La Iglesia católica en España teme la propaganda del estado o de posiciones políticas opuestas a su presencia pública, para alzar la voz recordando -por medio del cardenal Rouco-, que la recaudación por concepto de solidaridad en la declaración de la renta ha descendido, y es que el número de sujetos que marcan con una cruz la elección de su diezmo ha decaído. En primer lugar, la responsabilidad de mantener a la Iglesia para que siga con su trabajo que no es otro -o debería ser- que la caridad, es asunto de sus seguidores. Si disminuyen las aportaciones, si se resiente el vínculo caritativo de justicia de la iglesia con la función del estado y entra en colisión por la atención a los desfavorecidos, tendría que salir de la propia iglesia el contenido moral, coherente y activo de sus confesos para compartir; si no es así, el problema es de credibilidad, porque si se asume la acción como praxis estaríamos ante una desafección de los confesos que ya no confían ni en la redistribución pública de la riqueza, ni en el aval de la privada, retrayéndose en su pertenencia espiritual a una iglesia que debe ser caridad y subsistir de ella, porque esta seria la línea de coherencia visceral del maestro en su abajamiento: pobre para dar, ofrecer desde la pobreza y compartir la vestidura, el frío de aquel que está fuera rechinando los dientes.

Más de dos millones de niños padecen malnutrición en este país europeo, heredero de la ilustración, en sus hogares sobreviven con un capital inferior a lo necesario para tener lo básico y ahora los ahogados en deudas ajenas ya no están en el umbral de la pobreza: esa puerta se ha abierto y han caído en el abismo de la invisibilidad.

Retoman cíclicamente el camino del desierto, única vía para desaparecer y convertirse en memoria, en el olvido. Su representación social se ha atomizado en muchos sectores de la sociedad, a la espera de tiempos mejores que los redima para no perder la esperanza. De este agujero negro de profundidad ontológica y brocal físico, se sale si la voluntad de la mayoría logra averiguar entre la ideología y la propaganda cuál es la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno en este ejemplo práctico de explotación.

Ahora que aparecen el ayuno impuesto, el hambre, que merman en sus recursos la educación y la sanidad, nos alejamos más de lo que pretendíamos y se hace necesario la visibilidad de lo que pesamos, la praxis de lo que decimos.