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Teatro Crítica

El invernáculo

El invernadero es una obra repleta de curiosidades. La primera de ellas es su propia historia, porque aunque fue escrita en 1958, no se estrenó hasta 1980. El motivo es que un año antes Margaret Thatcher se había convertido en primera ministra del Reino Unido. Por lo tanto era el momento apropiado para poner en escena una obra de denuncia del autoritarismo. Por eso en ningún momento llegamos a descubrir en qué tipo de establecimiento se desarrolla la acción. ¿Acaso es un manicomio, una residencia, un sanatorio, o una cárcel? Da igual, porque treinta y cinco años después El invernadero no ha quedado anticuada, ya que lamentablemente conserva toda su actualidad. Es más, quizás ahora es cuando la denuncia que realiza Harold Pinter es más acertada.

A pesar de su carácter siniestro se trata de una obra de humor negro, en concreto una de las "comedias de amenaza" del dramaturgo británico. Pero es precisamente el hecho de que sea una comedia, lo que hace que El invernadero sea un poco demasiado larga. La versión que ha realizado Eduardo Mendoza podría haber sido más reducida, porque los diálogos y la acción se repiten hasta la saciedad. Es innecesario que sea así, incluso si aceptamos la justificación de que al tratarse de una sátira del mundo burocrático todo tiene que repetirse hasta el paroxismo.

A pesar de ello es una obra que mezcla intriga, humor y crítica social de una forma acertada, creando un cóctel que divierte, crea expectación y hace reflexionar. Pero es muy posible que como combinado, esta bebida hubiera sido mucho más deliciosa si la cantidad de cada uno de estos ingredientes hubiera sido menor.

Los actores, como verdugos y a la vez víctimas de un sistema que no distingue entre quienes ejecutan sus órdenes y los que las sufren, realizan una buena interpretación en esta pieza del teatro del absurdo, titulada en inglés The hothouse, cuya correcta traducción es el invernáculo y no el invernadero, lo que hace que pierda todos los matices que este término tiene en el original y por los cuales Pinter lo eligió para designarla.

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