Repentinamente el PSOE deja de ser casta para Podemos y, entre advertencias e ironías pablistas, no es imposible ya concebir acuerdos entre ambas organizaciones para desplazar al PP en varias comunidades autonómicas (otra cosa es que tales pactos terminen fraguando: quien suscribe está convencido de que Iglesias, Errejón y compañía practicarán la menor dosis de política posible antes de las elecciones generales). Aquí ocurre algo parecido. Por ejemplo, en La Laguna. Para Sí se Puede o Nueva Canarias los socialistas laguneros que comanda -más que liderar- Javier Abreu eran, durante la campaña electoral, un mugriento apéndice de Coalición Canaria. Ahora, qué cosas, están dispuestos a admitir que el PSC de La Laguna es una fuerza política de izquierdas, siempre y cuando, por supuesto, Abreu y los suyos decidan firmar con ellos un pacto de gobierno. "Les toca demostrar o no si solo le mueven las ansias de poder", ha dicho Rubens Ascanio, al que al parecer solo mueve el anhelo de phoskitos. Es decir, si Abreu decide finalmente no ser alcalde con SSP y Nueva Canarias certificaría que su apetito de poder resulta monstruoso. Más lejos (retóricamente) ha ido Santiago Pérez, quien ha declarado que le asquea cómo están negociando CC y PSOE en toda la isla de Tenerife. Es realmente asombroso. ¿Qué esperaba Santiago Pérez? ¿Que coalicioneros y socialistas se abstuvieran de cualquier negociación para encomendarse a San Judas Tadeo el día de la constitución de las corporaciones locales?

Un pacto entre el PSC-PSOE, Unidos se Puede y Nueva Canarias sería un acuerdo democrática y legalmente legítimo, pero exactamente de la misma manera que un entendimiento entre Coalición Canaria y otras fuerzas con representación en el Ayuntamiento lagunero. Es igualmente repugnante escuchar que lo primero sería una estrambótica jaula de grillos y perroflautas y lo segundo una suerte de golpe de Estado pedáneo que abriría las puertas al Averno en Montaña Pacho. En general ese argumentario del intercambio de cromos -sin negar su capacidad crítica- olvida la realidad de cualquier negociación política: en primera instancia una negociación política con otra fuerza pasa ineluctablemente por contar con el consenso de tus cargos públicos y los cuadros de tu partido para seguir adelante y mantener tu propia cohesión organizativa, tu propia capacidad negociadora. Y eso solo es posible si tus cargos electos aceptan la carga de ventajas e inconvenientes (logros y sacrificios) que todo acuerdo de gobierno acarrea. Entonces, y solo entonces, puede hablarse de programas de acción política y estructura del Gobierno. Porque si a alguien se le ocurre lo contrario -empezar por el diseño y articulación de un programa de gobierno-, igual se encontraría sin partido en el momento de firmarlo.