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Javier Durán

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Javier Durán

El florero del carril bici

No estoy a favor de las autovías ni de la velocidad ilimitada, ni contra las calles peatonales, ni a favor de los coches, ni tampoco estoy a sueldo de un concesionario de vehículos. Dicho esto, afirmo que en esta ciudad se vive una alarmante hipertrofia de los carriles bicis, a los que se mete con calzador por cualquier calle de tres al cuarto, con riesgo importante para el usuario ciclista dada la dimensión ínfima del espacio del que dispone. La modalidad de la llamada movilidad se ha convertido en el florero a situar visiblemente como ejemplo de intervención grandilocuente en el bienestar ciudadano. Una falacia más. El carril bici es como una especie de comodín para ocultar la ausencia de una política de reducción del tráfico en el meollo de la capital, una excusa para no buscar una solución a los tapones en una Circunvalación desbordada, un aplazamiento de la gestión para crear grandes aparcamientos disuasorios, un señuelo para no abordar de una vez por todas la prohibición de la circulación por calles como Buenos Aires, Bravo Murillo, Vegueta o la antigua autovía a su paso por el Rectorado de la Universidad. La soltura con la que se maneja la brocha para señalar carriles bici de la noche a la mañana, sin tener en cuenta las necesidades del vecindario, ha crispado, por ejemplo, a los vecinos de Paseo de Chil, que en menos que canta un gallo se vieron sin aparcamientos para sus vehículos. La sostenibilidad no se mide sólo con kilómetros de carril bici, un medio de transporte que es necesario promover y establecer en las ciudades, sino que también hacen falta medidas y estrategias para que estos se puedan utilizar con seguridad, sin el acoso del tráfico. Al final lo único que se va a fomentar es la bronca entre ciclistas, automovilistas y más de un vecino por la reclamación del espacio vital.

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