La capital de Gran Canaria, y consecuentemente todos los indígenas capitalenses que en ella o bien moramos o deambulamos, tiene desde ayer un motivo más, si cabe, para formar parte de las grandes metrópolis que en el mundo han sido, no me viene ahora al baifo cuala, pero algo así como Persépolis, Troya, o la legendaria Babilonia, urbes que dejaron su impronta en la literatura, el misterio y la fantasía por los más variopintos motivos. En Persépolis, por poner un entretenido ejemplo, se crearon asombrosos hitos arquitectónicos rematados con piezas de oro y plata, hasta que Alejandro encochinose y le metió candela para dejarla hecha una birria. A Troya le cantó Homero, en La Ilíada, al igual que aquí nos canta Mary Sánchez en La farola del mar, como era chiquita, la mandaron quitar, y de Babilonia colgaban jardines por orden de Nabucodonosor II para dar salida y resuello a un arrebato polinizador por su esposa Amytis. Ya sabe como era esta gente: donde usted espicha malamente un geranio en el balcón por hacerle una gracia a su compadre, los Nabucodonosor montaban un exótico amazonas en el harto árido entorno del río Éufrates.

Las Palmas de Gran Canaria no iba a ser menos, y era ayer, seis días después del meteorito de los Urales -un presagio de lo que estaba por venir-, el día elegido por una delegación municipal que movilizó cuadrillas y a los voceros de la opinión pública para presentar una tonga de papeleras que han llegado para quedarse aquí. El concejal de Papeleras, Óscar Mata, acompañado por si se perdía por la concejal del Distrito Centro, María Amador, y ataviado con un terno tres colores y corbata púrpura en un claro guiño al tamarco que eligió Moctezuma para recibir a Hernán Cortés, anunció el hito: la próxima instalación de un hato de papeleras, incluso algunas de ellas ¡con cenicero!, sí, amigos, según detalló técnicamente mientras unos operarios hacían una práctica demo de cómo asearlas, todo ello haciendo bueno el Salmo 23 que pone: "El Señor es mi pastor, (de) nada me falta".