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CON OTRA CARA

No son trapos rojo y gualda

La bandera es siempre un vivero de polémicas, al menos en nuestro país. Y aunque su fin primitivo era unir y distinguir no lo es ni lo ha sido en numerosas ocasiones. Así llevamos años y años. El problema de origen ha sido la imposición. También el significado de la misma al interpretarse como un símbolo ideológico distintivo en vez de una conjunción de ideas. Con lo cual su fin resulta todo lo contrario al originario. Esta situación parece que es casi exclusivamente española. La incoherencia planea sobre la enseña oficial. Si la izquierda se desentiende de la bandera nacional la derecha, que se dice muy patriótica, no solamente se apropia de ella sino que la utiliza como un trapo. Como arma arrojadiza hacia el ideológicamente diferente, el adversario político, el enemigo irreconciliable.

Atada al culo como taparrabos, amarrada al cuello como una capa, como turbante, hasta de mascarilla o embozado tras su tela. Así la llevan quienes se manifiestan "contra el gobierno" y no contra su gestión en España de la pandemia mundial. ¡Menudo respeto tienen a la bandera que representa a todos los españoles! Escondidos tras telas con los colores rojo y gualda (amarillo dorado), las enarbolan en manifestaciones, escraches y tumultos reivindicativos. Pero realmente pocos conocen su significado y hasta su tonalidad.

Primero porque gualda es una denominación franquista dada al amarillo original para dar solemnidad, nobleza, alcurnia al término. Y rojo, que da fuerza al término encarnado original y que, según algunas versiones de los años posbélicos, representaba la sangre derramada por los "caídos". La realidad parece que fue otra. La bandera actual es una evolución de la implantada por Carlos III a los buques de la Armada Española.

Para evitar errores y desastres entre las flotas nacionales el monarca decidió cambiar los colores del pendón con fondo blanco que izaban los barcos españoles y que ondeaba también en otros buques europeos. Quería darle a la enseña española colores vivos que hicieran a su flota fácilmente identificable. Su ministro de Marina, Antonio Valdés, convocó un concurso de ideas y de las propuestas el rey eligió una para la Armada y otra para la Marina Mercante.

El real decreto de 28 de mayo de 1785 estableció que la bandera fuera "dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de en medio, amarilla?". Y lo que en principio fue una enseña para los buques reales recibió luego el apoyo popular tras las batallas contra las tropas napoleónicas de principios del siglo XIX. Más tarde la reina Isabel II la convertiría en la bandera nacional en 1843 y comenzó a ondear en puertos, aduanas y otras entidades.

Entrado el siglo XX, en el año 1908, reinando Alfonso XIII, el Gobierno decreta que "la bandera española tiene que ondear obligatoriamente en los edificios oficiales". La decisión fue interrumpida durante el periodo de la II República y la Guerra Civil, tiempo en que la franja inferior cambió el encarnado por el morado en honor o recuerdo del pendón de Castilla que enarbolaron los Comuneros que se sublevaron contra Carlos I.

El régimen de Franco restableció el diseño de la bandera real nominando los colores rojo (por encarnado) y gualda (por amarillo). La Constitución de 1978, en su artículo 4.1, establece el mismo diseño y colores para la bandera nacional española. Es decir, una enseña que distinga a todos los españoles, no a los autodenominados patriotas. Un emblema que revele dignidad, ya sea en pulseras, cinturones, gorras y sombreros, fotos de whatsapp, etcétera, pero no usado como un trapo para marcar territorio como hacen esos patriotas que ni siquiera han jurado defenderla, como presumen, y la utilizan para "marcar territorio". En el mundo se muestra la bandera como amor a su tierra, aquí como desamor. Un desastre que no previó el decreto real que finalizaba con un "tendréislo entendido para su cumplimiento".

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