnerabilidad y fragilidad que fortaleza".

En 'Una vida en tres días', basada en la novela de Joyce Maynard titulada en inglés 'Labor Day', Adele ha sido una mujer feliz cuyo matrimonio se ha desmoronado tras cuatro embarazos malogrados y vive con su hijo adolescente, Henry, interpretado con solidez por Gattin Griffith: "Ella tiene una faceta admirable: nunca ha dejado de ser una buena madre", explica Winslet, quien, además del bebé que tuvo poco después de la entrevista, tiene una hija de 13, Mia, de su primer matrimonio con Jim Threapleton, un técnico de cine, y un niño de 10, Joe, de su segundo exmarido, el director Sam Mendes. "Hace falta mucha fortaleza para poder serlo con todas las dificultades que experimenta y el pasado tan triste que le ha tocado vivir", añade sobre el personaje. "Le tengo un tremendo respeto y siento por ella una gran admiración porque ha podido criar muy bien a su hijo. Es un buen chico, y eso se debe exclusivamente a ella. Creo que mucha gente en las mismas circunstancias hubiera recurrido a un terapeuta, habría dependido de alguna clase de medicamento y no se hubiera vestido hasta el mediodía. Para las tres de la tarde habría estado tomando ginebra, olvidándose de su hijo", afirma.

Su propia experiencia maternal fue muy valiosa para establecer un buen vínculo con Griffith, quien a los 15 años ya es todo un experimentado actor, aunque nunca antes le había tocado trabajar de igual a igual con una actriz de la talla de Winslet: "Adele obviamente tiene una relación muy especial y cercana con Henry, y yo sabía que debía tener el mismo vínculo con Gattlin, porque quería que este adolescente se sintiera cómodo cuando estaba conmigo, lo cual no siempre es fácil", recuerda. Y agrega: "Al principio, él se sentía intimidado por absolutamente todo y estaba muy nervioso, por eso fue muy importante relajar la situación, porque los nervios de un actor pueden ser algo muy positivo, pero también pueden liquidar una interpretación".

La maternidad también ha tenido un papel para que la actriz aceptara romper con una filmografía que suele transitar por el cine independiente y se haya dejado tentar por la propuesta de los productores de 'Divergente' para encarnar a la primera villana de toda su carrera, en la adaptación cinematográfica de la famosa serie de novelas juveniles que llegará a los cines españoles en abril. "No sólo es un proyecto muy diferente a todo lo que he hecho hasta ahora sino que además me hará quedar muy bien delante de mis hijos. Mia está en una edad en la que ella y sus amigas están leyendo este tipo de libros", admite divertida. Y añade: "El otro día llegó a casa muy entusiasmada y me contó que su amigo le había preguntado si de verdad su mamá trabajaba en 'Divergente' y si podíamos llevarle a la 'première'. Yo sé que mi hija se ha dado cuenta de que mi participación en la película le puede ser muy útil en su escuela".

Aunque Winslet no reniega de su condición de estrella de cine, a la hora de poner prioridades tiene muy en claro que es primero madre y luego actriz, algo que se ha intensificado con la llegada al mundo de Bear, fruto de su relación con su flamante tercer marido, el magnate Ned Rocknroll. Y si bien Kate deja muy claro que no hablará sobre su vida amorosa ni sobre su matrimonio, no tiene problemas en hablar de sus hijos: "Ellos lo son todo para mí. Creo que, para cualquier padre, a partir del momento en que un hijo llega a este mundo, se convierte en lo primero en lo que uno piensa cuando se despierta a la mañana. Soy una mamá común y corriente que se ocupa personalmente de ellos", asegura.

También comparte sus dilemas a la hora de plantearse estrategias para que tengan una existencia normal que no se vea afectada por su celebridad: "Yo trato de llevar una vida simple para que no sientan que ellos son distintos a sus amigos. Si cada vez que nos subiéramos a un avión lo hiciéramos en un jet privado, tendrían esa impresión. Pero ellos van a una escuela común, y hacemos con ellos las mismas cosas que cualquier familia. A veces todo es muy fácil y otras veces es un poco complicado, sobre todo cuando hay seis paparazzi escondidos detrás de un árbol", explica.

Cuando se le pregunta si les imagina siguiendo sus pasos, responde de manera contundente: "El único sueño que tengo para mis hijos, honestamente, es que crean en sí mismos. No me importa qué es lo que elijan hacer cuando sean adultos, ni cuál sea la creencia que tengan. Lo que me importa es que se sientan cómodos en su propia piel y se sientan queridos", alega. Admite, sin embargo, que entre los rodajes y las obligaciones como madre suele olvidarse un poco de sus propias necesidades: "Tengo que aprender a tomarme tiempo para mí. Cada vez hago mejor lo de sentarme unos minutos a no hacer nada. Muchas veces me quedo viendo cómo pasan los minutos y me digo lo bonito que es poder sentarse un rato. Es que uno se olvida. Sobre todo, si eres madre. Siempre te sientes culpable de que en lugar de sentarte podrías estar haciendo algo con ellos o buscando una receta para la cena. Aprender a tomarte tiempo libre sin sentirte culpable es todo un aprendizaje", reconoce.

Pero a la hora de aceptar un rodaje, la dueña de una considerable fortuna personal admite que sus razones para decir que sí suelen pasar por necesidades estrictamente personales: "Cuando no estoy trabajando, hay momentos en que extraño actuar. Espero ansiosamente que llegue el momento en que pueda hacer mi siguiente película. Para mí es un poco como esperar la Navidad. Y cuando llega el momento y vamos a rodar la primera escena, me siento como si fuera mi primer día de escuela", confiesa.

La segunda de los cuatro hijos de una camarera y un constructor de piscinas de Berkshire ya soñaba con ser actriz cuando era niña, y a los once ya era la protagonista habitual en las obras de la escuela de teatro infantil a la que asistía. Un año después había hecho su primer trabajo interpretativo, y a los 16 ya trabajaba regularmente en la televisión británica: "Yo creo que llevaba la actuación en la sangre", afirma Kate al reflexionar sobre aquellos tiempos.

"Nunca tuve dudas de que esto era lo que yo quería hacer. Sin embargo, jamás pensé que iba a trabajar en el cine, porque lo que yo sabía de la actuación a través de mi familia pasaba por la lucha constante, por conseguir como mucho un papel de reparto en un episodio de una serie de televisión. Mis padres siempre me estimularon de la manera correcta y también en forma práctica. Nunca me dijeron que yo era maravillosa. Y mucho menos que cuando creciera me convertiría en una estrella. Me dijeron que tenía que trabajar duro en esto si era lo que yo quería y que la vida iba a ir mostrándome el camino. Siempre me dijeron que yo tenía que poner lo mejor de mí porque esa era la única manera de concretar mis sueños", rememora.

Apenas había pasado un año desde que se hizo famosa con Criaturas celestiales cuando obtuvo la primera de sus seis nominaciones al Oscar encarnando a Marianne Dashwood en la adaptación que hizo Emma Thompson de Sentido y sensibilidad, de Jane Austen. Y dos años después llegaría Titanic, el papel que la convirtió en la envidia de todas las adolescentes por vivir en la pantalla lo que ellas soñaban con Leonardo DiCaprio, dejándole de paso una segunda nominación. Repetiría en el 2002 con Iris, en el 2005 con ¡Olvídate de mí! Y en el 2007 con Juegos secretos. Cuando llegó la sexta, en el 2009 con El lector, tenía 33 años y se convirtió en la actriz más joven en haber acumulado semejante récord. Ese fue el año en que por fi n ganó, un par de meses después de lograr otro triunfo inolvidable, cuando se llevó en la misma noche dos Globos de Oro, uno por El lector y otro por Revolutionary Road, una sucesión de logros que, sin embargo, nunca le ha quitado el sueño: "Los premios y los reconocimientos son extraordinarios, y estoy orgullosa de cada uno de ellos", dice, y enseguida aclara: "Pero, por otro lado, creo que sería un error pensar que debo tratar de superar lo que ya he logrado, o que tengo que ganarme otro Oscar. Para mí lo que marca la calidad es mi propio trabajo, y yo estoy decidida a que este sea siempre tan bueno como yo sea capaz".

Increíblemente, la talentosa actriz volvió a disfrutar de una doble nominación en los Globos de Oro del 2012, cuando fue candidata como mejor actriz de comedia por Un dios salvaje de Roman Polanski y a la vez como mejor actriz en una miniserie de televisión por la extraordinaria Mildred Pierce, por la que se llevó su tercer Globo de Oro. Ese mismo papel le dejó su primer Emmy, que se sumó en su asombrosa colección de premios al Grammy que ganó en el año 2000 por una grabación de cuentos para niños: "Cuando eres actriz no te interesa parar hayas llegado adonde hayas llegado, y ese es ciertamente mi caso. Pero, por otro lado, tampoco me detengo a pensar mucho en qué lugar estoy en mi carrera. He sido muy afortunada de haber podido interpretar tantos personajes maravillosos y haber colaborado con tan buenos directores", afirma.

Sin embargo, ni la fama, ni el dinero ni los reconocimientos parecen haber cambiado demasiado a aquella chica enamorada del teatro que creció en un hogar de clase media en una pequeña ciudad a menos de cien kilómetros de Londres: "Yo creo que sigo siendo la misma persona que siempre fui, al menos eso es lo que siento en mi interior. Es más, creo que soy mucho más quien soy ahora que tengo esta edad que cuando tenía veintitantos años. Es que esta es la etapa de darte cuenta de quién eres, aunque cuando somos más jóvenes creemos que sabemos exactamente quiénes somos. A medida que pasan los años te vas entendiendo a ti misma más profundamente. Luego, además, la maternidad te transforma radicalmente como ser humano. Todo esto es un proceso interno en el que el éxito o el fracaso no tienen ninguna influencia. Yo sigo guiándome por la misma ética de siempre y sigo opinando lo mismo sobre la vida que cuando no me conocía nadie", resume con esa combinación de humildad y sentido común que parece imponerse cada vez que abre la boca.

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