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opinión

Saber llorar reconforta

Muchas de las cosas malas ocurridas a la UD salen a relucir en momentos difíciles y desagradables. Es como una venganza contra el fracaso y la decepción. Nos amarra el pecho y estrecha la comprensión y hace pensar hasta en la madre que parió a cada cual por cada cosa errada. Aparece la calentura colectiva como una señal de amor. Si no fuera por ello, ¡qué más daba! Poca importancia se le daría.

De todas formas siempre hay aspirinas para los dolores que estabilizan las ganas de vivir y recuperar. Y llegará a ser mientras produzca cabreo. Es interés por figurar y destacar con lo que sea. El otro día el seguidor de deportes mientras por una parte echaba chispas por el fútbol de hombres, cantaba alegrías por el balonmano de las chicas canarias del Rocasa que se metían en la final europea.

En fútbol estamos cerca del quinto episodio que nos degrada antes de finar la temporada; hemos perdido la Primera. Ya somos segundones. A pesar de ello, ¡fíjate tú!, resulta que la UD celebra un acontecimiento que motiva orgullo. Hace 40 años alcanzó lo más alto de su historia copera como finalista tras eliminar a grandes y chicos del momento (Málaga, Espanyol, Cádiz, Atlético de Madrid y Sporting de Gijón). Jugó la final frente al Barça.

No todos ustedes vivieron el acontecimiento. Yo pude hacerlo y ahora, aparte de la calentura, mi aspirina de pesadumbres actuales está en recordar la celebración porque aquel día, y los tres anteriores, Madrid olía a gofio recién molido. La Puerta del Sol no paró -nunca para- de la presencia de husmeadores y banderas, esta vez canarias, y, en menor escala catalanas, aunque ellos fueran más. Solo en número, porque a tres días de pre-final la UD estaba en Castilla para cumplir partido atrasado en Salamanca, hasta donde también llegó la excursión isleña invadiendo su Plaza Mayor de banderamen amarillo y azul.

No contaré yo los lances técnicos en el rodar de la pelota, que ya han contado avispados analistas sobre por qué acabó siendo o no gol. No podría, pero sí puedo contar que jamás el trote del corazón fue más agitado que, cuando al poco de comenzar, un linier, que no el árbitro, decreta penalti que marca Rexach, o cuando otro catalan, Asensi, hace de testa el 0-2. "¡Tierra trágame!", rumiaba yo en silencio, "pero pero no", me escupió p'a fuera acompañando al delicado envío del gol de Brindisi, aquel otro maestro que tuvo Canarias con acento argentino. Eso y la explosión pública casi general -la grada estaba con la UD- fue lo importante. Lo demás era una fecha que se esfumaba con otro gol de Rexach (1-3), y con ello hasta el final con quien hoy es nuestro descendido presente y entonces finalista con su recuerdo amarillo, aunque llorando, nos reconforta.

También hoy las camisetas amarillas comienzan a jugar contra el Betis sin más objetivo que esforzarse por compartir, ya en Segunda, el recuerdo honroso de haber sido finalistas de una Copa del Rey de España.

No creo que el influjo de lo que han sido y ya no son suba tanto como para que Jémez tumbe a Quique rompiendo al Betis y vuelvan los rollos de los entrenadores, aunque no sean ellos quienes fallan y meten los goles.

Para aquellos jugadores de la final, que aún vivan: ¡Feliz 40 aniversario de subcampeones de España! Y para los que van a dejar de ser de Primera no tarden mucho en volver. ¡Cónchale que tengo prisa!

Y para todos en general me viene a la memoria la voz de aquel campesino del Juncalillo galdense que había hecho su primer vuelo con la final y que decía al volver: "Quisimos ser campeones y esto nos salió 'cambao'. Espero venir otras ocasiones y si no, ¡que me quiten lo 'bailao'!"

Está claro: saber llorar reconforta.

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