Mijail Bulgákov, autor de El maestro y Margarita, dejó escrita en una patética carta autojustificativa a Stalin la siguiente frase: "Si algún escritor intentara demostrar que la libertad no le es necesaria, se asemejaría a un pez que asegurara públicamente que el agua no le es imprescindible". Desde hace meses Mariano Rajoy parece ser ese pez que mira con ojos quietos y asombrados a través de los cristales de una pecera. La conversación nacional, que Al Gore en su Ataque a la razón, una obra demoledora sobre los años de George W. Bush, considera la argamasa que une y hace que funcione la maquinaria de la República, se ha convertido en España en un soliloquio defensivo, en el recitado mecánico de unos argumentos precocinados por estrategas de la imagen. Así, el jefe del Gobierno se recluye en una solemne soledad, habla a través de pantallas de plasma, de portavoces intermediarios, con una línea discursiva que trata de sustituir la política por una retórica economicista, muy común entre los devotos de los mercados. Así lo importante no sería el escándalo de la trama Gürtel ni el caso Bárcenas, sino la prima de riesgo, los halagos de la derechista Comisión Europea al desmontaje del Estado de Bienestar en España (los del centro y norte de Europa solo tienen prudentes actualizaciones) o las buenas perspectivas en la evolución turística.

Henry Kissinger utiliza en su imprescindible Diplomacia una cita de Pascal para explicar cómo muchas veces la ceguera y las obsesiones impiden ver los peligros reales. "Corremos ciegamente hacia el abismo, después de poner frente a nosotros algo que nos impide verlo". Desde que estalló la Gürtel y se reveló que se trataba de una organización concebida como una gran franquicia para el tráfico de influencias y el cohecho masivo, como define al barcenismo el profesor López Aguilar, la plana mayor del PP se ha puesto una venda en los ojos, como si lo que no se ve no existiera, que le impide ver la cercanía del risco.

La sociedad no se ha cansado de demostrar a lo largo de la historia que está dispuesta a los mayores sacrificios, y a perdonar lo imperdonable, si se le dan explicaciones convincentes y, sobre todo, si se le da parte en la solución de los problemas. En eso, en realidad, consiste la democracia: en participar, y en no reducir las parcelas de libertad cuando hay crisis, sino, al contrario, en asentarlas para buscar consensos. Huir de la confrontación dialéctica siempre ha traído malas consecuencias; que se agravan, y pasan de malas a peores, si la claridad se aprecia como simple propaganda de feria de pueblo. "Siempre toca, si no es una muñeca es una pelota".

El domingo 22 de marzo de 1987 publiqué en Faro de Vigo una extensa entrevista de tres páginas con Rajoy, a la sazón considerado como la gran esperanza blanca de Alianza Popular frente al desbarajuste de una Xunta carcomida por las ambiciones y las traiciones. Él explicaba, con tono de convicción, que frente a la corrupción... "lo que sí tengo claro es que la Administración pública tiene que ser transparente y eficaz: concursos públicos, igualdad de oportunidades, etc. Nunca he fomentado el clientelismo. Siempre he procurado coger al mejor para cada cargo".

Quien así hablaba no se reconoce en quien ahora escurre el bulto con frases hechas y disculpas gaseosas. Es en el Parlamento donde la gravedad sin paliativos de la situación creada por la alineación de las galaxias Gürtel y Bárcenas exige ya mismo una explicación convincente. La mayoría absoluta no puede ser un rodillo para destrozar los espejos que no reflejan el mundo soñado.

Parlamento viene de palabra, y es el lugar que la democracia ha establecido para dirimir las diferencias, para exigir explicaciones y para la obligación de darlas a los representantes de la soberanía popular, que tienen el mismo valor en derecho, tanto si están en el poder como en la oposición.

Las artimañas y el filibusterismo preparlamentario para ganar tiempo y que la providencia o quien corresponda eche una mano mágica suelen ser peor remedio que la enfermedad. La salida a una situación sin salida es la moción de censura. Y siendo verdad que el PSOE no tiene votos suficientes, ni siquiera reuniendo detrás de sí a toda la oposición, también es cierto que cuando Felipe González la presentó contra Adolfo Suárez estaba en iguales condiciones... pero ese fue el primer paso firme para ganar en 1982. Logró convencer a la sociedad de que él era la alternativa a una UCD que había llegado a su fecha de caducidad.

Al final no es que la crisis económica sea más importante que la corrupción nominada Gürtel o Bárcenas; ambos sucesos son la punta de iceberg de una crisis moral, que también aflora en forma de crisis económica.