La Provincia - Diario de Las Palmas

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Piedra lunar

Discurso y política

Nos encontramos en el ecuador de la campaña para la elección de parlamentarios en sendas Cámaras legislativas. La palabra, en su más estricto rigor, se pone de moda porque es en periodo electoral cuando alcanza su cota álgida ya que es, o debería ser, la base de la configuración de la Comunidad. Vivimos quince días en precario, esperando que a través de la voz de la ciudadanía en las urnas se consolide un renovado discurso para los próximos años. Esa es la solemne trascendencia del hombre de la polis. Política es, pues, una palabra de máxima potencia. Lo que pasa es que ha quedado erosionada por el mal uso, el "todo vale", de los responsables de su acción. Política es el arte de lo posible, según definición clásica. Y ese arte se pone en manos de unos ejercientes sociales que en las últimas década han sido unos 'artistas', en sentido peyorativo, en extraer de su alma cuanto les ha venido en gana al amparo del sistema de gobierno más perfecto que es la Democracia. Si nos fijamos en lo negativo de su funcionalidad, nos encontramos con falsas promesas, corruptelas, mangoneos, sectarismos, abusos de poder, personalismos. Así ha pasado en casi todas la épocas. La decadencia del imperio romano se debió, entre otros motivos, a la desastrosa acción viciosa de los emperadores. Por el contrario, están las personas que imbuidas de 'vocación de servicio' se prestan a la causa pública y a la construcción social desde una llamada interior que trasciende lo inmediato. Que cada cual mire la balanza que tenga a mano y mida el valor que pesa en cada platillo, ya que no todos son iguales. Sin embargo, tenemos que decir, porque nos compete profesionalmente, que la política está basada en un discurso aglutinador, igual que la religión, aunque ambas pretenden aunar a sus seguidores desde distintos planteamientos originarios. El discurso con significado coherente en manos de líderes solventes es la base del constructo social donde la palabra es la reina. Propiciar debates es jalear conciencias. El parlamentarismo es hablar, dialogar, argumentar. No obstante, el signo de los tiempos nos ha colocado en este tránsito en que la imagen y el espectáculo están supliendo el discurso lingüístico directo. El bailoteo, la elaboración de viandas en lujosa cocina, el lagarteo entre almohadones en sofá de piel, con vistas a la arboleda, constituyen la moderna palestra de la teledemocracia. Y de eso, del postureo del candidato, es de lo que se habla al día siguiente en la plaza pública / bar/oficina. Hemos superado los fríos asientos del López Socas y el calor de la grada curva del viejo estadio insular. Ahora el argumento, en parte, radica en las zanahorias y habichuelas del aspirante.

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