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punto de vista

Los ratos de la vida de Juan José Millás

Leo La vida a ratos, como quien verdaderamente lee un libro de la vida. De la de su autor y de la propia. Un libro de sueños y realidades, tal vez de teatro en un punto y de poesía en otro. Que es lo que Juan José Millás hace de alguna manera desde el tiempo en que lo recuerdo. En mis antiguas lecturas de su obra aparecían ya las obsesiones y las atmósferas de realidad y sueño, de cotidianeidad y rareza con que ha construido Millás un mundo propio en el que el lenguaje no es mero artificio o experimentación externa, sino parte misma de los argumentos que articulan su universo literario.

Algunas veces me pregunté cómo Millás, más que autor de culto, como fue etiquetado, verdadero letraherido, no sucumbió a la experimentación en boga, o no lo hizo al menos con el hermetismo o el desorden más o menos poético de cierta narrativa al uso. Supe después, y no sé si es verdad, que mantuvo siempre inédita una obra que tal vez participara de aquella eclosión. Yo veía por entonces a Millás prisionero de su timidez o no sé si de su inseguridad, en todo caso arisco o poco accesible. La verdad es que ahora, tan cercano y abierto desde hace mucho tiempo, no sé si el tímido era yo y aquel Millás una invención de mi memoria. Pero la persona y la obra han crecido juntas, como es natural, y de lo que sí estoy seguro es de que, al contrario que aquellos a los que el éxito distancia o convierte en arrogantes, a Millás creo que le sienta bien el éxito. No sé si porque quienes eso afirman entienden que la ampliación del número de lectores convierte al autor en un escritor comercial o porque consideran al escritor de culto un secuestrado de las élites y celebran su conquista por parte de una mayoría. Un Millás en su mundo, pero más abierto al mundo. Tal vez un proceso personal de conocimiento de sí mismo, al que me permito aludir porque lo ha hecho él públicamente, propiciara un nuevo Millás más cercano y abierto a todos, franco y afable, que se corresponde con un escritor que no habiendo sido nunca hermético es ahora más accesible a la mayoría. Y no porque haya rebajado su ambición literaria sino porque con los mejores instrumentos de su poética logra trasladar mejor la emoción o, si se quiere, permite al lector una mayor complicidad con el autor o una mayor familiaridad con las historias que nos propone. Pudo haber hecho suyos Millás estos versos de José Emilio Pacheco: "Me parece un milagro que algún desconocido pueda verse en mi espejo". Al fin y al cabo, como dice el mismo Pacheco en otro de sus versos, "no leemos a otros: nos leemos en ellos".

La soledad era esto -título afortunado, como todos los de Millás- vino a ser un ejemplo de lo que digo: una historia en la que nos encontrábamos sus coetáneos en la atmósfera de una poética de la extrañeza que se apodera de su modo de contar historias. Una historia en la que los aspectos dramáticos del argumento no excluían el humor de Millás, un humor que siempre, al menos en su caso, ensancha la significación de lo que se cuenta como ocurre en la poesía.

Porque si bien ha cultivado la novela, el periodismo o el teatro (recuérdese Ella imagina, bellísimo monólogo), pero no la poesía, que se sepa, la poesía, en sus modos de reflexión, sus aforismos o sus sorpresas, la precisión del lenguaje y su ritmo está siempre presente en los relatos de Millás por los que transita el autor desde la realidad al sueño, con sus fantasías, sus amigos invisibles, sus maniquíes o sus zapatos, no sólo con la mayor naturalidad, desde el desconcierto o creando el desconcierto, sino con el dominio de la pieza de relojería por la que se tiene al relato al relacionarlo con el poema. Y eso ocurre de un modo extraordinario en La vida a ratos, su último libro, por donde la poesía se deja ver en el relato en una frase o un verso sorprendente, en la interioridad de la emoción y en la sorpresa inédita. Y luego está la relación de Millás con las palabras, su modo de zarandearlas, de plantearles conflicto, de meterse con ellas, porque como él mismo reconoce las palabras nos hacen y nos deshacen. En La vida a ratos él las maneja bien para contar y para inventar, para emplear la invención y el sueño o el sencillo cuento de su vida. Para narrar lo que ve y para inventarse lo que no ve. Todo ese conjunto de relatos, que da lo mismo lo que sean, recuento o mirada liviana o intensa, poética interna o sencilla impresión, da lo mismo que se trate de un libro de memorias, un diario si se quiere o, por supuesto una novela. Todos estos relatos hacen y deshacen mil veces a este Millás que puede ser un hombre que se desdobla, como tantos de sus personajes, o un hombre solo en el que caben muchos otros, que es lo que también parecen a veces sus personajes. Pero es que la técnica del cuento y sus cuidados, tan trabajada por Millás en los cortos relatos magistrales de La vida a ratos, esa técnica, digo, no es abandonada en el caso de la novela y, por supuesto, en un libro como este, que no hace falta decir que sea el mejor libro de Millás, porque los tiene muy buenos, pero les aseguro que es un libro tan intenso como ameno, sin que haga falta explicar el humor que contiene, la hondura expresiva que lo caracteriza y el talento de su creador. Pero sucede en La vida a ratos lo que en muchas otras obras suyas, que tampoco es mi propósito repasar aquí una obra tan unitaria, tan rica de matices, tan extensa ya, y de pretenderlo quizá no lograría otra cosa que resaltar la coherencia de mundo de un autor con una obra en marcha, maduro desde lejos y todavía en camino. Porque ya se puede hacer un valioso inventario que lo acredita como uno de nuestro mejores narradores.

Pero, por si esto fuera poco, no es que haya a mi parecer otro Millás que escribe en los periódicos, sino que es el mismo narrador de los libros, con idéntico equipaje, el que se aprovecha de la actualidad para contarnos la vida, para expresar su perplejidad, que es la nuestra, ante el discurrir del mundo. Y tengo especial interés en destacar la indisolubilidad (como diría él, qué significará eso de indisolubilidad) del Millás de los periódicos y los libros por la facilidad con que se tiende a elegir entre uno y otro, a veces más con el interés de hacer de menos al uno frente al otro que a hacer de más a alguno de los dos. Pero, dicho esto, que el narrador de los libros y el de los periódicos sea el mismo, y con idénticos valores, no significa que ignoremos que, dentro de la mejor tradición de la literatura periodística española, Juan José Millás es una de las voces y de las miradas más singulares de toda la historia del periodismo español. "Es muy importante", ha dicho, "elegir el lado desde el que se mira el mundo y se cuenta. Un punto de vista que sobre todo es un espacio moral". Y justo eso que ha dicho, es lo que trabaja tan intensamente en este hermoso libro de La vida a ratos. Navegar por él permite viajar a nuestra imaginación.

Fernando Delgado. Escritor

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