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La espléndida madurez de Messi

D esde 2008, cuando Pep Guardiola le dio los galones de su equipo, el peso de Messi en el Barcelona ha sido incuestionable. Pero en los primeros años, el entrenador dejó su sello, a partir del credo cruyffista, y Xavi fue el hilo conductor sobre el césped. Messi, en la banda o como falso 9, decidía los partidos que iba madurando un equipo que monopolizaba el balón.

Desde 2012, primero con Tito Vilanova y después con el Tata Martino, el Barça sufrió una mayor messidependencia, hasta el punto de que sus resultados se explican a partir del estado de forma de Leo: estableció un nuevo récord en el Pichichi (50 goles) para ganar la Liga de los cien puntos; y, castigado por las lesiones y por su absentismo en los partidos decisivos, arrastró al equipo a un año en blanco.

Mediada esta temporada, con un entrenador que le exigía y algunos síntomas de distanciamiento con la afición, Messi parecía más fuera que dentro. Una impresión respaldada por sus declaraciones, siempre en medios de su país, que ponían en duda el cumplimiento de su contrato. Pero algo pasó en aquella semana de enero, con la derrota de Anoeta y la concesión del Balón de oro a Cristiano Ronaldo, que dio la vuelta a la situación del Barcelona y del propio Messi.

En vísperas de la visita del Atlético de Madrid al Camp Nou, con un clima irrespirable en el vestuario y en el club, Messi tomó la iniciativa para afrontar un cambio táctico que resultaría determinante. A partir de ese momento, Messi y Luis Suárez intercambiaron sus posiciones para exprimir sus mejores cualidades y dar un impulso definitivo al juego de ataque azulgrana.

Cuatro meses después no parece muy osado afirmar que estamos ante el mejor Messi de siempre. Al margen de los números, que siguen siendo estratosféricos (53 goles y 27 asistencias), pesa sobre todo la sensación de superioridad que transmite sobre el campo. Con Xavi relegado a un papel secundario y un estilo más directo, sin renunciar a la posesión, la influencia de Messi en el juego colectivo ha aumentado significativamente. Aunque la banda derecha es su punto de partida, el argentino se retrasa a menudo para desatascar el ataque desde el mediocentro y también merodea por la mediapunta para dar el último pase o llegar al área por sorpresa.

En una charla con los delanteros a comienzos de temporada, Luis Enrique dejó claro el plan: "Leo elige". Y, a pesar de su encontronazo previo al viaje a San Sebastián, el asturiano ha seguido confiando en el liderazgo del argentino. A punto de cumplir los 28 años da la impresión de que Leo Messi ha alcanzado su madurez futbolística, relacionada con su estabilidad personal. Ya no se esconde en un rincón del vestuario, dejando hacer a los pesos pesados, sino que asume su responsabilidad como imagen del equipo y del club.

La sensación de plenitud de Leo Messi se explica muy bien con un par de detalles que ha dejado en las últimas semanas. En Córdoba no dudó en ceder el lanzamiento de un penalti a Neymar, pese a que posiblemente lo necesitaría para luchar por el Pichichi con Cristiano Ronaldo. Y en la víspera del partido más importante de la temporada, frente al Bayern Munich, compareció en la sala de prensa, asumiendo una responsabilidad que en las grandes ocasiones solía recaer en Puyol, Xavi o Iniesta. Lo hizo con aire relajado y un discurso institucional que refuerza su compromiso con el club.

La influencia de Messi trasciende a sus apariciones en el campo. Según un estudio de la revista Forbes, el valor del Barça es de 2.808 millones de euros y ha aumentado en un 21,5 por ciento en los tres últimos años. Sobra decir que Messi tiene mucho que ver en ello. Es la imagen de marca de un club obligado a proyectarse al mercado internacional. Tras las dudas que dejó la temporada 2013-04, el 10 del Barcelona y de la selección argentina es aclamado en todo el mundo, especialmente después de sus decisivas apariciones en la semifinal frente al Bayern Munich. "Es demasiado bueno", reconoció uno de sus rivales, Bernat. "Nos hace buenos a todos", sentenció Piqué.

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