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OBSERVATORIO

El cambio climático según Martin Weitzman

El 27 de agosto de 2019 se marchó Martin Weitzman, un economista nacido en Nueva York en 1942, quien se graduó en matemáticas y física en 1963, obtuvo su máster en estadística e investigación operativa en Stanford en 1964 y se doctoró en economía en el MIT en 1967. Como profesor, investigó y enseñó en Yale (desde 1967 a 1972), en el MIT (hasta 1989) y, finalmente, en Harvard. Weitzman era un economista de amplias miras, al que le ocupaban muchos temas (entre ellos, y de manera destacada, los relacionados con la economía de los recursos naturales y ambientales) y al que le preocupaba especialmente el problema del cambio climático. Por ello, uno de los mejores reconocimientos que se le pueden hacer en estos tiempos en general y en este momento en particular (Cumbre del Clima en Nueva York) es mostrar su visión de dicho problema global, cortando y pegando trozos de su obra (con Gernot Wagner) Shock climático. Consecuencias económicas del calentamiento global, publicada en 2015 y disponible en español desde 2016.

Emisiones y concentraciones. A veces, el problema del cambio climático se entiende mal porque, al abordarlo, se confunden las emisiones de dióxido de carbono (un flujo) con las concentraciones del mismo (un stock). Quizás una de las mejores formas de ver esta diferencia es pensar en una bañera. El agua que entra por el grifo y sale por el desagüe fluye, es un flujo. Si cerramos las entradas y las salidas, nos puede quedar agua en la bañera, que es justamente lo que llamamos stock. Los flujos tienen una dimensión temporal de la que carecen los stocks. Por ejemplo, si una persona sale de su casa cuando hay cinco litros en la bañera, y la entrada y la salida de agua de la misma están cerradas (hay, por lo tanto, un stock de agua en la bañera), esa persona no debe preocuparse, pues cuando vuelva no tendrá ningún problema. Sin embargo, si sale de casa y, estando cerrado el desagüe, el grifo está abierto, y entran cinco litros de agua por minuto en la bañera (un flujo), debe volver corriendo para evitar que se inunden el baño y el piso de abajo.

Pues bien, el problema del cambio climático se puede ver en clave de una bañera. En las palabras de Weitzman y Wagner en la obra citada, "imaginemos la atmósfera como una bañera gigante. Tiene un grifo (las emisiones procedentes de la actividad humana) y un desagüe (la capacidad del planeta para absorber esa contaminación)... Durante la mayor parte de la historia de la civilización humana y cientos de miles de años antes, las entradas y las salidas se mantuvieron en un equilibrio relativo. Entonces los seres humanos empezaron a quemar carbón y abrieron el grifo muy por encima de la capacidad de desagüe. Los niveles de carbono de la atmósfera comenzaron a aumentar".

En esta situación, la pregunta que podemos plantearnos es ¿qué hacer? A este respecto, Weitzman y Wagner nos indican que ésta fue la pregunta que les hizo un profesor del MIT a doscientos estudiantes de posgrado. Concretamente, les preguntó sobre lo que "había que hacer para estabilizar las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera en unos niveles próximos a los actuales, ¿cuánto debemos cerrar el grifo para estabilizar las concentraciones?" La respuesta es que no basta con cerrar un poco el grifo, pues eso reduce el flujo que entra, pero el stock puede seguir aumentando, sencillamente porque el flujo de salida es mínimo. Esto es, para que se estabilicen las concentraciones de dióxido de carbono (el stock) las entradas y las salidas (los flujos) tienen que estar equilibradas. Esto, que parece tan obvio, era algo que no entendían los estudiantes del MIT: "Al parecer más del 80% de los que formaban parte del estudio de Sterman confundió el grifo con la bañera, es decir, la estabilización de las entradas de agua con la estabilización del nivel". En resumen, y con independencia de que los flujos y stock se relacionen entre sí, el problema del cambio climático tiene que ver con el stock (el dióxido de carbono existente) y no con los flujos (las emisiones). Por ello, y esta es una conclusión fundamental, "la política climática consiste en reducir los niveles de la bañera".

La solución al cambio climático. Weitzman y Wagner nos recuerdan que la solución política ya estaba clara desde 1920 gracias a Pigou, y que la misma pasa por "poner al consumo de carbono un precio aproximado que refleje su verdadero coste social". Este objetivo se puede alcanzar yendo por diferentes vías y, gracias, entre otros y de manera principal, al artículo clásico de Weitzman sobre "Precios y cantidades" de 1974, podemos elegir con más fundamento el camino más adecuado, en el que también nos servirán de gran ayuda los trabajos de Weitzman de 2014 (sobre lo útil que puede ser la negociación de un precio uniforme del carbono a la hora de resolver el problema del cambio climático) y de 2017 (sobre una asamblea mundial del clima que vota sobre precios o sobre cantidades).

Lo que sabemos y lo que no conocemos. Sabemos muchas cosas del cambio climático. En el libro citado, Weitzman y Wagner incluyen el diagnóstico de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, la cual nos dice que "las pruebas son abrumadoras: los niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera están aumentando. Las temperaturas están subiendo. La primavera llega antes. Los casquetes glaciares se están fundiendo. Está subiendo el nivel de mar. Los patrones de lluvias y sequías están cambiando. Las olas de calor están agravándose, al igual que las precipitaciones extremas. Los océanos se están acidificando".

Sabemos también que estamos muy lejos de donde deberíamos estar. Weitzman y Wagner nos recuerdan que la estimación de estos efectos "da como resultado un coste mínimo de 40 dólares por tonelada de dióxido de carbono arrojada a la atmósfera. Sin embargo, el mundo no se plantea nada ni remotamente cercano a esa cantidad. El precio global promedio se aproxima más o menos a 5 dólares por tonelada, si tenemos en cuenta las enormes subvenciones concedidas a los combustibles fósiles en muchos países".

En el cálculo anterior no se incluyen efectos que no conocemos, pero que también pueden llevarnos a una situación catastrófica. En varios artículos, Weitzman considera que en el problema del cambio climático hay una "cola generosa", algo parecido a lo que en estadística se denomina "colas gruesas". Esto es, la catástrofe es poco probable, pero más probable de lo normal. En palabras de Weitzman y Wagner en el libro citado: "De acuerdo con nuestros propios cálculos, muy conservadores, existe aproximadamente una posibilidad de 1 sobre 10 de que el calentamiento global supere los 6 grados centígrados, algo que cabría calificar de catastrófico para la sociedad tal como la conocemos". En este contexto de posibles colas gruesas, "el criterio de decisión tendría que centrarse en evitar la posibilidad de esta clase de daños catastróficos desde el primer momento. Hay quien lo llama el principio de precaución... Otros lo consideran una variante de la apuesta de Pascal: ¿para qué arriesgarse si el castigo es la condena eterna? Nosotros lo llamamos el dilema deprimente", donde "nosotros" se refiere en este caso a un conocido artículo de Weitzman de 2009 en el que se introduce este lúgubre teorema.

Algo de lo que podemos hacer. A juicio de Weitzman y Wagner, lo que cada persona puede hacer es "gritar" (paso 1), "adaptarse" (paso 2) o "beneficiarse" (paso 3). A continuación, se introducen los dos primeros.

"Gritar" es "reivindicar un cambio político a la altura del desafío climático", "hacer todo lo que esté en nuestra mano para impedir ulteriores cambios climáticos". El "grito" no debe centrarse en el qué sino en el cuánto: "De lo que se trata no es de saber si deberíamos ponerle un precio al carbono, sino de cuánto debería ser. Está claro que el precio óptimo es tan elevado respecto al punto donde nos encontramos a nivel global que ahora mismo lo único que puede hacer es aumentar. Subir el precio del carbono". Este es el primer paso, y, como todos, debe darse bien, pues "si (se) grita mal, es posible que el tiro salga por la culata".

"Adaptarse" se diferencia de "gritar" en que es algo "que gira por completo alrededor de uno mismo". De nuevo, hay que adaptarse bien, ya que "hay formas mejores y peores de adaptarse". Por ejemplo, "si usted ha contratado una hipoteca a 30 años, piénselo dos veces antes de comprar ese chalé en primera línea de mar. Cualquier banco con un departamento de riesgos podría echar una ojeada a los mapas de altitud y decidir no concederle la hipoteca. Ahora bien, no confíe en ese proceso de toma de decisiones. Es usted, no el banco, el que se va a quedar con la propiedad transcurridos 30 años, cuando el nivel del mar haya subido".

A veces, en la adaptación hay, por lo demás, consecuencias no previstas y no deseadas que deben tenerse en cuenta. Así, por ejemplo, "parte de las decenas de miles de millones de dólares en ayuda federal para el huracán Sandy han ido a parar a la reconstrucción de las propiedades para dejarlas como estaban antes de que el huracán las borrara del mapa. Eso es un desastre subvencionado por el Estado. Sería mucho mejor poner en práctica la propuesta del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, y emplear una parte de ese dinero para comprar propiedades privadas y convertirlas en terrenos públicos. La próxima gran tormenta requerirá de manera inevitable ayudas de urgencia adicionales para asistir a los más afectados. Las ayudas también engendran inevitablemente la consecuencia involuntaria de subvencionar a la gente que habita en zonas de riesgo de inundación. Los gobiernos no deben eludir la responsabilidad de ayudar a los más perjudicados, pero está claro que deberían dejar de alimentar este círculo vicioso".

Cándido Pañeda. Catedrático de Economía Aplicada

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