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Javier Durán

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Javier Durán

Cloacas y cloacas

El ministro Marlaska certificó en público hace unos días que, a fecha de hoy, ya no existen cloacas en España. ¿Y eso cómo se hace? Pues uno imagina a un equipo de saneamiento, armado con poderosos sistemas de imagen, pateándose los colectores de Moncloa, Zarzuela, Supremo y otras dependencias vitales para adentrarse en los enormes tubos y separar la conspiración de la pura defecación o aguas negras. Tras el robo de su móvil, pieza judicial aparte de la gran cloaca de Villarejo, esgrime Iglesias que él y la magistrada Rosell -ahora candidata- han sido victimas de la parte más sucia del Estado, dedicada en cuerpo y alma a frenar sus respectivas carreras. A veces la cloaca se convierte en una escorrentía contaminante que ocupa, o se hace hueco, entre los mecanismos democráticos hasta el punto de intoxicarlos o anularlos. La proporción del derrame llega a ser tan grande, que, dada su desmesura, pasa a ser incontrolable e intocable. Pasan los regímenes políticos y la cloaca sigue, moviendo sus hilos, celebrando que nada le inquieta, dando la mano a ministros y empresarios, fabricando identidades e informes. Tenemos el caso de Billy el Niño con la pechera llena de condecoraciones y pluses salariales concedidos desde su heroicidades en los calabozos franquistas. Lo mismo se puede decir de Villarejo, un Fouché que ha rociado los oídos del poder de grandes secretos que hacen de su cloaca un enorme depósito sobre el que baila desde su celda. Marlaska ha certificado la muerte de la cloaca, pero los retortijones finales del engendro son los peores. Debería existir un índice mundial que establezca un ranking a partir de las cloacas eliminadas por cada país. Entre más suprimes, mejor puesto. Entiendo que España ocuparía una posición inmejorable. Otra cosa es que resuciten.

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