Puede que por tratar este asunto me vaya a meter en un lío de narices. Tal vez, ahora que aún estoy a tiempo, debiera dedicar a otro tema este espacio que consagro semanalmente a lo que veo, lo que recuerdo, lo que imagino o lo que cuentan otros sobre Las Palmas. Quizá, para cuando esta columna esté con el periódico en la calle yo ya esté sentenciado. Pero, a fuerza de darle vueltas, no consigo pensar en otra cosa. Y, en fin, por si sirve de algo, me gustaría subrayar que, aunque en el linde del espacio privado, la cuestión que voy a abordar se inscribe plenamente en el espacio público.

El objeto de mi inquietud está en la calle Caleta, en La Puntilla. Allí, sobre un escarpe que se asoma al mar, hay una casita de pescadores -muros enjalbegados, puerta azul añil, redes y boyas decorativas, chalupa, grúa para izarla y bajarla-. En la fachada la inscripción: "Chano el peligroso".

Siempre que paso por este lugar mi visión es atrapada por este letrero perturbador que, sin embargo, está realizado con azulejos ornamentales, de esos que se usan más para hacer anuncios como "Bienvenido a esta casa" o "Villa Jennifer" que, digamos, para advertir "Cuidado con el perro".

Debo de reconocer que en más de una ocasión he estado tentado de preguntar en el vecindario que por qué este señor, Chano, es peligroso. Finalmente siempre desisto de hacerlo, no tanto por no meterme donde no me llaman -el periodismo, ya se sabe, es una profesión indiscreta- como por no jugarme aún más el tipo.

Me digo entonces que quizá el secreto valga más que su revelación misma, que este, al menos para mí, arcano expuesto a los ojos de los transeúntes hace más hermoso aún este sitio que invita a la ensoñación oceánica. Me digo también que, al fin y al cabo, entre los marineros son frecuentes los apodos, -la primera vez que fui a Alegranza lo hice en un barco llamado Vamos con Dios de un señor que se presentaba a sí mismo como Gregorio el Erizo-, y que éste, el Peligroso, enriquece el imaginario local. Me digo, en fin, que puede que, después de todo, este señor, Chano, no sea tan peligroso. Pero cuando me lo digo recuerdo el aserto de José Bergamín: "Hay quién se adelanta a decir lo que es para no parecerlo".