Cinco docenas de embravecidos amigos, familiares y favorecidos de Alberto González Reverón, alcalde aronero imputado por tráfico de influencias, se instalaron el martes en las puertas del Juzgado de Arona para apoyarle. En democracia, nadie debería molestarse porque un grupo de personas ejerzan civilizadamente su derecho a manifestarse. Por desgracia, lo del martes fue, más que un cívico acto de apoyo al alcalde imputado (cada uno es libre de apoyar lo que quiera), un alarde de desacato y presión al sistema judicial y de amenaza a los adversarios políticos y judiciales del alcalde.

Así, el abogado de la acusación particular, Felipe Campos, se vio obligado a abandonar la sede del Juzgado por la salida trasera, para evitar hacer frente al grupo de exaltados que le esperaban en la puerta principal. A lo largo del día, los amigos de Berto desparramaron la tensión hasta hacer que no fuera suficiente la intervención del servicio de seguridad de los juzgados y tuvieran que acudir dos dotaciones de la Policía Nacional para calmar los ánimos y aflojar la tensión. Una tensión centrada en un ciudadano -al parecer socialista o simpatizante socialista- que intentó hacer unas fotos; pero también focalizada en la prensa y en los abogados de la acusación. Los gritos de apoyo a Berto se fundían en la puerta del Juzgado con los insultos dedicados a los denunciantes y a los periodistas. Eso era lo que ocurría fuera, mientras dentro, en el número 7, el alcalde Berto -sometido a un entero día de interrogatorio en sede judicial- reconocía sus errores y aceptaba con actitud humilde haber prevaricado e influido, justificándose en que desconocía que lo que hizo fuera delito. Esperaba quizá el alcalde una simpática reconvención del tribunal, una llamadita al orden, como si los delitos de los que se lo acusa fueran gamberradas colegiales de primero de primaria.

A última hora, con el edificio rodeado de policías para evitar altercados, Berto salió a la calle imputado por nuevos delitos de tráfico de influencias y malversación, a sumar a la vieja imputación por prevaricación y delitos contra la protección del territorio. Mientras el abogado de la acusación se escurría por la trasera, los amigos de Berto amorosaban al edil, vitoreando su nombre. Una curiosa imagen, desde luego.

La imagen de un mundo en el que los valores de la civilidad son sustituidos por los de la tribu: ¿qué más da lo que haga Berto, si Berto es de los míos? El nuestro es un mundo en el que los que denuncian son tratados como felones miserables y los imputados como héroes. La nuestra es ya una sociedad de omertás y silencios, de pesebres bien surtidos y de estómagos agradecidos o tripas cobardes. Aquí lo que vale ya no es hacer lo correcto -o lo necesario-, sino tener tantos amigos -y tan buenos- como los que tiene Berto en todos lados.