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APUNTES

Los políticos... al rincón de pensar

Están siendo días, semanas, meses, muy duros. Nadie pensaba que podía pararse un país, ¡todo el mundo en su casa!, hasta que se paró; pero no sólo uno, sino muchos. Los epidemiólogos aconsejaron la vieja receta contra las pestes cuando los virus eran una maldición del demonio, un castigo de los dioses... Lógicamente todo esto ha desatado el miedo. A nadie le gusta morir, aunque algunos descerebrados autoritarios griten ¡libertad, libertad! y toquen calderos como si fueran panderos para contagiar y ser contagiados... y que pague la Seguridad Social.

Han sido inevitables, en todo el orbe, a pesar del negacionismo de algunos líderes entre idiotas y malvados, medidas de extrema dureza y enorme sacrificio. Como es natural todo lo demás que no tenga relación con la urgencia que gira alrededor del maldito coronavirus y sus efectos ha ido pasando a segundo plano. Todas las prioridades están, así, contaminadas con la guerra sin cuartel a la Covid-19.

Está bien elegida la palabra para salir del caos: reconstrucción.

Todos han asumido de inmediato este término porque, en efecto, la destrucción ha sido amplia y profunda. Hay que rehacer la economía, volver a armar el tejido social, reiniciar la política de las cosas importantes, volver a hacer andar al Estado: poner en marcha la maquinaria que se ha detenido y que funciona a distancia mediante el teletrabajo. Reconstruir la universidad pública, a la que le han saltado las costuras, mal cosidas; definir el nuevo modelo de educación... Recomponer el Sistema Nacional de Salud, que ha estado sometido en las últimas décadas a un continuado proceso de degradación, sea por la ineptitud e incompetencia de sus gestores o por equivocadas políticas neoliberales o simplemente estúpidas.

Hay que empezar a separar la paja del trigo, porque cuando pasan las guerras pasan las circunstancias. Lo que fue necesario para frenar los contagios puede no servir para la normalidad. Cuando estalla la paz callan las bombas.

La Comisión Europea ha vuelto a recordar a España que tiene que invertir más en sanidad y en empleo. Pero a su vez ha advertido reiteradamente que un elevado índice de empleo temporal o precario es un riesgo social. Pero todo lo que puede empeorar... puede empeorar. Ahora las administraciones públicas han descubierto el teletrabajo y sin acabar de comprender cabalmente que toda emergencia tiene plazo de caducidad se han lanzado al monte. Sin reflexión alguna. Con un preocupante infantilismo semejante al día de Navidad o al de Reyes. Bicicletas que serán abandonadas hasta las vacaciones... o más allá.

Teletrabajar de ordinario no es sencillo sin unas normas equivalentes a las del trabajo presencial que han sido moduladas por las luchas sindicales, el diálogo social y las necesidades concretas. Si no se establecen protocolos estrictos, dependiendo de la actividad administrativa que se realice, control de horarios de intención bidireccional, preparación del personal y del funcionamiento general de la administración... Lo que se estaría haciendo sería sentar las bases de un desiderátum mayúsculo si los desiderátum pudieran ser superlativos.

El teletrabajo puede ser una solución, pero no para todo en todo tiempo y todo lugar. Una gran parte de la formación universitaria ya se estaba haciendo en fórmula a distancia con varias modalidades; hay incluso universidades y centros especializados... Por no hablar de la pionera Radio ECCA.

Pero el teletrabajo tiene sus límites. "El veneno es la dosis", decía Paracelso, y confirman todos los forenses. Las Administraciones Públicas han de cuidar no volver a tropezar en la piedra de la novedad o las modas. Siempre ha salido mal. Por ahora parece imposible obligar a llevar un portátil como si fuera una mascarilla. Ojo. Hay muchos efectos secundarios: para la propia función pública y para los objetivos de la administración, para los trabajadores, para los usuarios... y hasta para el apuntador.

Probablemente haya que dedicar el tiempo necesario al estudio y la meditación, huyendo tanto de las prisas como de la desgana. Desde hace mucho la prioridad han sido las obras, en buena parte porque donde hay hormigón ha solido haber comisión, y porque la buena organización, la previsión, la competencia y la eficiencia ni sirven para cortar cintas ni para salir en las fotos de campaña.

Tras la pandemia quizás lo primero sea hacer examen de conciencia, acto de contrición... y si es menester, cumplir la penitencia. Y tener claro que los virus siempre vuelven, de alguna forma.

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