Parece el nombre de un banco y de hecho lo es, un banco cuyo activo de 35 millones de almas deambula en la tierra de nunca jamás. Difícilmente serán reconocidos el esfuerzo y la labor desinteresada que estos administradores de gentes sin tierra que aspiran a encontrar un país donde abrir una sucursal que dé acogida a esa inversión que han hecho a lo largo de la vida y que se llama: familia.

Hace pocos días unos ladrones de almas se llevaron, para pedir dinero, precisamente a quienes sin tenerlo, daban parte de sus vidas para que otros, simplemente no mueran. Pero estos episodios se repiten una y otra vez y nos quedamos con la mirada perdida en el televisor mientras una voz en off se limita a contarnos que en tal o cual sitio unos atracadores de ilusiones han descerrajado un par de tiros a este o aquel.

La peor sequía, de ese oro blanco que es el agua, en Somalia ha dejado cinco millones de cuentacorrentistas con números rojos, y lo que es peor, a un interés que se paga con el desahucio de esta existencia.

Esta multinacional de la solidaridad cuya oficina principal se encuentra en Suiza desde 1951 se constituyó para garantizar que ese capital humano encontrase refugio en un paraíso vital que dé acogida a eso tan frágil que llamamos fondos de garantía de capital humano.

El que vive atento al qué dirán, jamás será rico. La naturaleza exige muy poco; la opinión del mundo, muchísimo.

A veces cuando ponemos la cabeza en la almohada, justo antes de dormir, sentimos como una sensación de culpa por omisión nos recorre de arriba abajo que parece decirnos: no hay bien alguno que nos deleite si no lo compartimos.