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opinión

Las Votivas

Hace noventa años Teror vivía convulso la enfermedad del párroco, don Juan González, que desde 1908 dirigía con mano firme y voluntad implacable los caminos del Pino. No sabían muy bien que podía pasar cuando desapareciera aquel señor ceñudo y de serio carácter que había cambiado la fisonomía interna del templo y que, entre otras muchas cosas, había culminado con el vecindario de Arbejales ese hermoso santuario, que fuera el primero de Canarias dedicado al Sagrado Corazón y que este año ha cumplido su siglo de existencia.

Pero se moría el cura. Y con él muchas de sus peculiares formas de ver y entender Teror, el Pino, las fiestas, el culto? En reuniones y conciliábulos de las que tanto abundaban en los escondidos vericuetos terorenses, se trató el tema de revitalizar las fiestas votivas -tal como se denominaban entonces a las actuales Fiestas del Agua- por parte de los comerciantes y políticos y en las que se decidió "inaugurar" una nueva forma de entender las mismas.

Habían venido a sustituir en el siglo XIX a las Bajadas del Pino a la capital para pedir o agradecer las lluvias del año. Cuando no llovía o lo hacía en demasía, el remedio era poner a la Virgen en rogativas. Que cada uno ruega a los cielos por lo que más necesita y a la gente de campo, Dios le entraba por los aguaceros y le salía por las sequías. Promesa de todos que se cumplía, tal como afirmara el sacerdote don Florencio Rodríguez, con "ese santo temor que lleva consigo una promesa a los santos o a la Virgen". Por eso, después, si los cielos divinos y los nubarrosos cumplían, llegaba la acción de gracias por lo caído. Así nacieron las Fiestas del Agua.

En una tarde de primavera, en el callejón de La Escuela, reuniéronse esos notables para tratar el "noble tema" de cómo atraer gente y con ello vender las mercancías almacenadas. No asombre al lector el mercantilismo aparente en esta motivación. Años más tarde, en 1948, las mismas razones movieron a la aparición del Pregón del Pino y después a la creación de la Romería Ofrenda.

Y así fue como una fiesta esporádica pretendió convertirse en otro evento concurrido de carácter fijo, aparte de las festividades de septiembre. El sábado 16 de julio de 1927, en acción de gracias a la Virgen del Pino, la víspera de la fiesta concurrida y animada, cumplió con las expectativas. El domingo fue solemne y rebosante de fieles que venían a "pedir y agradecer las aguas del cielo" a quien durante siglos lo había hecho: la Santísima Virgen del Pino.

La función a toda orquesta, protocolaria y ceremoniosa como solía hacerse todo en la Villa Mariana, tuvo un aditamento anecdótico que ya era un aviso de quien llegaría a dueño y señor de parroquia y pueblo unos meses más tarde. El panegírico fue realizado por el capellán del Hospital de San Martín, un joven de Tafira llamado Antonio Socorro que destacaba como seductor orador y que pronunció una hermosa oración, teniendo al auditorio que llenaba la Basílica, tal como afirmara un cronista del día, "pendiente de sus labios en todo el tiempo que duró su elocuente discurso".

Y tal como establecía el programa al final se cantó el Te Deum y luego la Salve que fue la señal para que desde el techo cayera una lluvia de estampas de la Virgen enrolladas en lazos, que sirviera como recordatorio de aquella "inauguración" de la fiesta votiva anual que ofrendaría a la Madre del Pino con carácter fijo desde entonces. La preceptiva y esperada feria dio final a aquel domingo festivo

El 17 de octubre fallecía el padre González, como era conocido el párroco. Enérgico, con frecuentes enfados; pero a la par muy bondadoso y de convicciones sabias y evangelizadoras, dejó una profundísima huella en el Teror de inicios del pasado siglo.

Pero si como tal como afirma el aforismo, "bueno vendrá, que malo". El 18 de octubre fue nombrado párroco don Antonio Socorro Lantigua. Ordenado el 3 de abril de 1915, pasaría a Puerto del Rosario y de allí vendría al Hospital de San Martín. El 2 de noviembre entraba en Teror, y él sí sería el que dejaría como cura la seña más marcada en la vida de la villa durante décadas. En su humildad, muchas veces aparente, hay que decirlo; afirmó que no merecía las muestras de cariño, de afecto, de fastuosidad con que lo recibían ya que él no era ningún personaje y que simplemente venía a "atender bien a todo lo que hagáis, en obsequio de María Santísima, Nuestra Señora del Pino, a cuya voluntad me entrego".

Y así lo hizo. Entendiendo las cosas como era él: voluntarioso, trabajador, creyente hasta lo más profundo; pero a la vez terco y poco dado a dejarse aconsejar; las entendía. Como don Juan González participó poco o nada en todo esto, que aquí contamos se tiene a don Antonio como el que dio carácter fijo a las celebraciones Votivas, pero en realidad, lo fue antes de su llegada. La visita del General Primo de Rivera, la concesión de Honores Reales y la voluntad de mudanzas del nuevo párroco si aparecieron más tarde.

Y ésta cambiaría otras muchas cosas relacionadas con estas fiestas y con otros avatares de la villa; pero de eso escribiremos en otro momento.

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