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A mayor gloria de la adrenalina

Pese a sus roces con el más trágico determinismo, ‘Sky Rojo’ es una de las series más lúdicas que se hayan hecho en España

Yany Prado, una de las protagonistas de ‘Sky Rojo’. | | LP/DLP

La primera temporada de Sky Rojo, estrenada la pasada primavera, venía a provocar, a crear sensaciones de toda clase, y lo consiguió. El «antiaburridista» Álex Pina y su habitual socia creativa Esther Martínez Lobato servían una mezcolanza de géneros e intenciones no siempre bien equilibrada, pero desde luego incapaz de dejar indiferente. Por un lado, la serie era un artefacto pop sexi con estética e iconografía marca Tarantino (ese boli clavado en un pecho cual jeringa de Pulp fiction, ese Moisés enterrado vivo cual Novia de Kill Bill) y, mirando hacia casa, el Bigas Luna más castizo de los años 90. Por otro, esta historia de prostitutas a la fuga ambicionaba también un ángulo más social: abundaban las reflexiones, ora poéticas, ora directas como balas, sobre un trabajo que a menudo es esclavitud y las desigualdades económicas y de género que lo propician.

Como bien nos ha enseñado la cinematografía surcoreana, mezclar tonos y voluntades no solo es posible, sino recomendable, pero en Sky Rojo lo ligero y lo meditativo podían ponerse piedras mutuamente. Ciertos impulsos voyeurísticos podían amortiguar el mensaje de condena y repulsa, mientras que algunas subtramas humanas, en particular todo lo referido a la madre de los proxenetas Christian y Moisés, ralentizaban en exceso el espíritu espídico de la función. Todo el mundo tiene sus razones, pero no todos los villanos necesitan ser humanizados.

Sky Rojo era mejor cuanto más cartoon, cuando más recordaba a esas aventuras de Coyote y Correcaminos convertidas por el trío central en metáfora de su tumultuosa huida hacia delante. ¿O hacía el vacío, como Thelma y Louise, a cuyas manos unidas en un puño se rendía homenaje en el quinto episodio? Por suerte, la segunda temporada (o segunda parte de, en principio, una sola) es una apuesta bastante firme por la acción pura, algo no tan fácil de ver en las series hechas aquí. Y todavía menos, resuelto con esta convicción.

Sin entrar en demasiados spoilers, diremos que la cada vez más autodestructiva Coral (Verónica Sánchez), la relativamente inocente Gina (Yany Prado, la mejor de todo el reparto) y la lógicamente rabiosa Wendy (Lali Espósito) no lo pasan demasiado bien en la recta inicial de esta entrega. Wendy, gravemente herida al final de la primera temporada, está a punto de tirar la toalla y todo podría acabar fatal de no ser por un enésimo gesto de esperanza. Quienes lo pasan realmente bien son directores como David Victori (No matarás), Albert Pintó (Matar a Dios) y Óscar Pedraza (Patria), virtuosos en el cultivo del frenesí y sus juegos con cánones del wéstern (ese gran tiroteo en la cabaña) y el survival (esa herida cauterizada de aquella manera).

A pesar de sus roces con el más trágico determinismo, Sky Rojo es formal y estructuralmente una de las series más lúdicas que se hayan hecho en España, como este año también El inocente. En esta temporada se cambia de aspecto de ratio, de rectangular a más cuadrado, para describir cierta situación en la que se encuentran nuestras heroínas. Y hay un momento mágico en que se salta de un ratio a otro, de un estado mental a otro, de forma casi imperceptible.

Orgullosamente sensorial, parece diseñada para ser vista en la pantalla más grande y con el volumen al 12. Así se puede apreciar mejor la torrencial entrada en la banda sonora del Pájaros de Mercromina. Otros momentos musicales, como ese El tamborilero en versión del esperpéntico Romeo (Asiar Etxeandia), buscan menos la emoción epidérmica que la estupefacción. Provocación hasta el final.

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